𝗦𝗶𝗲𝗺𝗽𝗿𝗲 𝘃𝗮𝘀 𝗮 𝘀𝗲𝗿 𝗲𝗹 𝗺𝗲𝗷𝗼𝗿 (𝗡𝗶𝗰𝗼 𝗚𝗼𝗻𝘇𝗮́𝗹𝗲𝘇)

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Estaba sentada en el sillón del living, mirando las noticias deportivas en la tele. Sabía que los programas se iban a llenar de análisis del partido de las eliminatorias para el mundial 2026 de Argentina contra Colombia, y que lo iban a criticar por no haber pateado ese segundo gol. Como siempre, no me importaba lo que dijeran los periodistas, pero sabía que a Nico sí. Cada vez que tomaba una decisión que él mismo consideraba errónea, se quedaba dando vueltas en su cabeza.

Escuché la puerta abrirse y lo vi entrar, con esa carita de cansancio y frustración que ya conocía demasiado bien. Llevaba una bolsa de hielo en la mano, todavía por el golpe que se había llevado en la cabeza durante el partido. Me levanté y caminé hacia él.

—Che, amor, ¿estás bien? —le pregunté, mirándolo a los ojos mientras le sacaba la bolsa de hielo para ponerla en la mesa.

—Sí... —respondió, pero con esa voz que deja claro que no, que estaba a mil.

Lo abracé y sentí su brazo rodearme con suavidad.

—Te vi —murmuré contra su camiseta—. Hiciste un golazo, eh.

—Sí, pero después la cagué... —dijo él, soltando un suspiro pesado.

Nos sentamos en el sillón, y lo miré a los ojos, notando esa mezcla de tristeza y auto-reproche que tanto me dolía ver en él. Sus dedos jugaban nerviosamente con la tela de su pantalón.

—Nico, hiciste lo que creías que era mejor en el momento —le dije, tocándole la pierna—. No siempre sale como uno quiere, pero jugaron increíble. No fue un partido fácil.

—Ya sé, pero... —hizo una pausa, mirando hacia el suelo—. Si hubiera pateado yo, capaz ganábamos. Fue una mala decisión. Me mandé una cagada. Los pibes se merecían ese segundo gol.

—Eh, eh, pará —le agarré la cara con ambas manos, obligándolo a mirarme—. No podés cargar con todo vos solo. ¡Metiste un gol que nos dio la ventaja! Y encima, ¿sabés qué es lo peor? Que Colombia festeja una eliminatoria como si fuera la Copa del Mundo, después de que les ganamos la Copa América. ¡Es una boludez!

Él soltó una sonrisa pequeña, pero no de esas que le llegaban a los ojos. Sabía que todavía estaba dándole vueltas al asunto. Entonces me acerqué más y le di un besito en la frente, justo donde tenía el chichón del golpe.

—Lo que más me importa —dije suavemente, acariciándole las mejillas— es que estás bien después de ese cabezazo. Eso fue lo que me tuvo nerviosa todo el partido. El gol... eso viene y va. Pero vos, amor, vos sos lo más importante.

—No me duele tanto —me respondió, su voz algo más suave—. Pero en la cancha, me sentí medio mareado un ratito.

—¿Ves? Por eso no tenés que preocuparte por el partido. Lo que hiciste estuvo bien. ¿Quién sabe? Capaz que si pateabas vos, te mareabas más y la cosa salía peor. ¡Así que hiciste lo mejor para el equipo!

Nico me miró a los ojos, y pude ver que la tormenta interna empezaba a calmarse. Acaricié su cabello, despacito, mientras sus dedos comenzaban a relajarse.

—Siempre querés hacer todo perfecto, ¿no? —le dije con una sonrisa, mientras le daba otro besito en la nariz—. Pero lo más lindo de todo es que, aun cuando creés que fallaste, sos el mejor. Siempre lo vas a ser para mí.

Él cerró los ojos por un momento, dejándose llevar por mis palabras, y cuando los abrió, pude ver un brillo de esperanza ahí.

—Gracias —murmuró, envolviéndome con sus brazos—. Vos siempre sabés qué decir.

—Porque te conozco mejor que nadie, Nico. Además, para ser sincera, si yo hubiese estado en tu lugar, me habría pasado lo mismo. A veces se toman decisiones en el momento, y no hay nada que hacer.

Me apreté más contra él, y sentí su respiración tranquilizarse. Luego de unos minutos, levantó la cabeza y me miró con más determinación.

—Tenés razón. El próximo partido voy a dar todo. Y te voy a demostrar que puedo ser mejor que hoy.

—¡No tenés que demostrarme nada! —le dije entre risas—. Para mí siempre vas a ser el mejor, con o sin goles. Pero sí... me encantaría verte hacer otro golazo, solo porque se te ve tan lindo cuando lo festejás.

Le di un beso en los labios, suave, pero lleno de cariño, y sentí cómo la tensión en su cuerpo finalmente desaparecía. Él me devolvió el beso, un poco más intenso, como si ese pequeño gesto fuera suficiente para calmar todas sus inseguridades.

—Vamos a la cama —me dijo él de repente, con una sonrisa—. Estoy destruido.

—Sí, vamos —respondí, tomándolo de la mano y levantándonos juntos.

A medida que nos dirigíamos hacia el cuarto, lo escuché murmurar:

—Gracias por estar siempre acá. No sé qué haría sin vos.

Y con esas palabras, supe que, aunque los goles pueden venir e irse, lo que realmente importaba era que siempre estaríamos uno para el otro. Ni un partido ni una eliminatoria podían cambiar eso.

Cortitos de la ScalonetaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora