23. El paraiso

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—¿Qué hacemos ahora?

Nos terminamos las tres botellas de vino.

Sophie está que da la hora y yo... pues me siento en las nubes con Santiago mirándome como si me fuera a comer en cualquier momento.

Las ansias me dominan.

Sus ojos son tan oscuros y brillantes, entre café y chocolate, entre infierno y paraíso.

Considerando que es mi diablo encarnado, por mí puede ser mi condena y con gusto me lanzo.

—¿Adónde vamos ahora?

Sophie está de pie en la puerta con su móvil y su cartera en la mano. Nos mira de lado a lado.

Santiago tiene la vista fija en mí. Creo que es capaz de decir cuántas veces pestañeo por minuto.

—No sabía que íbamos a continuar fuera de aquí —comenta él.

—Lo primero es que ni siquiera estabas invitado —contraataca Sophie con una sonrisa inocente.

Sospecho que no aguanta más de tres copas de vino y creo que sola ha acabado una botella completa. Si nos vamos fuera, tendré que monitorear que no se haga una mierda.

Santiago va a responder algo de lo que ya sé por experiencia. Su franqueza el noventa por ciento del tiempo lastima. Coloco una mano sobre su espalda; espero evitar que se detenga. Me mira, extrañado. No sé cuál de los dos está peor. No tengo ningún tipo de conocimiento en esta mierda de complicidad.

—Salgamos —digo. ¿Qué es lo peor que puede pasar?

Coloca su mano sobre la mía. Extrañada con el gesto, lo observo, precavida.

Estoy sentada en el sofá.

No tuve tiempo de ducharme y cambiarme la ropa, por lo que sigo con el mismo jean descolorido y el t-shirt puesto. Además, mi cabello está suelto. No sé cuántas veces lo he colocado detrás de mis orejas, gesto que hago bastantes veces al día cuando lo llevo suelto. Es una manía que tengo desde mi juventud.

Santiago está sentado en el reposabrazos del mueble. Aquello me obliga a levantar la vista hacia arriba.

—¿Estás segura de querer salir?

La pregunta me intriga, es casi como si estuviera preocupado por mí.

—Sí, salgamos. —Por primera vez en mucho tiempo siento que podré darme el gusto de hacer lo que quiera—. Movamos un poco el cuerpo. Sospecho que no eres de los que bailan.

—Sucederá lo mismo que cuando nos conocimos —susurra al acercarse a mi oído.

Me mojo con solo escucharlo.

El alcohol y las ganas que le tengo me han desequilibrado toda la noche.

¿Cómo diablos era mi vida antes de conocer a Santiago?

No sé en qué instante dejé de sufrir por mi pasado. Comencé a pensar solo en él, en lo que deseo que me haga y en las cosas que ansío hacerle.

—¿Y eso qué fue? —Giro mi cara y provoco que nuestros labios casi se rocen.

—Que ahora no puedes sacarme de tu cabeza.

Simple, transparente y real.

Me levanto del sofá y paso las manos por mi blusa. Reprimo el impulso de apoderarme de su boca y demostrarle que sí es cierto. No puedo evitar pensar en él desde que el sol sale hasta que se oculta. Sin embargo, me controlo, ya que siento la mirada de Sophie fija en nosotros.

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