Carta

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“Hijo, estás cumpliendo veinte años, un poco más de la edad que tenía tu padre cuando partió de casa. No he encontrado el coraje para decirte todo lo que quiero y pienso en tantas de las noches que quedé frente a la ventana observándote dormir tan plácidamente. No solo hay muchas cosas que te oculté yo, sino también muchas personas y viejos fantasmas del pasado que me frecuentan y lastiman. Bernardino me ayudó a escribir la carta porque sabes que me cuesta escribir, pero más me costaría no empapar el papel de mis lágrimas. Me voy, tengo que luchar con la verdad, afrontar viejos fantasmas del pasado. Siempre me preguntas por tus padres. Tu madre está en un pueblo a unos cuarenta kilómetros de aquí, se llama Leah, una mujer de tez blanca, ojos verdes y cabello castaño. Te dejó este dibujo de ella que conseguí. Ve tras ella, podrá responder muchas de tus dudas. No sé si nos volveremos a ver. Recuérdame en nuestras charlas junto a una botella de vino. No eres mi nieto, eres mi hijo, el hijo que pude criar bien. Te quiero. Perdona por esto y por ser un cobarde. Cuídate y crece para ser un hombre…”

Ethan desprendía lágrimas a borbotones. Se las secó, se paró y quedó serio. Sus amigos lo miraban intrigados por tal abrumadora noticia, ansiosos de oír sus primeras palabras. Fue entonces cuando, sonriendo, les dijo:

—¡Tengo una madre! ¡Tengo una mamá! ¡Está viva! —eufórico gritó el joven. Tantos años creyendo que su madre y padre estaban muertos, y al fin la carta reveló que sus progenitores estaban vivos. Pero la felicidad de Ethan fue breve.

—...Un poco más de la edad que tenía tu padre cuando partió de casa —dijo—. Eso significa que tam…

Reginald lo interrumpió:

—También tu padre está vivo, aparentemente.

—Pero ¿por qué se fue mi abuelo? ¿A dónde se fue? —preguntó Ethan.

—Por eso tu abuelo te dejó la carta, te encomendó que hagas un viaje para que puedas averiguar por tu cuenta —respondió Bernardino.

—¿Usted sabe algo? ¡Hable ya, por favor! —exclamó el joven.

El cantinero lo observó y le contestó:

—Lo único que sé es lo que tú sabes: que tu madre estaba viva. Tu abuelo me lo comentó hace unas pocas semanas, pero estaba esperando que te fueras para partir. No me dijo a dónde ni por qué. Créeme, hijo —dijo con culpa, pues sabía más de lo que el nieto de Aitor se imaginaba.

—¿Señora Julieta, usted sabe a dónde se fue mi abuelo? —preguntó Ethan.

—No, hijo. Esta mañana tocó a mi puerta y me preguntó si podíamos hacer una sorpresa aquí en mi casa porque en su casa era muy reducido el tamaño. Luego lo fui a buscar y me encontré con la sorpresa de que habías llegado.

—Ese viejo, ni me saludó por mi cumpleaños —dijo Ethan mientras apretaba sus dientes y sus ojos se empañaban un poco—. Parto mañana, en busca de mi madre, hacia Gadea.

El aire del lugar era tenso. Todos quedaron perplejos ante toda la situación, se miraron mientras abrían los ojos por la sorpresa, excepto Bernardino y Reginald.

—Hijo, piénsatelo bien, no tomes decisiones en caliente. Ve a dormir, y mañana…

—¡No hay nada que pensar, señora! —exclamó el joven—. Mi abuelo partió a quién sabe dónde y descubrí algo que soñaba siempre: conocer a mis padres. Y tengo la certeza de que uno está vivo. No voy a desperdiciar esta oportunidad. Con permiso, me voy a descansar. Mañana tengo mucho camino que recorrer.

El tabernero estaba expectante de toda la situación mientras una pequeña sonrisa se dibujaba en su rostro. Aquel joven que tomó una decisión tan rápida sobre una situación delicada le recordaba sus épocas de juventud.

Ethan partió camino a su casa, desconcertado ante una gran cantidad de noticias. Por un lado, su abuelo se fue sin motivo aparente y nadie sabe a dónde, pero recibió la noticia de que su madre está en un lugar no muy lejos de donde se encuentra él. Esa noche el joven preparó todo: algo de comida, buscó una mochila de cuero un poco grande que resistiera al viento y la lluvia, lavó una túnica, un par de pantalones y camisas y los dejó escurriendo en la ventana. La carta, más que contener respuestas como le prometió su abuelo, le generaba más dudas. También, el ver la cama vacía del anciano le generaba una angustia; nunca se separaron sin avisar y sin tener noticias de cuánto tiempo podría tardar. Pero lo peor es que la carta sonaba a despedida. Y en la biblia encontró un lápiz. Cuando la abrió, se encontró en la parte de salmos, y había uno en particular, el número 51, marcado con grafito con una frase: “He aquí, en maldad he sido formado…”. Algo que el joven no le dio importancia, pues siempre fue escéptico ante la religión, y esa frase no decía nada en concreto.

Dormir esa noche sería un privilegio luego de tanta información. Su cabeza era un mar de inquietudes sin resolver, y pocas herramientas que le pudieran brindar una respuesta en ese momento. Fue un rato al muelle frente a su casa y solo miró la luna. Se sirvió un poco de vino y brindó solo, diciendo: “Salud, abuelo”.

Al día siguiente se levantó y había pasado un poco la media mañana. Se dio un baño y se vistió para partir. Mientras comía un poco de ensalada y pan con algunos peces que le había quedado, tenía miedo, pues iba en busca de su madre, su abuelo y de muchas respuestas que todos le debían. Mientras cerraba con candado su casa, la observó y le dolía dejar la casa donde pasó su niñez hasta su juventud, donde había crecido mayormente con su abuelo. Se dirigió a dejarle la llave al amigo de su abuelo, el tabernero.

—Por favor, cuida de la llave. No sé cuándo volveré. Si mi abuelo regresa, entrégasela. Dile que voy a donde se encuentra mi madre y que cuando vuelva hablaremos bien de todo —dijo Ethan.

En eso aparece Matthew, y con una cara de angustia le dice:

—¿No te quieres quedar? María me dijo que estaba angustiada.-

—No es algo que se pueda negociar en estos momentos —exclamó seriamente el joven.

—¡Perfecto! Es una decisión tomada. El viaje es largo, quiero que me acompañes —dijo Bernardino, saliendo por la puerta trasera y mostrando un caballo atado a un poste—. Este es Sombra, uno de mis caballos. Es una pura sangre, es veloz, algo rebelde, se entenderán bien —sonreía mientras acariciaba el pelaje del animal.

—En otro momento lo hubiese rechazado, pero lo necesito. Tome estas monedas, no es mucho, pero podrá compensar algo —entregaba una bolsa pequeña con algo de vergüenza, Ethan.

—¡De ninguna manera! Es un regalo, no una venta. Acéptalo, sabes que lo vas a necesitar —dijo con el ceño fruncido el tabernero.

—Gracias, señor —dijo Ethan, mientras estrechaba su mano y lagrimeaba por la emoción.

—Yo también tengo algo, es una espada. Escuché que algunas aldeas un poco más adelante fueron saqueadas, hay muchos bandidos. Debes cuidarte —dijo Mathew.

—Gracias, amigo —respondió Ethan mientras miraba el grabado que decía “Unstoppable”.

—Significa imparable en latín, porque nadie te parará en este viaje por lo visto. Además, llevas buen compañero.

Ethan se dirigió a la entrada del pueblo con su nuevo compañero, el pura sangre, dispuesto a recorrer lo que fuese necesario para conseguir la verdad de todos sus interrogantes que le surgían por la noche.

Matthew miraba con tristeza cómo su amigo se marchaba. Su padre lo miraba con un brillo especial, recordando aquellas aventuras que vivió durante su juventud, aquel espíritu indomable y avasallante que solo la juventud ofrecía. Bajo la sombra de un árbol no muy lejano yacía un hombre recostado, silbando. Era Reginald junto a un corcel blanco. Miró seriamente a Ethan, y este asintió con la cabeza. No había nada más que hablar. Ambos estaban por partir. Mathew con recelo observaba que no iba a acompañar a su mejor amigo. Sin embargo, él tenía más que perder que esos dos jóvenes. Ambos eran huérfanos. Reginald sentía que su vida no tenía sentido y buscaba llenar este vacío ayudando a los demás, una vez que partió el hombre que lo cuidó y lo sacó de las calles. Le enseñó el oficio de herrero y lo acogió con sus defectos. Su mentor, que nunca tuvo familia, adoptó al joven de la cicatriz para no sentirse solo y buscar darle un rumbo a su vida. Ethan lo único que tenía era su abuelo, y ya había partido. Matthew observaba con algo de recelo el coraje y la valentía de aquellos muchachos.
"¡Nos vemos gente! ¡Espero verlos pronto!" Gritaba Ethan mientras partía al galope de su corcel junto a su aliado en su tan repentina travesía.

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