Capítulo II

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Una especie de luz tenue se filtraba por la ventana cuando Vera abrió los ojos. Se estiró y, al bostezar, un olor peculiar le hizo cosquillas en el estómago. Kleiff.

Miró a su alrededor. El otro lado de la cama había sido usado, y en la almohada todavía quedaba la forma de haber estado apoyada su cabeza. Había dormido con ella, pero ¿por qué?

Los recuerdos de lo sucedido el día anterior relampaguearon en su mente y tuvo que incorporarse al sentir que se ahogaba.

Enna, Enol y Owen...

Sintió las lágrimas agolpándose en sus ojos; respiró hondo y las reprimió. No podía romperse, tenía que ir a ver a Calem y hablar con Kleiff.

Tuvo que hacer varias inspiraciones profundas hasta que se sintió con fuerzas para destaparse. Se sorprendió al ver que estaba completamente desnuda y la toalla con la que se había tapado al salir de la ducha estaba a un lado, hecha un gurruño.

Se ruborizó ligeramente al pensar que Kleiff había estado tumbado junto a ella; luego se dio cuenta de que era una tontería. Tenía cosas más importantes en las que pensar.

Se levantó y cogió la ropa doblada que le habían dejado a los pies de la cama. Al ponerse el pantalón ancho y la camiseta, casi se le saltaron las lágrimas.

Hacía meses que no llevaba ropa del H y, aunque pensaba que se había acostumbrado a las prendas que llevaba en el M, estaba mucho más cómoda con eso.

Se hizo una coleta alta y salió al pasillo. Sabía que era de día porque las luces de los pasillos eran mucho más brillantes, pero apenas entraba luz del exterior por las ventanas. Se acercó a una de ellas y vio el mismo cielo negro y verde de la noche anterior.

Supuso que en Tierra Vacía no había cielo ficticio y que lo que estaba viendo era el exterior de la Nueva Tierra.

Un chico mestizo la saludó al pasar junto a ella y se fijó en la estructura del edificio. El techo era abovedado y las paredes circulares, como si estuvieran en una cueva.

Caminó por el pasillo hasta llegar a un distribuidor circular enorme del que salían cuatro pasillos. La puerta de entrada estaba en el centro y por ella entraban y salían mestizos que la saludaban con alegría.

Vera devolvió los saludos mientras leía los letreros de información: «Tierra Vacía se encuentra en una atmósfera neutra, mestizo. Respira hondo y relájate» rezaba uno de ellos; se sorprendió al darse cuenta de ello. Recordó que, mientras esperaba recibir noticias de Calem, había notado que respiraba con dificultad. Había pensado que se trataba de la ansiedad por todo lo sucedido, cuando lo que realmente estaba haciendo su cuerpo era adaptarse a aquella atmósfera neutra, expulsando los últimos restos de la mutada.

Terminó de leer la señalización que había en cada pasillo y se encaminó hacia el que indicaba «Unidad médica».

No recordaba el camino de la noche anterior. Quiso pensar que era por la diferencia de iluminación, pero sabía que era por el cansancio y cúmulo de emociones.

Recorrió el pasillo hasta llegar a las zonas de cuidados intensivos, unas habitaciones cuyas paredes tenían la mitad superior de cristal, lo que permitía ver el interior.

Al final del corredor, observando la habitación, se encontraba la mestiza que había conocido la noche anterior.

La mujer se dio cuenta de que Vera la observaba y se acercó a ella. Tenía el pelo corto, era más alta que Vera y vestía con uniforme militar.

Era muy guapa, pero tenía un semblante tan serio que intimidaba. Sonrió a Vera ligeramente y se paró frente a ella.

―Vera Yeren.

Las Cenizas Que QuedenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora