CAPÍTULO 2

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MARTIN – DÍA 5

Llevaba cinco días observando a los nuevos voluntarios. Juanjo y Almudena se habían integrado al equipo de la ONG con una facilidad que me resultaba irritante. Ambos habían llegado con sus sonrisas y todo el mundo había caído a sus pies, tanto los trabajadores como los niños.

«¿Nadie piensa en qué pasará cuando se vayan?»

Almudena y yo trabajábamos bastante bien juntos. No podía negarlo. Sus ideas sobre cómo mejorar la eficiencia energética en nuestro proyecto de reconstrucción eran innovadoras y, aunque me costara admitirlo, muy necesarias. Sin embargo, me mantenía cortante con ella, limitando nuestras conversaciones estrictamente a temas de trabajo. No era personal, simplemente era mi forma de mantener una barrera, de evitar cualquier tipo de vínculo emocional.

Durante nuestras horas de trabajo, había notado la relación que parecía estar formándose entre Almudena y Álex. A menudo los sorprendía mirándose mientras estábamos en la oficina. Mi amigo siempre había sido una persona abierta y encantadora, era normal que ella se hubiera fijado en él, pero temía que alguno de los dos sufriera cuando el verano llegara a su fin, y con él la despedida inevitable cuando la chica volviera a España.

El verdadero problema, sin embargo, era Juanjo. Siempre con una sonrisa en el rostro, irradiando un optimismo imposible de sentir habiendo vivido en ese país el suficiente tiempo como para saber todo lo malo que había pasado y seguía pasando. Si bien es cierto, que había momentos en los que lo sorprendía pensativo, más serio, casi ausente, como si su felicidad fuera solo una coraza, como si se obligara a sí mismo a estar feliz cuando realmente no lo era. Eso despertaba en mí una curiosidad que no estaba dispuesto a admitir.

La situación se complicaba más con Ruslana, la niña llevaba dos años viviendo en la ONG después de perder a sus padres. Desde que Juanjo había llegado, se había ganado su afecto de una manera que me molestaba profundamente. No quería que la pequeña se encariñara con alguien que al poco tiempo se iría, dejándola sola y vulnerable una vez más.

Esa mañana, el sol apenas había salido cuando llegué al comedor para tomar mi desayuno. El aire fresco era un alivio temporal antes de que el calor del día se volviera insoportable. Vi a Almudena y Juanjo ya sentados a la mesa. Álex como cada mañana no pudo evitar su comentario al ver todo lo que me había preparado para desayunar.

Cuando terminamos de comer, y habiendo ayudado en las tareas matutinas con los niños, los cuatro nos dirigimos a la oficina. Sabiendo que teníamos que discutir los avances del día anterior, me acerqué a la mesa donde se encontraba Almudena quien levantando un plano ligeramente arrugado preguntó:

- ¿Revisamos los progresos de ayer?

Asentí, intentando mantener mi expresión neutral.

- Sí, veamos cómo va todo. – Respondí, tratando de sonar profesional.

Mientras repasábamos los planos, apareció Juanjo, con su sonrisa habitual, cargando una caja de herramientas que acabábamos de recibir y debíamos llevar a la obra.

- ¿Qué hacéis? – Dijo, dejando caer la caja con un sonoro golpe sobre la mesa contigua.

Sentí una punzada de irritación y solté:

- Revisar los avances de ayer, hasta que has llegado metiendo ruido.

- Bueno, perdón, qué humor por las mañanas.

- No es cuestión de humor, Juanjo. Estamos trabajando. – Contesté de forma seca. La sonrisa de Juanjo se atenuó un poco, pero no desapareció.

¿Me vas a esperar?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora