Capítulo 6

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Las mañanas no podían comenzar con la mejor dicha al encontrar a su amado plácidamente descansando. En un remolino de sábanas, bajo el baño del cálido sol de las primeras horas, con un libro abierto sobre su cabeza y el celular a corta distancia de su mano derecha, parecía haber tenido un momento alocado durante la hora que no le visitó.

Albert tomó asiento a su lado para observarle descansar, cuidadosamente le apartó el libro, le gustaba poder compartir sus pasatiempos con alguien tan importante. Desde que Cassian llegó a su vida, comprendió un nuevo significado de luz.

Le vio abrir los ojos lentamente, despidiéndose perezoso del sueño, aunque los rastros de éste le hicieron volver a cerrar los párpados, le dolía la espalda y estirarse solo provocaba quejidos. Cassian extrañaba su cómoda y extensa cama, repleta de almohadas y sábanas de colores.

— ¿Cómo te sientes está mañana? — Albert tomó su mano con delicadeza, posando un pequeño beso sobre sus nudillos.

— Como si me fallara el corazón — murmuró ronco del cansancio, solo quería seguir durmiendo hasta poder volver a su casa. El último ataque le destrozó hasta las ganas de patalear, porque solo se estaba hundiendo, era inútil.

Albert apartó la mirada, entrelazó sus dedos con los del contrario, mientras buscaba calma dentro de sus pensamientos. Uno de los dos debía mantenerse fuerte.

— Cassian, en unos meses vas a mejorar, yo lo sé —

— En unos meses no estaré aquí, Albert. Tú eres mi doctor — rehuyó de su toque, estaba enojado con la vida, su cuerpo y el mundo en general, prefería seguir sumergiéndose en historias ficticias para escapar de su triste realidad — Tú deberías saberlo más que nadie —

— No vas a morir, Cassian. Yo no dejaré que mueras — le sostuvo en aquel abrazo, aunque quisiera, era él quien necesitaba consuelo en esos instantes. Su oído contra su pecho, escuchaba cada uno de sus latidos, lamentándose de su debilidad.

Si estaba destinado para él, hubiese preferido conocerle en otro contexto, no cuando la vida se le estaba escapando de la mano y todo su conocimiento, esos libros que devoró por años, esas noches interminables estudiando y el sudor que derramó para llegar a donde estaba, significaban nada porque los humanos tenían sus límites. Él no podía cumplir milagros. El único caso que no podía fallar, lo estaba perdiendo.

— Cariño — Cassian no tuvo ni las fuerzas de regresarle el abrazo, apoyó su mejilla contra sus tersos cabellos azabaches, sintió una lágrima derramarse de tanta tristeza — Tú no puedes hacer nada para salvarme... Solo tengo un deseo, Albert —

— ¡Cass, tú no vas a morir! — Insistió, quería parar el tiempo, detenerlo en ese mismo instante para poder preservar a su amor por la eternidad, sin el miedo de perderlo por su impotencia — Yo voy a... —

— Solo tengo un deseo, cariño — ignoró sus palabras, estaba cansado de escuchar promesas vacías hechas por pura desesperación — Promete que pasarás mis últimos días conmigo, seré tu prioridad... No me dejarás morir solo en está cama —

Tenso, Albert se alejó un poco para descifrar el secreto atrapado en esos orbes cristalinos de hermoso tono esmeralda, ni esas joyas se podrían equiparar a su valor, era incalculable. Encontró su propio reflejo, con esa expresión bañada en agonía. ¿Cómo podía mostrarse tan lamentable frente a él?

— Amor, no tienes ni que pedirlo. Desde el segundo en que te vi, juré dedicar mi vida a la tuya — sostuvo sus manos entre las suyas, depositando múltiples besos sobre el dorso de las mismas, firmando una gran promesa de amor — Conmigo a tu lado, jamás conocerás la soledad —

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