Capítulo 9: Hospital For Special Surgery

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Hace 7 años

—Thea, ven a casa. —La voz de mi hermano menor me asusta. Un compañero de trabajo me había pasado la llamada.

Apenas son las 3:15 p.m. Mi turno termina a las 11:00 p.m.

Últimamente Joshua no se ha sentido bien. Los dolores de cabeza han aumentado y el cansancio también. Tuvo que dejar de ir a la escuela hace una semana.

—Ya salgo, Josh. —Cuelgo y me quito el mandil.

No me importa perder un trabajo por irme antes de la hora indicada. No me importa cuando se trata de mi hermano.

—Thea, ¿a dónde vas? —Es el gerente del bar.

Me giro y le digo en tono suave:

—Mi hermano está enfermo otra vez. Lo siento, Matt, debo irme.

Avísame si vienes mañana. En caso de no hacerlo, debo cubrir tu turno.

Asiento y me voy.

El trayecto en autobús fue un caos. Gente bajándose en cada parada y yo desesperada por la tranquilidad con la que todos caminan y accionan. ¿Acaso no se dan cuenta de que tengo prisa? Seguro no. Quizás unos pocos, tampoco les interesa.

Llego a casa y abro la puerta con rapidez. Odio tener a Joshua enfermo. Tiene nueve años y es mi debilidad. Juntos hemos pasado por demasiado. Lo nuestro es más que un compromiso por sangre. Nos une un lazo más fuerte: la soledad en común. Somos él y yo. Ni padres, ni tíos, ni abuelos. No tenemos a nadie.

—Josh —le llamo de inmediato.

Aquí.

Sigo el sonido de su voz y lo encuentro en la habitación que compartimos.

No tengo para pagar un apartamento con dos habitaciones, así que compartimos una pequeña habitación con un camarote de dos pisos. A sus siete años es más organizado que yo.

—Josh... —me acerco y le pongo la mano en la frente. Él está acostado en la cama de abajo— estás ardiendo.

Siento ganas de llorar, pero resisto. Llevamos toda una semana así. No tengo un seguro médico que sirva ni mucho menos dinero para llevarlo a la clínica.

Y él lo sabe.

Tiene una sudadera roja y un short jean que ha visto mejores tiempos. Su cabello negro está pegado a su frente por el sudor de la fiebre que estoy segura de que está sobre los cuarenta grados.

Me siento a su lado y calculo en mi mente cuánto dinero tengo en la gaveta. Cada día tiro dólares y centavos sin medir lo que echo dentro de la misma. Sin embargo, hace tres días calculé y sé que tengo lo suficiente para una asistencia médica primaria.

—Joshua, levántate, te llevaré al hospital. —Tengo mi uniforme puesto y no pretendo quitármelo. Mientras más deprisa lleve a mi hermano más tranquila estaré—. Por favor, cariño. Debemos ir y descartar cualquier virus.

—No tenemos dinero, T. —Desde pequeño se ha negado a llamarme por mi nombre completo. El T es suficiente para él.

Me parte el corazón su forma de preocuparse y de pensar como si tuviera más edad de la que en verdad posee.

—No es tu trabajo preocuparte por eso, Josh. Yo me encargo, igual que siempre.

Me paro de la cama y saco el dinero desparramado, lo meto en un bolsito gris que siempre guardo y recojo los papeles e identificación.

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