Capítulo 1: Encuentros bajo las estrellas

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Era noche cerrada.

Por la ventana de una de las inmensas habitaciones, apenas se apreciaba la infinidad de estrellas que llenaban el cielo, apenas se podía distinguir las ramas de los árboles, ni los pájaros posados en ellas, de donde aún se escuchaba el graznar de alguno.

Por esa misma ventana, si uno llegaba a observar con atención, se podía distinguir la silueta de dos muchachas, agazapadas, escuchando, observando hasta el más mínimo aleteo de una hoja en busca de la llegada del carruaje real. El mismo carruaje que traería consigo la nueva vida de una de las muchachas.

Damara intentaba captar cualquier sonido del exterior mientras su corazón desbocado que latía a marcha desenfrenada amenazaba con colapsar allí mismo, sin darle la oportunidad de conocer al príncipe con el que su padre la había comprometido.

Se había negado, había llorado, incluso pataleado, pero nada había hecho cambiar a su padre de opinión sobre la alianza.

¿Qué mejor forma de ganar tierras y traer paz al pueblo?-le había dicho su padre. ¿Qué mejor forma de mostrarle a tu pueblo que harás lo que sea para que no muera de hambre que casándote con el hijo del rey del reino más cercano y rico?

Damara se limitó a llorar sabiendo que no iba a poder cambiar su destino, que nada en el mundo iba a impedir que ella acabara siendo la mujer de un completo desconocido.

Ahogó un sollozo cuando escuchó el relinchar de un caballo en la lejanía, y entonces sintió la mano de Evie sobre la suya. Una mano pequeña y suave que le recordó de inmediato que ella no estaba sola.

Evie se deslizó hacía su amiga, y le apartó un mechón oscuro del hombro para apoyar allí su cabeza.

-Tranquila...-susurró cuando ni ella misma podía estarlo- seguro que es un hombre bueno y gentil. Un hombre digno de ser amado.

Damara forzó una sonrisa y pasó su mano sobre el suave y anaranjado cabello de Evie.

-Seguro que si...

Las dos chicas se incorporaron todo lo que pudieron, estirando sus cuellos y abriendo sus claros ojos cuando dos caballos que tiraban de un carruaje hicieron el último tramo de suelo empedrado hasta llegar a la enorme puerta metálica donde aguardaban los guardias reales.

-¿Rubio o moreno?-intentó bromear Evie.

-¿Y si su pelo es tan anaranjado como el tuyo?- se burló Damara provocando un gesto asqueado en el rostro de Evie.

-La gente como nosotros no reina, Damara, la gente como nosotros es cazada y asesinada.

-A ti no te asesinamos.

Fue el turno de Evie de forzar una sonrisa.

Claro que no la habían asesinado, pero si lo habían hecho con sus padres antes de cogerla a ella, con apenas cinco años y traerla hasta este castillo con el solo objetivo de que le hiciera compañía a una princesa a la que no le tenían permitido tener amistades fuera del castillo.

Evie jamás culpó a Damara de la muerte de sus padres, tampoco llegó a odiar a los reyes por el trauma que le dejaron. Simplemente se limitó a vivir, se limitó a quedarse junto a aquella princesa de pelo castaño y ojos color cielo hasta que la quiso, sí, la quiso, igual que uno quiere a una hermana o una mejor amiga. Y sabía que ese sentimiento era recíproco, sabía que Damara no la consideraba alguien del personal, sino que su amor hacía ella era igual de grande que el de Evie.

Las puertas metálicas se abrieron y el carruaje avanzó hasta que el cochero le ordenó a los caballos que pararan allí mismo, justo donde el padre de Damara.

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