Capítulo 4

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Tercer día de aquellas vacaciones y primera vez que pisaban la playa. Habían decidido cambiar un poco, porque estaba feo abusar de la piscina, así que lo mejor que se les había ocurrido era buscar otra charca, en este caso, la de la playa de Lloret. Estaba lo suficientemente cerca para ir andando, así que, después de un buen atracón en el buffet libre del hotel para desayunar, habían cogido sus bolsos con lo imprescindible y se enfilaron a pasar una mañana en unas hamacas diferentes, pero igual de cómodas y con un poco más de aroma a sal.

No sabría decidir qué le gustaba más en verano, si la playa o la piscina, así que por ella que fuese así, combinando una cosa con la otra hasta el final de agosto, o bien entrado septiembre si ese año en concreto hacía mucho calor. A Claudia al parecer la arena no le hacía demasiada gracia, había entrado de puntillas hasta que llegaron a la zona de sombrillas, y cuando alquilaron las suyas, enseguida puso los pies a cubierto, como si en vez de arena fuera lava. A Carmen, por su parte, lo mismo le daba una cosa que otra, ella había venido a torrarse, así que ni sombrilla ni leches. Cogió su hamaca y la llevó donde la zona de sombra no la alcanzase. Tremendo moreno estaba pillando en apenas unos días.

Llevaban ahí ya unas buenas horas; ella había alternado su tiempo entre un par de remojones y escuchar música relajadamente tumbada en la hamaca, pero la de Badajoz no parecía tan contenta. Después de un buen rato de autodefinidos y de acompañarla en uno de sus baños, Claudia quería ya cambiar de actividad y se notaba.

– Oye, ¿vamos a hacer esto todos los días? –quiso saber, sentada con las piernas cruzadas encima de su tumbona y observando hacia su izquierda.

– ¿Qué es "hacer esto"? –se interesó Carmen, sin moverse ni un ápice de la postura bocabajo que había adquirido apenas un par de minutos atrás. Cual chuleta de pavo de campofrío, su amiga era un vuelta y vuelta todo el rato.

– Pues venir a la playa o a la piscina, tumbona, bañito y repetir –aclaró–. ¿No os apetecería hacer algún día algo distinto?

– Claudia por Dios, que llevamos aquí dos días –le recordó la sevillana–. ¿Ya estás aburrida?

– No, no –negó, acompañando sus palabras con un gesto de cabeza–, pero igual podemos meterle un poquito de emoción a la cosa, ¿no?

– A ver, miedo me das –intervino ella–. ¿Has pensado algo?

– Efectivamente –dijo algo más emocionada, y se incorporó hasta levantarse de la hamaca, tocando la arena con sus pies descalzos y todo–. ¡Tachán! –exclamó, señalando con su brazo a un cartel que quedaba a unos cuantos metros de ellas.

– Uy, pues espérate, que no llevo las lentillas y no veo un pijo –Carmen se incorporó, quitándose las gafas de sol y entrecerrando los ojos, a ver si alcanzaba a leer lo que ponía en el cartel, pero ella ya lo había leído.

– Motos de agua, Carmen –explicó–. Claudia quiere que alquilemos unas motos de agua, ¿verdad? –se dirigió entonces a la artífice de aquel potencial plan.

– Exactamente –dijo de forma animada–. No para hoy, porque ahora mismo es la hora de comer, pero ¿qué tal mañana?

– Yo no he cogido una moto de esas en mi vida, Claudia –advirtió Carmen.

– No pasa nada, si tampoco creo que haya que estudiar mucho.

– Deberíamos ver qué cuestan, ¿no? –aportó.

– Ya lo he mirado hace un rato por el móvil, y son ochenta euros por hora y media y por moto –explicó.

– Mira, la que no quería gastar... –masculló su otra amiga.

Tus huellas en mi caminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora