Capítulo 7

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"No me sirve tener el tuyo, porque te perderé y vivir ya no tendrá sentido".

El terror no estaba atrapado entre las páginas de los libros de personas extrañas, vivía con nosotros en el día a día... Albert no podía explicar el pavor que aún le recorría las manos, incluso al ver descansar a su amado en la comodidad de su camilla.

Cuidar sus sueños en medio de las penumbras ya no era suficiente. Impotente, estaba condenado a una silla en una fría habitación de paredes blancas. Un par de rayos de la luna se colaban por debajo de las cortinas, Albert estuvo tentado en clavar tablas a las ventanas.

Cassian estaba enloqueciendo, perdía la cordura cada día al entender la pequeñez de sus fuerzas. Siquiera podían culparlo por rechazar en quien le habían obligado a convertirse.

Lloró por un par de minutos en silencio al sentirse insuficiente. Tardó años en encontrar a su otra mitad y ahora la perdería en cuestión de un instante. Él era un hombre avaricioso, le encantaba poseer, por ello consumía libros en sus ratos libres, para saciar esa hambre de conocimiento que había en las historias de terceros... Su tiempo de vivir la suya, se lo estaban robando.

Albert Linwood no era un hombre religioso, en realidad, tenía un odio ferviente por Dios. Su profesión le había sepultado en ese camino de antipatía, convivía cada día con la muerte, cientos de almas habían perecido bajo el cuidado de sus manos. Dios nunca parecía escuchar los rezos, él creía que se había cerrado a los humanos... Entonces él se cerró en reconocerlo.

Irónicamente, al ver a su precioso ángel dormido, Dios fue su primer pensamiento.

Sus padres fueron los segundos. Años atrás le aborrecieron por burlarse de su cruz, de las figuras a las que parecían rendirle alta estima. Ellos le pagarían con la misma moneda al conocer su desesperación, buscando el milagro de quien tanto despreció.

La suave caricia en su mano le sacó de dentro de sus memorias, esbozó una sonrisa al hombre enredado en las sábanas. Se quejó en tono bajo por el golpe de la luz de la lamparita en la mesa, prefería seguir en tinieblas, cubriendo sus lamentos en la oscuridad.

— ¿Cuánto tiempo dormí? — Cassian preguntó al restregarse los párpados, estirado en su cama como era su rutina, si era de día o era de noche, no importaba.

— No lo sé, tal vez una hora —

— Una hora pérdida — suspiró, aceptar su final era la única opción que tenía, en realidad, ni siquiera era una opción. Aceptará o no, pasaría. La muerte les llegaba a todos, a él le llegó un poco antes que a otros — Una hora menos sin ti. Dormir debería ser un delito —

— Dormir ayuda a que mejores, Cassian — quiso cubrirlo con las sábanas, preocupado en verle hacer otra locura de desesperación — Quedarte en cama, comer adecuado, tomar tus medicinas —

— O recibir un corazón nuevo y sano —

La cobija se le deslizó de entre los dedos. Tanta exasperación se le acabó contagiando. Ambos estaban corriendo contra un reloj sin saber cuánto tiempo quedaba — ¿Quieres recibir el mío? —

— Quiero uno que no implique en tu muerte, Albert. No soy un asesino —

— No es asesinato si lo hago por voluntad — retrocedió por el golpe que su amado le dio en la frente con sus dedos. No había podido sacarle una sonrisa, ni antes ni ahora.

— Quizá debería convertirme en uno. Escaparme y sacarle el corazón a alguien más —

— ¿Y vivir condenado en prisión? Suenan a los delirios de un loco — Si pudiera y tuviese la fuerza, le hubiese golpeado de vuelta para callarlo, sin embargo, halló otra forma al sellarle los labios con un pequeño y delicado beso sobre su boca — Solo descansa, Cassian. No digas más estupideces —

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