Domingo en la Playa

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En un Domingo en la playa las Palmeras, todo parecía estar en perfecta armonía. El viento soplaba suavemente, agitando las palmeras que bailaban al son de la brisa marina. El cielo estaba despejado y azul como el zafiro, las olas jugueteaban en la orilla, y las aguas cristalinas reflejaban el sol brillante.

Mis nietos corrían de un lado a otro, riendo y jugando en la arena. Mi nieto mayor, con su padre a su lado, aprovechaba las olas pequeñas para lanzarse en su tabla de surf, disfrutando cada momento de diversión y emoción.

Mientras tanto, el resto de la familia se distraía con actividades en la playa, desde construir castillos de arena hasta leer bajo la sombra de una palmera. Yo decidí sumergirme en las aguas frescas y cristalinas, dejando que las corrientes me acariciaran suavemente.

Mientras flotaba en el mar, cerré los ojos y lancé unas oraciones al viento, agradeciendo por estar rodeada de tanta belleza y paz. Sentía la energía del mar, las aguas frías y transparentes acariciando mi cuerpo, y me sentía afortunada de estar allí, en ese momento mágico y especial.

De repente, un hombre se acercó a mí, con ojos radiantes y una sonrisa cálida en su rostro. Me tendió la mano y me ayudó a salir del agua, como si fuera un caballero de antaño. Sus ojos reflejaban el mismo resplandor del mar, y su presencia me hizo sentir una conexión instantánea.

Era como si el universo hubiera conspirado para unirnos en ese lugar, en ese momento. Nos sentamos juntos en la orilla, contemplando el horizonte y compartiendo nuestras historias y sueños. El romance floreció entre nosotros, como una flor en primavera, y supe que ese Domingo en la playa las Palmeras sería el principio de algo hermoso y eterno.

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