Era una noche calurosa en Doha, y el Estadio Lusail se preparaba para la final del Mundial 2022 entre Argentina y Francia. Como yo era asistente técnica de Lionel Scaloni, estaba al borde de los asientos en el banquillo, mientras los nervios y la emoción se mezclaban en mi interior. Pero había algo más en lo que pensaba: Emiliano "Dibu" Martínez, el arquero que había capturado mi corazón desde el primer día en que lo vi entrenar.
Recuerdo perfectamente el primer día que vi a Emiliano. Fue durante los entrenamientos previos al torneo. Yo estaba encargada de la logística, pero no podía evitar quedarme en las gradas cada vez que el Dibu se ponía bajo los tres palos. Era fascinante ver cómo se movía con una combinación de gracia y fuerza, atrapando pelotas con una habilidad casi mágica. Su presencia en el campo era imponente, y su energía, contagiosa.
En uno de esos entrenamientos, me armé de valor para retar a Emiliano a una tanda de penales. Yo, más baja que él y sin la experiencia de un jugador profesional, me sentía nerviosa, pero también emocionada. Cuando llegó mi turno, le lancé el penal más desviado que se podía imaginar. Emiliano, con su característico sentido del humor, me miró con una sonrisa burlona.
—No sé si la pelota estaba desviado o si simplemente quisiste probar si podía volar. —bromeó, provocando risas entre sus compañeros. Entre sonrisas y un leve sonrojo, me reí junto con él, sabiendo que el Dibu era mucho más que un arquero impresionante: era un ser humano cálido y accesible.
A medida que avanzaba el torneo, Emiliano y yo compartimos más momentos, entre los entrenamientos y las reuniones del equipo. Nuestras conversaciones se volvieron más personales, y la conexión entre nosotros se hizo palpable. Admiraba la pasión y la dedicación de Emiliano por el fútbol, y él empezó a disfrutar de nuestras conversaciones ligeras y de mi apoyo constante. Pasábamos horas hablando después de los entrenamientos, ya sea en las gradas vacías del estadio o en algún rincón tranquilo del hotel donde nos alojábamos. Cada charla nos acercaba más, y poco a poco, mi admiración por él se transformó en algo más profundo.
Finalmente, el día de la final llegó. Argentina se enfrentaba a Francia, y el Dibu estaba en su mejor forma. El partido fue una montaña rusa de emociones, con cada parada de Emiliano en el arco generando un grito de alegría entre el público y en el banquillo. Yo estaba allí, observando cada movimiento de Emiliano con admiración y un pequeño nerviosismo. La intensidad del juego se reflejaba en mi rostro, pero cada vez que Emiliano me miraba, sentía que todo estaba bien.
El momento culminante llegó durante la tanda de penales. Emiliano estaba imponente bajo los tres palos, y no podía apartar los ojos de él. Cuando Montiel convirtió el penal decisivo y el estadio estalló en júbilo, el equipo argentino se lanzó a abrazar al Dibu. No pude contener las lágrimas de felicidad y orgullo.
Después del partido, la celebración fue algo que jamás olvidaría. El equipo estaba eufórico, y la fiesta en el salón de eventos era una explosión de alegría y camaradería. Me encontré rodeada de jugadores que compartían chistes y anécdotas, pero mi mente estaba en Emiliano. Finalmente, lo vi solo en un rincón, mirando por la ventana. Me acerqué con el corazón palpitante, sintiendo la presión de lo que estaba a punto de decir.
—Emi —susurré en medio del bullicio de la fiesta—, solo quería decirte lo increíble que has sido, no solo en el campo, sino también para mí. Nunca imaginé que algo así podría pasar.
Emiliano me miró, sus ojos reflejaron la misma intensidad que había mostrado en el partido.
—Sofi, desde que te conocí, algo cambió en mí. Todo ha sido más especial contigo cerca. No quiero que esto sea solo un recuerdo del Mundial. Quiero que seas parte de mi vida, más allá de esto.
Sentí que el corazón se me aceleraba y las palabras de Emiliano resonaban en mi cabeza. Me acerqué un poco más, respirando hondo antes de hablar.
—Emi, estos días junto a vos han sido los más intensos y hermosos que he vivido. No solo por el fútbol, sino porque me hiciste sentir algo que nunca había sentido antes. Cada mirada, cada charla, cada risa compartida... todo ha sido especial. No quiero que termine aquí. Quiero seguir caminando este camino con vos, enfrentar juntos lo que venga, y construir algo que dure más allá de este torneo.
Emiliano sonrió, una sonrisa que iluminaba su rostro y hacía que mi corazón se sintiera más ligero.
—Sofi, no sabes cuánto me alegra escuchar eso. Vos me diste fuerza en los momentos difíciles, me hiciste reír cuando más lo necesitaba, y me diste una razón más para dar lo mejor de mí. Quiero que seas parte de mi vida, no solo como asistente del equipo, sino como alguien especial, alguien que quiero tener a mi lado en todo momento.
Sin más palabras, Emiliano me tomó en sus brazos y me besó, un beso que combinaba la pasión de la victoria con la promesa de un futuro juntos. La fiesta continuó a nuestro alrededor, pero para nosotros, el mundo parecía haberse detenido en ese momento. Era el comienzo de una nueva etapa, y ambos sabíamos que estábamos listos para enfrentarla juntos, con el mismo fervor y dedicación que habíamos mostrado en el Mundial.

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Cortitos de la Scaloneta
Romance¡𝗟𝗲𝘀 𝗱𝗼𝘆 𝗹𝗮 𝗯𝗶𝗲𝗻𝘃𝗲𝗻𝗶𝗱𝗮 𝗮 𝘂𝗻 𝗺𝘂𝗻𝗱𝗼 𝗱𝗼𝗻𝗱𝗲 𝗲𝗹 𝗳𝘂́𝘁𝗯𝗼𝗹 𝘆 𝗲𝗹 𝗿𝗼𝗺𝗮𝗻𝗰𝗲 𝘀𝗲 𝗲𝗻𝗰𝘂𝗲𝗻𝘁𝗿𝗮𝗻 𝗲𝗻 𝗰𝗮𝗱𝗮 𝗲𝘀𝗾𝘂𝗶𝗻𝗮! 𝗔𝗰𝗮́, 𝗲𝗻 "𝗖𝗼𝗿𝘁𝗶𝘁𝗼𝘀 𝗱𝗲 𝗹𝗮 𝗦𝗰𝗮𝗹𝗼𝗻𝗲𝘁𝗮" 𝗱𝗲𝘀𝗰𝘂𝗯𝗿𝗶𝗿...