CAPÍTULO 2

958 73 2
                                    

Ethan

Todos me conocían por "el jefe", yo Ethan Evans a mis 26 años de edad, tenía a toda Londres bajo mis pies. Las empresas más importantes eran mías, mis negocios habían llegado a todo el mundo. Todos absolutamente todos me temían y me respetaban porque yo era el jefe. A mis 15 años supe que conquistaría el mundo. Me escapé de mi casa con 16 cuando conocí a mi mejor amigo Fabio un afroamericano que se convirtió en mi hermano después de darme la paliza de mi vida por besar a la que era en ese momento su chica. En ese momento el destino nos unió. Yo estaba perdido, no sabía lo que hacía, lo único que me importaba era follarme a unas cuantas tías cada noche, beber y meterme en peleas por diversión. Fabio a pesar de ganarme esa noche, me felicitó por las tácticas que había utilizado con él y me metió en el mundo en el que estaba en ese momento.

A pesar de su edad, Fabio era parte de la mafia. Tenía un papel bastante respetado en ella y de él emanaba un poder que me hizo admirarlo. Desde ese entonces supe que era hora de trabajar por mi mismo y ser conocido por quien era no por mi padre ni por su riqueza. Mi padre supo que me estaba metiendo en un terreno pantanoso, sin embargo él también estaba metido así que no me podía recriminar nada. Recuerdo esos años como los mejores años de mi vida, dejé de ser el niño rico de papá y pasé a ser el más temido y respetado por todos. Mi inteligencia me ha permitido ganar millones e incluso ganar a los más tímidos y los altos líderes de la mafia.

Esa mañana ya me había despertado de mal humor, no era raro en mí, sin embargo, lo que había pasado esa mañana me había puesto aún de más mal humor.
"Váyase usted un poco a la mierda, señor" me había dicho la malcriada. Pero lo que más me molestó es que no la puse en su lugar. Me dejó hipnotizado en el momento en el que alzó su vista y sus ojos se conectaron con los míos. Sus ojos eran de un marrón muy clarito y su cara era tan angelical e inocente, sin embargo, su cuerpo decía otra cosa tenía unas curvas muy bien pronunciadas y sus pechos se alzaban por encima de su escote como si desearían salir a fuera. Mi mal humor aumentó, se veía tan indefensa y tan asustada pero cuando me dijo eso sentí una oleada en el corazón. Ninguna mujer se había atrevido a mirarme a los ojos y hablar. Todas se quedaban mudas con tan solo mi presencia. Pero aquella malcriada había tenido las narices de acercarse a mí impregnarme con su dulce olor y mirarme directamente a los ojos mientras me decía esas palabras que en vez de enfadarme me la habían puesto muy dura. Su olor se quedó impregnado en mi, mientras que se marchó dejándome ahí con ganas de hacer que se trague sus palabras.

-Señor, su reunión empieza en menos de un minuto- dijo Andy siguiéndome con sus ruidosos tacones agarrando una carpeta.
-Su nueva secretaria ya está al tanto de todo, señor.
-Bien, Andy, que pase a mi despacho después de la reunión.
-Como ordene, señor.
Caminé por la planta de la sala de reuniones mirando al frente mientras que notaba como todos y todas me dan los buenos días o volvían a sus puestos de trabajo asustados. Cuando llegué a la sala pude ver como todos estaban de pie algunos charlando y otros distraídos.
-Por si no lo sabéis, esta es una reunión seria. Quien no quiera trabajar o quiera perder el tiempo que salga ahora mismo por esa puerta. ¿Queda claro?
Al segundo todos se volvieron a sus sitios y guardaron silencio. Caminé hasta la mesa y dejé las carpetas. Me senté en mi sitio y de repente mis ojos se fijaron en una persona que estaba delante mía. Me quedé congelado por unos segundos. Era la misma chica de esa mañana, tenía las mejillas ruborizadas mientras que estaba escribiendo algo en su ordenador. De repente sus ojos se clavaron en los míos y los apartó rápidamente . Mierda. Ella debía ser la nueva secretaria de la que me habló Andy. Mantuve la expresión seria mientras ví como se levantaba y proyectaba la información de la que iba a hablar ese día. Mis ojos se fijaron en cómo se movía y la profesionalidad con la que lo hacía. El vestido se le ceñía al cuerpo como una segunda piel. Sentí como se me puso dura de nuevo con tan solo verla caminar hacia mi con el ordenador en la mano.
Carraspeé y me moví en mi sitio intentando ocultar la gran erección que se escondía en mis pantalones y que estaba amenazando en salir afuera.

DESTINADOS A PERDERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora