Capítulo 8: La última noche en la oscuridad

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Dalton se levantó envuelto en unas sábanas y un olor ajeno. Se estiró sin contener un bostezo y dejó que un cuerpo suave se acurrucara junto al suyo.

¿Un cuerpo ajeno?

Se incorporó de golpe abriendo los ojos y fijándose en el cabello dorado que se esparcía sobre la almohada.

La chica murmuró algo entre sueños y él se levantó de la cama con los ojos casi fuera de sus órbitas. ¿Qué había hecho? ¿De dónde conocía a esa mujer?

Entonces, una serie de imágenes se agolparon en su mente.. Él había estado escuchándola tocar la guitarra y cantar, ella había clavado su penetrante mirada en él durante toda la noche. Cuando acabó, dejó la guitarra aún lado y se acercó a él. Dalton ya estaba esperándola de pie cuando ella buscó con desesperación sus labios y él se lo permitió atrayéndola hacia él y dejándose llevar por lo que recordaba un buen beso que le hizo evadirse de todo.

Recordó entrar en una casa a trompicones y tropezar mientras los dos se desnudaban con rapidez, deseosos de sentirse, como si hubieran esperado ese momento toda la maldita noche.

Ahora delante de él y completamente desnuda se encontraba una mujer que se desperezaba bajo las sábanas.

Dalton recogió su ropa del suelo y se vistió mientras ella abría los ojos y le miraba.

-No tienes porque irte- le dijo provocando que él dejara de abrocharse las botas con impaciencia- puedes continuar aquí. Vivo sola y no tengo ningún esposo que vaya a entrar por la puerta y matarte.

Se levantó sin importarle en absoluto su desnudez y esbozó una sonrisa, muy parecida a la que le ofreció la noche anterior.

-Mi nombre es Didian, ¿y tú? chico escurridizo eres...

-Soy Dalton.

Para sorpresa de él, la muchacha se tomó la libertad de sentarse sobre su regazo y hundir las manos en su pelo, antes de besar la comisura de sus labios de forma sensual.

-Es la primera vez que te veo venir a verme tocar...-susurró- ¿Qué es lo que te hizo ayer venir hasta mi?

Dalton la miró. Era guapa, su belleza no podía equipararse a la de la princesa Damara, ni siquiera a su chica del bigote de leche. Sin embargo, tenía una presencia que, sin duda, hubiera capturado su atención de todas formas.

-Es complicado- se limitó a contestar.

-El amor...ya veo..-susurró ella volviendo a besarle los labios con delicadeza.

-¿Te debo pagar algo?- fue lo único que pudo preguntar él. ¿Qué mujer se comportaría así si no fuera una meretriz? Una casa propia, y ningún marido al que rendir cuentas, eso sin hablar de lo poco pudorosa que parecía.

Didian se puso de pie con gesto enfadado y cogió una de las sábanas para cubrir su cuerpo con indignación.

¿Quién se creía ese hombre para dirigirse a ella de esa manera?

-No tengo marido pero eso no significa que no sea capaz de matarte yo misma como vuelvas a compararme con una prostituta- señaló a la puerta con cara de pocos amigos- me has dado un buen sexo, pero esto no se volverá a repetir. Sal de mi casa antes de que realmente decida que debo cobrarte un dinero que seguramente ni tengas.

Dalton se levantó incapaz de apartar los ojos de ella y se dirigió hacia la puerta aún algo aturdido.

-Lo siento- se disculpó antes de salir de la casa- no era mi intención insultarte.

Y abrió la puerta para salir al exterior donde la gente ya caminaba dispuesta a ir a sus recados habituales.

Caminó apresuradamente a la casa de la Yaya Flor y se frotó el rostro con desesperación. ¿Desde cuando él actuaba de aquella manera?

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