𝖬𝖨𝖫𝖠, 𝖲𝖠𝖳𝖴𝖱𝖭𝖮 𝖸 𝖤𝖫 𝖱𝖨́𝖮.

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El aire frío de aquella noche se hizo presente en ese momento, en el que podía escuchar tan sonoramente el triste corazón de aquella mujer frente a mí. Sus ojos azules que se cristalizaron mientras me contaba con tanto sufrimiento sus vivencias, eso que me hacía descubrir un poco más sobre ella. La cercanía entre los dos me invitaba a acariciar su mejilla, limpiando sus lágrimas con delicadeza, como si se tratase de mí propio dolor también.
Presté atención a absolutamente todo en ese momento, su voz que se quebraba cuando me contaba con confianza algo a lo que yo iba a poder recoger esos pedazos rotos uniéndolos nuevamente. Me acerqué a su cuerpo tratando de abrazarle el alma, era tan frágil en ese instante, no sabía que era un diamante entre tanta tierra.

—No llores más que pronto pasará esta pena. — Murmuré de forma baja pero audible para que se sintiera tranquila, con mis manos en su espalda dejando algunas caricias con suavidad. Al separarnos sonreí sin mostrar mis dientes, solo reflexionando de lo que estaba ocurriendo.

—Perdóname Guido, de verdad, te vengo a cargar con mis quilombos que vos seguro tenes los tuyos. Soy una desubicada, disculpa.— Esa forma que tenía de salir de tema era algo que sabía que iba a pasar pero no quería presionarla más, había tocado una fibra de su ser que a propósito su inconsciente no permitía que se sane.

—No digas eso Sofi, estamos tranquilos acá en el balcón, en una noche cálida y tomando algo como dos personas que se quieren conocer. — Volví a incorporarme en mi silla para darle su espacio, estirandome para servirme más cerveza en mi vaso y también a la castaña frente mío que ya había terminado el suyo.

Ese silencio durante unos segundos invadió el lugar pero no se volvía incómodo, su mirada perdida en las luces de la ciudad y la mía sobre su rostro era digno de un libro que yo nunca me imaginé terminar siendo el protagonista.

Deslumbrando camarines en la cruel noche porteña. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora