CAPÍTULO 17

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JUANJO – DÍA 45

Cuando desperté esa mañana, el sol se filtraba a través de las rendijas de la ventana, proyectando rayos dorados sobre las paredes de mi cabaña. Me estiré y me acomodé en la cama, permitiéndome unos minutos para hacer un pequeño balance de esos cuarenta y cinco días en la ONG. En general, me llevaba bien con todos, disfrutaba inmensamente del tiempo que pasaba con los niños y había construido una relación sólida con mis compañeros. Había algo especial en la dinámica que se había creado, y el tiempo había demostrado ser un gran aliado en el proceso de adaptación.

Los primeros quince días fueron un torbellino. Martin y yo éramos como dos imanes de polos opuestos, siempre chocando. No podía entender cómo alguien podía tener una visión tan diferente de la mía en todo. Sus respuestas cortantes y la forma en que evitaba mis intentos de entablar conversación hacían que cada interacción fuera un campo de batalla. Al principio, me molestaba y me frustraba, pero con el tiempo, esa tensión se convirtió en algo que me intrigaba. Poco a poco, empecé a comprender que debajo de esa actitud distante había algo más complejo.

Lo que empezó como una enemistad tácita comenzó a suavizarse. Martin y yo pasamos de los constantes desacuerdos a encontrar un punto de conexión. La relación se volvió más fluida y natural, casi como si esos primeros días de conflicto fueran un requisito para que llegáramos a entendernos mejor. Era evidente que había una chispa entre nosotros, un deseo o curiosidad que no podíamos ignorar. Cada vez que nuestras miradas se encontraban, había algo que nos mantenía al borde de algo más profundo.

El incidente en el bar de la playa fue un punto de inflexión crucial. La realidad de las restricciones en Jamaica se hizo evidente, y Martin se vio obligado a poner un freno a nuestras interacciones. Después de esa noche, la tensión entre nosotros cambió. Aunque no volvimos a encontrarnos en una situación comprometida, la distancia que se creó fue diferente. Los últimos diez días fueron una especie de tregua, donde nos limitamos a ser amigos, compartiendo confesiones y largas conversaciones. Martin había dejado claro que prefería mantener nuestra relación en el ámbito de compañeros de trabajo, pero había algo en el aire que ambos sabíamos que no se podía ignorar. La conexión que habíamos desarrollado era demasiado fuerte para ser simplemente amistad, y mientras avanzábamos en esos últimos días en el campamento, me preguntaba si podríamos encontrar un equilibrio entre lo que sentíamos y las limitaciones impuestas por nuestro entorno.

Por otro lado, las últimas llamadas con mi padre me habían dejado un poco más tranquilo. Mi madre, parecía estar manejando la situación un poco mejor. Aunque seguía sintiéndose mal y necesitando ayuda psicológica. Las últimas veces que hablamos, había un matiz de calma en su voz. Esto me permitió relajarme un poco más, quitarme un peso de encima y permitirme disfrutar de la experiencia de estar en Jamaica. La distancia física entre mi hogar y mi nueva realidad en el campamento no se sentía tan abrumadora. Me sentía más libre para experimentar y sumergirme en la experiencia sin la constante preocupación por cómo estarían las cosas en casa. Este respiro emocional me permitió abrirme más a la realidad que vivía aquí, y, quizás más importante aún, me hizo más receptivo a las conexiones que estaba formando, especialmente con Martin.

Así, con una mezcla de gratitud y alivio, me levanté y me metí en la ducha con la intención de afrontar un nuevo día en el campamento.

Esa mañana, la oficina estaba llena del murmullo habitual de papeles y conversaciones en segundo plano. Martin y yo estábamos inmersos en la revisión intensiva de unos planos que se habían convertido en nuestro enigma más reciente. Tras días de frustración, finalmente habíamos dado con la raíz del problema de estabilidad de los muros de la construcción. La sensación de haber dado con la solución nos daba un respiro, pero también nos sumergía en un nuevo desafío: trazar un plan económico y rápido para atajar el problema. Me sentía agotado, pero al mismo tiempo satisfecho con el progreso que estábamos haciendo.

¿Me vas a esperar?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora