CAPITULO 4: Naufragio de sentimientos

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Pasaron los días y Greg se sumergió en una profunda tristeza. Realizaba sus labores de marinero con desgano, su mente constantemente perdida en recuerdos de los momentos felices que había compartido con Ariel. Nada parecía alegrarlo; incluso la belleza del mar que solía fascinarlo ahora le parecían sombría y vacía sin la presencia de su amiga sirenita. La carga de su pérdida pesaba sobre él, y a veces, mientras miraba el horizonte, se preguntaba si algún día volvería a verla, incluso se le olvidó que debía reparar el canon y hallar una manera de volver a su mundo.

Ariel, por su parte, pasaba sus días en reclusión en su habitación en él castillo de Atlántica. Lloraba por Greg, sintiendo un dolor agudo en su pecho por la separación. Ni siquiera sus hermanas ni Sebastián, ni los intentos de Flounder por animarla, lograban consolarla. Su corazón anhelaba la presencia y la amistad de Greg, y cada día que pasaba sin él se sentía como una eternidad de tristeza y soledad.

Aquata, a pesar de su convicción de haber actuado por el bien de Ariel, se sentía atormentada por la culpa. Reconoció que había separado a su hermana de alguien que significaba mucho para ella, y aunque lo había hecho para protegerla, no podía evitar cuestionar si había tomado la decisión correcta. En su corazón, anhelaba poder hacer algo para remediar la situación de su hermanita, pero la ley y las tradiciones que regían su mundo eran inflexibles.

El mar, testigo silencioso de las emociones entrelazadas de Ariel, Greg y Aquata, continuaba su vaivén constante, reflejando la melancolía y la tristeza que pesaban sobre los tres.

Un día, mientras Greg navegaba, alcanzó a ver algo saltando fuera del agua frente al barco. Su corazón dio un vuelco al pensar que podría ser Ariel, pero al acercarse, se dio cuenta de que solo eran un grupo de delfines juguetones. La desilusión se apoderó de él. La tristeza de Greg se profundizaba. Aunque seguía realizando sus tareas, lo hacía mecánicamente, sin el entusiasmo de antes. Cada vez que miraba el horizonte, no podía evitar pensar en Ariel y en los momentos felices que habían compartido.

Mientras tanto, en el castillo bajo el mar, El rey Tritón, preocupado por el cambio drástico en su hija de estar hace unos días tan feliz a estar ahora hundida en la tristeza, le pregunta a cada una de sus demás hijas sobre porque se puso así Ariel pero ninguna sabía, hasta que le preguntó a Aquata.

**Tritón**: (con preocupación en su voz) Estoy muy preocupado por Ariel. Ha cambiado tanto últimamente. ¿Sabes qué podría estarle pasando?

**Aquata**: (evitando la mirada de su padre) No lo sé, padre. Ariel siempre ha sido tan alegre, pero de repente se ha vuelto muy distante.

**Tritón**: (suspirando profundamente) Esto no puede seguir así. Debe haber algo que podamos hacer para ayudarla. (mirando a Aquata con seriedad) ¿Estás segura de que no sabes nada?

**Aquata**: (nerviosa) Yo... (haciendo una pausa) No estoy segura, padre. Quizás solo esté pasando por una fase.

**Tritón**: (frunciendo el ceño) No es una simple fase. Algo le ha ocurrido. Debemos encontrar la raíz del problema y solucionarlo.

Aquata se sentía atrapada. Sabía que si revelaba la verdad sobre la amistad de Ariel con Greg, las consecuencias podrían ser desastrosas, pero también veía cómo su hermana sufría.

**Tritón**: (con firmeza) Hablaré con Sebastián. Tal vez él pueda averiguar más. No puedo quedarme de brazos cruzados mientras mi hija está sufriendo.

Mientras Tritón se alejaba, Aquata se sentía cada vez más culpable. Sabía que tenía que hacer algo para ayudar a su hermana, pero no estaba segura de cómo manejar la situación sin empeorar las cosas.

De vuelta en el barco, Greg seguía mirando al horizonte para buscar en cualquier oportunidad, su tristeza palpable en cada uno de sus movimientos. Sus compañeros marineros habían notado el cambio en él.

Tierra y mar: la historia de La Sirenita y un forasteroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora