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El día en Concordia Moon avanzó sin dificultades. Sobre las siete y media se le ofreció a Satine una invitación a quedarse, por lo menos hasta que su hermana se recuperará.

Satine aceptó, pero solo lo hacía por su hermana, ya que no se sentía cómoda en compañía de la señorita Aurra. Satine, al contrario que Padme, era más escéptica con respecto a la señorita Aurra. Algo que caracterizaba a Satine era el análisis del carácter humano, y el análisis que había hecho de la señorita Aurra Skywalker era el de una dama doble cara que no se tocaba el corazón por nadie, que únicamente le interesaba el dinero y que siempre buscaba cómo salirse con la suya, ya que en la cena Satine notó la mirada de prepotencia y superioridad en los ojos de la señorita al demostrar su elegancia de modales en la mesa. Satine no se sintió intimidada, ya que ella misma tenía sus modales, y aunque no fueran tan refinados para la opinión de la señorita Aurra, eran especiales, ya que sus antepasados fueron prácticamente de la realeza, y su padre siempre le contaba historias del pasado de la familia Kryze. Los modales de Satine en realidad equivalían a los de una duquesa, pero era evidente que nadie lo notaba.

Tras la cena, Satine subió a la habitación que los Skywalker le habían ofrecido mientras duraba la estancia de recuperación completa de Padme. Satine les escribió una carta a sus padres diciéndoles que se quedaría en Concordia con Padme hasta que esta estuviera recuperada. Les informó que Padme se recuperaba un poco lento, pero era mejor así a que no tuviera ningún signo de mejoría. Tras escribir la carta, se la dejó a un criado de Concordia. Este le aseguró que llevaría la carta a Kalevala a primera hora de la mañana. Con eso, Satine volvió a su habitación, y al echar un vistazo al oscuro jardín se sorprendió al ver al señor Kenobi fuera de la cama a esas horas, y vio que en sus manos llevaba una espada de madera.

-No sabía que le interesara la esgrima al señor Kenobi.- murmuró Satine extrañada.

Estuvo observando al señor Kenobi entrenar hasta que se quedó dormida apoyada en la ventana.
Abajo, a las dos y cuarto de la madrugada, el señor Kenobi terminó de entrenar, y al darse la vuelta, vio luz en la ventana de la habitación ofrecida a Satine durante su estancia en Concordia.

Vio a Satine apoyada en la ventana y dormida, lo que lo sorprendió y enterneció a la vez, por lo que volvió al interior de la mansión, subió a la habitación ofrecida a Satine, y, aunque lo que estaba a punto de hacer no sería bien visto ante la sociedad en la que vivían, él era, ante todo, un caballero, y no permitiría que su amada se resfriara por no dormir en el lugar correcto. Además, si la dejaba ahí a la mañana siguiente, ella tendría tortícolis en el cuello, y eso dolía un auténtico demonio.

Obi-Wan entró en la habitación de Satine sin hacer ruido. Se acercó a Satine con extremo cuidado, pues no quería despertar a su amada de su sueño reparador.

Al contemplarla, se dio cuenta de que, físicamente, Satine tenía una testa blanca comparada con el alabastro. Su sedoso pelo era de un rubio claro, comparado al oro. Pese a tener ahora los ojos cerrados, él había visto que eran de un vivaz y penetrante azul que recordaba a los zafiros. Sus labios eran de un color nacarado, más hermosos que unos labios rojos, y su figura era...

Era perfecta, realmente lo era. Pero lo que realmente lo atraía eran sus ojos, tan vivaces e inteligentes, su corazón y su inteligencia.

La cogió en sus brazos con cariño, cargándola al estilo princesa, porque para él, Satine era un ser extraordinario que equivalía a una reina, o más, como una duquesa. La llevó hasta la cama, la acostó con delicadeza en ella, la tapó con las sábanas y la colcha, la arropó con cariño y acarició su mejilla con cariño. Estaban en un momento tan íntimo que Obi-Wan se arriesgó y rompiendo el decoro, besó la frente de Satine con tanta dulzura y ternura que le dolía tener que dejarla. Se alejó de su amada, la miró con dulzura y salió de la habitación.

Sabía que nadie lo vería, ya que a esas horas todos, incluidos los sirvientes, estaban profundamente dormidos. Así, nadie chismorrealía de esto. No quería que tacharan a Satine de irresponsable, cuando era él quien entró a la habitación de ella sin ser invitado.

Caminó hasta su habitación, pero en el pasillo se fijó en el jarrón de lirios blancos puros y se le ocurrió algo, que podía ser una locura, pero sentía el deseo de hacerlo. Así que, cogió el lirio y volvió a la habitación de Satine.

Entró con sigilo, se acercó al escritorio y cogió papel, tinta y pluma. Le escribió una nota a Satine y la dejó con el lirio, en un punto donde Satine lo podría ver cuando se despertara al día siguiente.

Salió y se fue esta vez sí a su habitación. Se cambió y se durmió pensando en Satine y en cómo sería su vida siendo una pareja.

 Se cambió y se durmió pensando en Satine y en cómo sería su vida siendo una pareja

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Orgullo y Prejuicio:ObitineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora