39. Te encontre

94 9 0
                                    


Despierto agotada después de dormir por más de diez horas seguidas. La luz de la ventana me da directo en los ojos. Pestañeo incómoda por la claridad de la recámara. No suelo ser una persona gruñona en las mañanas, normalmente me levanto con ánimo y con más alegría de la que tengo en el resto del día. Me gustan las mañanas. La cantidad de sol que aporta, si considero que el clima de Manhattan es bastante frío, que pocas veces puedo sentir el calor, es buenísima. He terminado por apreciarlo al sentirlo por la ventana. Mi visión comienza a acostumbrarse a la habitación en la que estoy. Amanecer sola sabiendo que Santiago está en la recámara contigua ha sido lo más difícil que ha tenido que hacer en los últimos días. El deseo que siento por él es cada más insoportable a cada segundo que pasa.

Estaba tan agotada anoche que ni siquiera pasé a cenar. Me disculpé con Santiago y con Mateo por la falta de consideración, pues ellos me invitaron a su hogar. Cierto que no era una invitación común, de esas que haces cuando quieres hacer una fiesta o cuando quieres que tu familia conozca a esa persona que te hace latir más deprisa el corazón. El hecho es que me habían invitado. Cansada y agotada por el día, me di una ducha y tomé un relajante. No necesitaba algo así. Lo que sí quería era poder descansar por varias horas y despejar mi mente.

La situación con Ryan se vuelve cada día menos tolerable. Cruzó la línea cuando tocó a Sofi.

Hasta hace años no volvió a cruzar por mi mente, no como ahora, sino como un vago recuerdo del abuso que cometió, pero ahora lo recuerdo con la misma rabia que sentí durante semanas, durante meses. Pasó mucho tiempo antes de que yo pudiera recomponer mis emociones y entender de una vez por todas que perdí la oportunidad de ser madre. Estaba dañada, arruinada e incompleta por el resto de mi vida. Todo era culpa de Ryan. Nunca quise afectar a Joshua con el dolor que sentía. Mi hermano ni siquiera se enteró de lo que atravesaba. Así fue mejor.

Le cancelé a Cristopher la cena que teníamos pautada para anoche con la esperanza de dejar pasar unos días antes de volver a salir. Este recóndito lugar al que vine con Santiago y el deseo de poder hablar con él, de decirle por qué me comporté de esa manera ayer, es más importante para mí que sentarme en un restaurante francés y comer raviolis.

No sé cómo acercarme a Santiago, expresar lo que siento por él y salir victoriosa o al menos sin dolor. Es un hombre lleno de secretos y misterios, aunque su manera de tratarme, su calidez y su forma de protegerme me hacen querer llorar porque por primera vez en mi vida alguien se preocupa por mí. Comparto algo más que una atracción sexual. Quiero y anhelo confirmar que él también lo siente así. No puedo detenerme y dejar que mis miedos e inseguridades se adueñen de mis impulsos.

Entonces está el hecho de ser una prostituta. No siento necesidad alguna de prostituirme después de que estuve con él por primera vez. Mis pensamientos solo son para mi diablo.

¡Dios! Él podrá tener a quien quiera.

Un grito me hace levantar de la cama de inmediato. Agarro un chal y me lo pongo por encima del pijama de tirantes y short. Abro la puerta de la habitación y corro a la puerta de Sophie, la cual está justo al lado de la mía. El castillo tiene en el segundo nivel siete habitaciones: una ocupada por Mateo, otra que es la de Santiago, donde duerme Sophie y la mía. Las otras tres no sé para qué las utilizan.

Es muy probable que la familia Dominelli sea más grande de lo que yo creía.

Abro la puerta y me congeló al ver cómo Sophie está en una esquina de la cama con la sábana hasta los ojos. Mira hacia una dirección en donde no hay absolutamente nadie. Me acerco a ella despacio. Justo en ese momento escucho los pasos de Santiago y Matti. Les hago señas para que se queden detrás. No quiero asustarla más de lo que ya está.

Placer rentado - Trilogia Placeres 1 - DISPONIBLE EN FISICO EN AMAZONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora