XLII

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Laurent


Justo el día que más necesitaba hablar con ella, Mary no asistió al conservatorio. En mi media hora libre, me dirigí a la sala de prácticas con la esperanza de encontrarla allí por casualidad. No obstante, solo había un grupo de violinistas tocando una pieza. Los escuché por un momento antes de salir al pasillo para intentar contactar a Mary. Proponerle colaborar con la banda era mi prioridad ineludible de esta tarde.

     Mary me contestó con la voz algo adormilada y un bostezo.

     —Heeey, Laurent.

     —Mary, ¿cómo estás?

     —Bien, con un poco de sueño.

     —¿Por qué no viniste al conservatorio? Necesitaba hablar contigo.

     —No fui porque me sentía enferma, pero no es nada grave. —Bostezó otra vez—. Dime, ¿para qué necesitabas hablar conmigo?

     —¿Recuerdas que ayer me dijiste que si necesitábamos tu ayuda en la banda te avisáramos?

     —Sí, lo recuerdo.

     —Bueno, necesitamos tu ayuda con nuestro nuevo álbum.

     —¡¿No te creo?! ¿Quieren que sea miembro de la banda?

     Aún no le podía asegurar a Mary que sería parte de la banda, ya que la decisión final dependía de Yara.

     —Sería bueno que lo habláramos en persona, ¿no crees? —le pregunté.

     —Claro, mañana en el conservatorio.

     —¿No podría ser hoy?

     —Estoy en mi casa, Laurent. Si puedes venir, acá te espero.

     —Sí puedo. Mándame tu dirección y te veo ahí. —Me despedí y colgué la llamada. Mary me mandó la ubicación enseguida. Su casa quedaba a veinte minutos del conservatorio.

     Tan pronto como salí de clases, tomé un taxi y le indiqué al conductor hacia dónde quería dirigirme. Nos tardamos más de veinte minutos en llegar porque su velocidad al manejar parecía una fusión entre una tortuga y un caracol. Me impactó que Mary tenía un jardín delantero hermoso, lleno de flores de colores, pero las que más predominaban las de color rojo. Me quedé un momento observándolas, hasta que alguien salió de la casa.

     —¿Buscas algo, chico? —me preguntó un señor pelirrojo con una prominente barba. Debía ser el papá de Mary.

     —Busco a Mary —le respondí, y me agaché para recoger una rosa que se había separado de las demás en el jardín—. Soy su compañero en el conservatorio.

     —¿Tuvo problemas por no asistir?

     —No, para nada. Solo quedé con ella para visitarla y hablar.

     —Bien, puedes esperarla adentro. Yo soy su papá. —Me invitó a pasar. Su presencia imponía respeto, pero era amable en todo momento.

     El interior de la casa no era muy diferente al jardín, puesto que cada rincón estaba adornado con flores en jarrones. Mary tenía dos hermanos pequeños, que eran muy parecidos a ellas. Los saludé al ver que estaban en la sala, concentrados en las caricaturas de la televisión.

     —¿Te gusta Tom y Jerry? —me preguntó uno de ellos.

     —Sí —asentí con una pequeña sonrisa—. Solía verlos todas las mañanas antes de irme a la primaria.

     Mary apareció en la sala después de que su papá la fuera a buscar. Llevaba en la boca una paleta en forma de corazón, lo que hacía que sus labios se vieran aún más rojos.

     —¡Llegaste! —me saludó Mary, pidiéndome que la siguiera.

     —¿Ya no tiene sueño? —le pregunté mientras la seguía hasta la cocina.

     —No, dormí desde que terminé la llamada contigo. —Tomó una bolsa de paletas en forma de corazón que había encima del refrigerador—. ¿Quieres una?

     —Seguro, ¿por qué no? —le respondí, tomando una paleta.

     —Entonces, ¿quieren que me una a la banda? —me preguntó Mary, abordando el motivo de mi visita.

     —Por ahora, no puedo asegurarte si te unirás o no. Pero te recomendé para que seas la pianista que colaborará en nuestro nuevo álbum. Solo necesitas demostrar el talento que tienes, y no tengo dudas de que Yara, la líder de la banda, te hará la propuesta de unirte.

     —Así que, de momento, ¿solo me quieren probar y ver si soy buena?

     —Es el protocolo normal, ¿no?

     —Sí —asintió ella, encogiendo los hombros con una mueca—. ¿Tienen piano o tengo que llevar el mío?

     —Tenemos uno.

     —Menos mal. —Soltó un suspiro de alivio—. ¿Y cuándo tengo que ir a esa tal prueba que me harán?

     —Me pidieron que te llevara hoy mismo.

     —¿Hoy mismo?

     —¿No puedes?

     —Creo que sí. —Se miró la vestimenta que llevaba con inconformidad—. Solo déjame cambiarme.

     Esperé a Mary en la sala. Su papá se había unido a sus dos pequeños hijos para ver la televisión, que ahora proyectaba los Looney Tunes. Esos niños era un reflejo exacto de mis gustos por las caricaturas en mi infancia. En un intervalo de mi espera, el papá de Mary me hizo algunas preguntas sobre mi relación con su hija. Creo que pensó que estaba interesado en ella de una manera más que amistosa, pero le dejé claro que solo éramos amigos. La expresión del señor al hablar conmigo, a diferencia de hace un rato en el jardín, había perdido su seriedad.

     Mary bajó de su habitación con una vestimenta llamativa. Optó por vestirse completamente de negro, excepto por la chaqueta rosada que llevaba. Su atuendo hacía alusión a los colores de la banda. Si se quedaba como miembro, le diría que se vistiera así para la próxima presentación.

     —Volveré más tarde. —Mary se despidió de su papá y sus hermanos. A la vez, me hizo un gesto para que nos fuéramos.

     —Fue un placer conocerlos. —Incliné la cabeza en señal de despedida hacia el papá de Mary y los pequeños pelirrojos.

     Me hubiera gustado tomar un taxi con Mary para llegar al apartamento de la banda, pero eso habría dejado mi bolsillo vacío, así que tuvimos que optar por el transporte público. Al fin y al cabo, aunque tardamos un poco más, llegamos sanos y salvos.

     Pasaron pocos segundos hasta que Abel nos abrió la puerta, y su mirada se quedó con Mary, como si yo no existiera.

     —¿Tú eres la pianista? —le preguntó él a Mary.

     —Lo soy —respondió Mary, haciendo un gesto de tocar el piano.

     —Pasa, pasa. —Abel le abrió la puerta de par en par y le cedió el paso—. Iluminarás el apartamento con ese cabello rojo.

     —Pasen —lo corregí yo—. ¿No ves que también estoy aquí, Romeo?

     Yara llegó a la sala y Mary se presentó con ella y los demás y les introdujo un poco de su vida. En principio, diría que les cayó bien a todos. Sin embargo, no perdimos mucho tiempo en charlas y comenzamos a trabajar. Según lo previsto, Mary se adaptó a todo lo que necesitaban las canciones. Sus arreglos de piano, sumados a algunas melodías que se inventó para estar en armonía con los otros instrumentos, resultaron brillantes. Fue como encontrar el eslabón perdido que le faltaba al álbum.

     La conformidad de todos con el trabajo de Mary llevó a Yara a acercarse a ella y hacerle la siguiente pregunta a quemarropa:

     —¿Te gustaría formar parte de la banda?

     —¿Que si me gustaría? —le respondió ella—. No, me encantaría.

Apegados ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora