El reino de Citalp

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Los jóvenes aventureros dialogaban en voz baja, a gachas de una ventana y observando muy meticulosamente para no ser oídos o descubiertos por aquellos soldados.
Ethan y Reginald quedaban atónitos con respecto a la noticia recibida.

-¿Que tiene que ver la guardia real de élite en estos asuntos? ¿Por qué destruir tu propio pueblo? Preguntaba Ethan.

-Quizas un golpe desde dentro. Opinaba Reginald.

-A varias leguas hay una frontera, que es uno de los caminos que conduce a Citalp, de dónde vengo.

-¿Han habido varios ataques de citalpianos? Preguntaba Reginald.

-Puede que si, las zonas fronterizas siempre se encuentran en conflicto, nada que dure mucho, en semanas suele terminar siempre. Opinaba el esclavo.

-Cuéntanos de tu joven, de tu pueblo y que paso aquí. Decía Ethan.

Fausto observaba sus muñecas, algo dañadas y levantaba la vista para contar a los jóvenes que lo llevo hasta donde están ahora. Tomaba un pedazo de papel y junto a un pedazo de carbón, ilustrada un mapa, en lo que comenzaba a narrar, su historia.
-Naci en Citalp, no tengo nombre, quizás ese sea un privilegio de aquellos señores que sean nuestros dueños, mí familia es muy numerosa, tengo 4 hermanos menores, dos niñas, dos niños y yo soy el mayor. En mí hogar se comía poco, mi padre me tuvo que entregar a algunos señores a cambio de unas pocas monedas para que mis hermanos tuvieran que comer. Me dijerom que es aquello que un hombre debía hacer desde que tenía uso de razón, nunca lo vi llorar, en cambio mi madre lloró como nunca lo había hecho en su vida cuando fui entregado, mi padre la sujetaba en brazos, mientras ella hacía esfuerzos en vano por golpear a los hombres que me escoltaban.
Tenía solo 9 años cuando pasó todo, pero tiempo después comprendí todo lo que había pasado, y no ha pasado noche donde no sueñe con ver a mi madre y mis hermanos, con volver a Citalp, mi querida tierra.

Trabaje en la casa del señor el cual su jamás recuerdo supe su nombre, creo que era Beltrán, quien con su mujer me criaron, era una familia muy humilde, quizás comía lo mismo o menos que en mi anterior casa, tenían una parcela de tierra la cual tenía pocos cultivos y el señor ya estaba viejo para poder realizar las tareas solo, jamás pudo tener hijos, intentó con su actual mujer y con otras, pero era imposible, lo que le llevó a caer en manos del alcohol. A veces el señor Beltrán me hablaba como su hijo y otras veces cuando las ventas iban mal o había plagas en los cultivos o si caía desmayado por las excesivas horas de trabajo recibía una tunda. En ocasiones su mujer tuvo que intervenir para que no fuese muy duro conmigo, ella si era una buena mujer, hasta me daba comida por la noche, a escondidas de su esposo.
El señor de la casa jamás me había puesto un nombre solo me decía "niño" "joven" "enano" o "mocoso". Le pregunte porque no me ponía algún nombre, pero simplemente me ignoró, hasta que un día de tantas veces que se lo preguntaba me gritó y dijo que nunca más se hablara del tema o me daría una paliza que me dejaría inmóvil un mes.
Recuerdo que una vez cuando no pagó los impuestos a los recaudadores, el viejo se escondió debajo de la mesa y temblaba como una hoja en otoño, y los soldados le dieron una golpiza tal que hizo que llorara del miedo, por lo que se fueron y le dijeron que la próxima semana pasarían por el dinero con intereses, ese día dormí plácidamente.
Llevaba en el pueblo un par de años trabajando y viviendo como antes, no fue hasta que unos nuevos soldados que pertenecía a un reinado que jamás escuche reclamó el pueblo, y a cambio de dejarnos con vida nos cobrarían más impuestos por las cosechas y ventas. El pueblo pasaba mucha hambre, y cada vez eran más rudas las tropas, a veces apalizaba a alguien porque sí, por diversión, o alguien que sintiera que pudiese ser una amenaza, lo golpeaban hasta dejarlo inconsciente o amenazaban con asesinar a su familia para que no hiciese nada.
Teníamos casi todo el día custodia de estos soldados, solo por las noches estábamos libres de sus ojos o casi todos, dado que cuando el firmamento aparecía reducían la custodia y solo había en las entradas y salidas del pueblo. Fue entonces cuando unos artesanos, herreros, y demás mujeres, granjeros, jóvenes se empezaron a reunir en la plaza a la luz de la luna y confabularon para quitarse a estos soldados que les impedían vivir en paz.
Siempre que podían pedían a los barcos pesqueros metales que pudieran sobrar para elaborar lanzas, dagas, cuchillos, espadas, los herreros trabajan el doble, de noche y de día para fabricar el armamento de las tropas, pero también para el pueblo, a veces mezclaba el acero con algún metal similar, pero de peor calidad para guardar un poco de metal para nuestras armas.
No nos dejaban usar armas a menos que fueran para trabajo, por la tarde era cuando venía una tropa grande de soldados a cobrar lo recaudado y vigilar que trabajamos para ello, llevaban inclusive un conteo de armas para que no se nos ocurriese revelarnos contra ellos.
Fue entonces cuando tuve que aprender a usar una espada, hasta las mujeres y ancianos, las armas las guardaba el doctor del pueblo dado que su casa era la más grande, tenía un sótano, planta baja, un primer piso y un ático, dado que era el único doctor del pueblo y su vocación por la medicina era tan grande inclusive curaba a los soldados con una buena predisposición.
El doctor había enviudado hace pocos años y tenía un hijo que estaba estudiando en otra provincia, me resultó extraño que empezó a comprar vegetales demás, en el pueblo corría un rumor que estaba con una mujer, algunas lenguas comentaban que era una prostituta, otros decían que se había conseguido una nueva amante y otros que era una hija no reconocida que tuvo hace años, El doctor Taiana a veces me daba monedas de más para que no diga nada de que algunas verduras, aunque tenía su pequeño cultivo siempre salía por el pueblo, era un hombre muy amable y querido, a veces me daba un plato de su estofado típico de conejo que era una delicia, algo que jamás había comido.
El mismo día que me encontré al joven Ethan y Reginald ocurrió una desgracia. Alguien había alertado a las tropas que habría un boicot, había un traidor entre nosotros y nadie sabía.
Esa mañana recuerdo que estaba durmiendo y me desperté por unos gritos y por una rendija en la puerta observé al comedor de la casa a los señores de la casa.

RenasciDonde viven las historias. Descúbrelo ahora