12. Promesa

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RUNAWAY - Aurora


20 de diciembre, 2010

20 de diciembre, 2010

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Darla

Lo increíble que resulta, después de casi diecinueve años de vida sin conocer en lo absoluto la amistad, forjar un lazo con la rapidez con la que Danka Huntzberger se aseguró un lugar en mi corazón, es un misterio que por primera vez no me interesa comprender, sino disfrutar.

Confieso que quise que este momento llegara, quizás con más ahínco del considerado digno. Llegué al punto de buscar libros de autoayuda, a pesar de que es un género que no me llama la atención. Cómo hacer un amigo en diez simples pasos fue una de las lecturas que devoré con dicho fin, pero admito que nada me preparó para la sensación de llevar burbujas en el pecho cada vez que ella me dirige la palabra, con esa forma tan única que tiene de expresarse.

No había que ser demasiado inteligente para darse cuenta de que ni Danka ni yo necesitábamos seguir ejercitando el solfeo, pero la señorita Wilson insistió en que continuáramos con las sesiones. Puede que no le haya dado demasiado crédito a cuán profundamente una profesora puede ver a través de ti.

—¿No te molesta que hable sin parar? —me preguntó Danka, de la nada, cuando ordenábamos nuestras cosas, luego de finalizar otra clase—. Siento que te mareo.

Sé que no es muy cortés contestar con una pregunta, pero así lo hice.

—¿A ti no te molesta que jamás hable? Pienso que mi presencia puede ser algo aburrida.

—¿Qué? Darla, tú sí hablas y no aburres.

—Bueno, tú no mareas, me alegras.

El abrazo que me dio fue una prueba irrefutable de ello.

—Yo ya te vi, Darla —dijo, una vez se separó de mí—. Cuando estas cosas pasan, no creo que haya vuelta atrás. Así fue con Kaoru.

—Tu mejor amiga —recordé, ofreciéndole mi mejor sonrisa—. Con la que chocaste.

—Sí —asintió, pero luego hizo un mohín divertido, frunciendo los labios—. Creo que tengo la mala costumbre de aparecer con violencia en la vida de las personas, me pregunto si eso habla sobre mi carácter...

—Violencia no es la palabra que yo usaría.

—¿Entonces cuál?

—Estupor.

—Es-tu-por-onga.

Me reí. Hace un mes no habría entendido el chiste, pero ahí estaba, sonrojándome por la facilidad con la que ella traía a colación las gónadas masculinas.

—¡Danka! —Las carcajadas se apoderaron de mí hasta las lágrimas. Por ello, por esa sensación de querer protegerla y a la vez no querer decepcionarla, es que no puedo recriminarme lo que sucedió después, aunque al sistema dictatorial de mis pensamientos le parezca lo contrario.

Last night on Earth (Libro #0.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora