11. Desahucio

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6 años atrás

Salgo corriendo de la oficina del doctor Ponce. Él trata a Joshua desde hace un año. Mi hermano ha desmejorado bastante. Las lágrimas no dejan de salir. No puedo creer las palabras de Ponce, las cuales aún retumban en mi cabeza como un eco desprovisto de emociones.

«No más de tres meses».

¿Cómo podré perder a mi hermano en tres meses?

Me detengo en la salida de emergencia del hospital.

El cielo está oscuro. Igual que mi vida y que mis sentimientos ahora mismo.

Dejo las lágrimas salir y mi cuerpo cae sin fuerzas de rodillas contra el concreto.

No puedo perder a Joshua. Sin embargo, tampoco tengo dinero para alargar su vida y su tiempo conmigo. Sus oportunidades de sobrevivir no son muchas. Necesito que esté a mi lado durante más de tres cortos y pasajeros meses.

—¿Está bien? —Es una enfermera. Imagino que debo verme estúpida y arruinada en la acera del hospital.

—Yo... Solo necesito tiempo y aire fresco. —Seco las lágrimas que mojan mis mejillas sin control—. Gracias por preguntar.

—¿Quieres compañía? —Sin esperar mi respuesta, la mujer de unos cuarenta años y uniforme azul claro se sienta a mi lado.

La miro de reojo y me muevo un poquito a la derecha, aunque no es necesario. Estamos solas y hay bastante espacio.

—¿Un familiar enfermo? —Sus manos están entrelazadas y su vista fija en la calle.

—Mi hermano menor —contesto.

La enfermera tiene el pelo negro con algunas canas que puedo ver a través del gorrito azul.

—Lo siento, niña. Es triste tener a un ser querido enfermo. ¿Cuántos años tiene?

—Cumplió ocho años hace unos meses. —Una lágrima solitaria y escurridiza se me escapa.

Odio el sentimiento de impotencia.

Odio sentirme inútil sentada en la acera del hospital huyéndole a la realidad que me arropa.

Mi hermano está muriendo.

No tengo dinero para otra sesión de quimioterapia, lo que puede significar que en menos de tres meses un niño de ocho años perderá su vida.

—Tranquila, niña. Dios no nos da nada que no podamos soportar. —Pasa un brazo encima de mis hombros.

Cuando ella comienza a acariciar mi hombro me doy cuenta de que tiemblo y las lágrimas salen disparadas de mis ojos.

—Tengo miedo de perderlo —le digo entre sollozos—. Solo lo tengo a él. No puedo perderlo.

—Todo estará bien. Confía en que todo mejorará. ¿No tienes a alguien que te ayude?

Observo mis zapatos desgastados, unos tenis que habían visto una mejor vida. Mi ropa descolorida tiene dos días sin lavar por falta de tiempo y deseo. La vida me pasa sin notarla. Me duchaba en el hospital una vez al día y me quedaba horas con Joshua. Cuando él dormía, aprovechaba para ir a trabajar. Cada vez que salía de la habitación me aterrorizaba pensar que podían llamarme y decirme que su corazón se había detenido.

Pensaba eso y el pecho se me apretaba y se me dificulta respirar.

—Solo somos él y yo. Ha sido así desde hace tanto... desde que él era tan solo un bebé recién nacido. —Suspiro y seco por completo mis ojos—. Mi madre no pudo estar con él y no pudo cuidarlo, no porque no quisiera, sino porque el papá de Joshua la asesinó. —La mujer contiene un grito. Lo sé, es lo que todos hacen. Esa expresión de asombro y dolor la he visto y escuchado antes—. Yo tampoco pude dedicarle tanto tiempo. Tuve que trabajar para mantenernos a ambos. Quizá si hubiese pasado más tiempo en casa... yo...

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