Capitulo extra

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El problema con los sueños es que cuando uno despierta no sabe si todo fue producto de su imaginación o si en verdad sucedieron las cosas así.

Despierto sudada con Santiago sobre mí. Me mira como si creyera que me voy a romper en mil pedazos en cualquier momento.

La habitación está a oscuras, solo distingo a duras penas a mi diablo, el que ha estado conmigo estos últimos días caóticos y destructivos para mi sistema nervioso.

Santiago me observa, preocupado. Esta no es la primera vez que lo despierto a mitad de la noche por mis pesadillas.

Cristopher anda suelto por ahí.

Quizá hace daño y lastima a personas inocentes, como lo fui yo una vez y como lo es ahora Sophie.

—¿Otra pesadilla? —Su voz me envuelve y me tranquiliza a la vez.

Así fue desde que apareció en mi vida.

Santiago Dominelli es la personificación de mis más profundos y carnales deseos.

—Otra pesadilla —concuerdo.

Odio sentirme indefensa frente a un hombre tan seguro como Santiago, una persona que parece que no le teme a nada. Hay muchas cosas que desconozco de él. No lo llevo tampoco muy fácil para obtener respuestas.

—Comienzo a pensar que debes ir a un...

—No voy a tratar esto contigo, Santiago. Son mis problemas, ya lo hablamos. No voy a ir a un maldito loquero para que me recete pastillas para dormir.

Hace ya una semana que estoy aquí en la mansión de los Dominelli. Santiago no me ha dejado salir y yo tampoco deseo hacerlo. Le he desarrollado un pánico a Manhattan que jamás pensé jamás tener. Me crie allí en un barrio con una casa cayéndose a pedazos. A Joshua también lo vi crecer en un lugar nefasto. Nunca pensé que una ciudad que me dio la oportunidad de ver a mi hermanito crecer pudiera causarme tanto dolor y desconcierto a la vez.

Cristopher está suelto y dispuesto a hacerme sabrá Dios cuantas cosas.

Ya alcanzó con su maldad y venganza a Sophie. La pobre quedó en el fuego cruzado. No sé cómo pedirle perdón por involucrarla con un hombre que solo buscaba hacerme daño.

—Ese es el problema, Thea, no estás durmiendo. Prometiste intentarlo, y no lo estás logrando. No puedes quedarte sin hacer nada esperando que tu mente asimile lo que te ha sucedido...

—No me analices, Santiago. No acepté quedarme aquí para que te creyeras mi psicólogo.

—No —me da la razón y se levanta de la cama—, te quedaste porque te obligué, porque eres tan irresponsable con tu vida que fácilmente después de encontrar a Sophie como la encontramos, también fácilmente buscas a Cristopher tú misma.

Se va y me deja con la boca abierta.

Tiene razón. Eso era lo único que quería hacer cuando vi el video de la cámara de seguridad del pasillo de nuestros departamentos. Es jodido ver que cuando decides confiar en alguien por primera vez en años, esa persona es la que te clava el cuchillo por la espalda, aunque, en este caso, él quiere clavarme el cuchillo justo en el corazón. La situación es asquerosa. Cristopher me busca y yo no tengo idea del porqué. No lo conozco de ningún otro lado. Lo vi por primera vez en la calle cuando salí llorando de mi departamento al encontrar la caja de regalo con la lencería. Esa voz retorcida y modificada que me habló minutos luego de llegar a mi departamento era él. Sin embargo, incluso una semana después no logro entender la razón del porqué él quiere lastimarme.

Miro el reloj en la mesita de noche al lado de la cabecera de la cama. Son las dos de la mañana. Otro día más que no logro conciliar el sueño y que termino jodiendo la paz de Santiago. Me levanto y me quito lo único que llevo puesto: mis bragas. La semana que he estado en la mansión con Santiago ha sido como estar en el paraíso del sexo y del desahogo. He sabido durar horas sin pensar en Cristopher ni en el suplicio que ha sido mi vida desde que tengo uso de razón. Hacerme cargo de Joshua no fue fácil, pero la vida con él era mucho mejor, más tranquila, menos problemática y menos caótica. Me meto en el cuarto de baño y abro la llave inferior para llenar la tina.

Santiago me permite usar su tarjeta para comprar diversidad de aceites y cremas relajantes, aparte de las que traje de mi departamento cuando recogí todo la noche que vine con él en su jet privado.

«No sabes si él tiene tu tarjeta jaqueada para ver dónde compras y a qué dirección se envía», me dijo cuando le contesté que podía comprar mis propias cosas.

Tengo dinero suficiente.

He vendido mi cuerpo por cantidades ridículamente sorprendentes muchas veces sin tener que dejar que un hombre me penetrara. Existen personas capaces de pagar cantidades extremas por fetiches y tiempo. Yo soy una experta en ese ámbito.

«Como gustes», fue lo que respondí en ese momento.

No puedo ser una desagradecida con el único hombre que intenta ayudarme en realidad.

Santiago sigue siendo un enigma. Por más que intenté descifrarlo, él cerraba las puertas en mis narices y me besaba para que olvidara mis intenciones. Y bien que lo ha logrado hasta ahora.

Me meto en la bañera y cierro la llave. Le coloco esencia de naranja al agua y me dejo hundir un poco hasta que me cubre el cuello.

Una semana encerrada en una finca que no tengo la menor idea de dónde está.

Una semana que Sophie casi muere a manos del hombre que creí podría ayudarme sin saber que él mismo es el psicópata que me acosa.

Una semana desde que Santiago prometió cuidarme.

Lo quiero.

Me encanta.

Solo que él no lo sabe.

Para él nuestra relación es algo físico. Intenso pero físico.

Santiago se aleja cada segundo que me descubre mirándolo. No tengo idea de qué pudo haber pasado en su vida para que se convirtiera en ese hombre tan frío y precavido que ahora me cuida.

—¿Quieres compañía?

Abro los ojos y descubro a mi diablo en la puerta.

Está desnudo.

Me sonríe, provocativo. Con sus ojos oscuros, casi negros, me contempla como si fuese la mujer más sexi del mundo.

Algo bueno tenía que tocarme de este infierno que me consume día a día.

—No tienes que preguntarlo —susurro.

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