CAPÍTULO 25

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JUANJO – NOVIEMBRE 

Llevaba tres meses en España, y aunque la nostalgia por la isla y por Martin nunca desaparecía del todo, ver la mejoría de mi madre me daba un poco de paz. Poco a poco, había ido recuperando su vida, un paso a la vez. Al principio, fue a por el pan a la tienda de la esquina, temblando un poco, pero con la determinación de quien se enfrenta a sus propios miedos. Luego, empezó a ir al supermercado, donde siempre había disfrutado de elegir los ingredientes para las comidas familiares. Más tarde, se animó a visitar la peluquería, un lugar que siempre había sido su pequeño santuario. Y esa misma semana, finalmente, quedó con sus amigas para tomar un café. Era la primera vez que lo hacía desde el accidente de mi hermana, y aunque aún se podía percibir la tristeza en su mirada, había un brillo nuevo, un atisbo de la mujer fuerte que siempre había sido.

Todos esos avances habían sido cuidadosamente guiados por la psicóloga, con mi padre siempre a su lado, acompañándola en cada pequeño paso hacia la recuperación. Siempre había admirado la relación que tenían mis padres. Su amor y apoyo incondicional eran algo que yo también deseaba para mí algún día. Sabía que mientras mi padre estuviera con ella, mi madre estaría bien, y esa certeza me daba la tranquilidad que necesitaba para seguir adelante con mi vida.

En cuanto a mi trabajo, todavía estaba buscando algo que realmente me llenara. Hasta el momento, había ayudado a los técnicos del ayuntamiento de mi pueblo en un par de asuntos como consultor externo. Lo hice más por echarles una mano que esperando alguna retribución. Era una forma de mantenerme ocupado, de sentir que estaba haciendo algo útil mientras esperaba encontrar esa oportunidad que me hiciera sentir realizado de verdad.

A pesar de la distancia, Martin y yo seguíamos en contacto cada día. Hablábamos por teléfono, nos enviábamos mensajes o hacíamos videollamadas, tratando de mantener viva la relación que habíamos comenzado meses atrás en la isla. Hasta el momento, parecía funcionar para ambos. No habíamos tenido ningún momento de desconfianza o discusiones, todo seguía su curso, y aunque ambos deseábamos que el tiempo pasara más rápido para poder reencontrarnos, nos consolábamos con la idea de que cada día que pasaba nos acercaba un poco más a ese momento.

Había noches en las que, tumbado en la cama, repasaba nuestras conversaciones, buscando en sus palabras algún signo de que esto no era un sueño. Martin siempre tenía una forma de hacerme sentir especial, incluso a kilómetros de distancia. Y aunque me costaba estar lejos de él, la certeza de que compartíamos los mismos sentimientos me daba la fuerza para esperar. Sabía que cuando nos volviéramos a ver, todo habría valido la pena.

Una tarde de noviembre, Almudena y yo habíamos quedado para ir a comprar los disfraces de Halloween. Como cada año, nuestros amigos organizaban una fiesta, y aunque los últimos meses habían sido un torbellino de emociones, nos hacía ilusión desconectar un poco y disfrutar juntos de algo tan simple como elegir nuestros atuendos.

Almu llegó antes que yo al centro comercial, y me esperaba frente a una tienda de disfraces que siempre se llenaba en estas fechas. Nada más verme, me recibió con una sonrisa radiante.

-        ¡Juanjo! ¿Listo para encontrar el disfraz más cutre de la tienda?

Bromeó, extendiendo los brazos para darme un abrazo. Su energía era contagiosa; reímos juntos mientras nos adentrábamos en el local abarrotado de máscaras, capas, y todo tipo de accesorios extravagantes.

Empezamos a charlar, como solíamos hacerlo, sobre todo y nada en particular. Almudena me contó que había encontrado trabajo, había hecho la entrevista esa misma semana.

-        Es en una pequeña empresa, ya sabes, no es el gran sueño, pero me encanta. Y los compañeros parecen majos. - Decía con entusiasmo, sus ojos brillando mientras hablaba de su nueva rutina. Me alegraba tanto verla así, tan plena y llena de vida.

¿Me vas a esperar?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora