𝗨𝗻 𝗮𝗻̃𝗼 𝗻𝘂𝗲𝘃𝗼 𝗷𝘂𝗻𝘁𝗼𝘀 (𝗔𝗰𝘂𝗻̃𝗮)

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Estábamos en casa, Marcos y yo, preparándonos para la cena de Año Nuevo. Este año, nuestras familias iban a festejar juntas por primera vez, y ambos estábamos un poco nerviosos, pero también emocionados. Desde que nos mudamos juntos a una pequeña casa, todo parecía perfecto.

—Che, ¿y qué color de ropa interior vas a usar hoy? —me preguntó Marcos con una sonrisa juguetona mientras se ajustaba la camisa frente al espejo del dormitorio.

Yo, que ya sabía que la tradición le divertía, lo miré con picardía desde el armario mientras me ponía los aros. Me acerqué, mirándolo a los ojos, y le respondí en un tono de misterio:

—Después del festejo te muestro el color, pero tenés que esperar.

Se quedó mirándome, y luego soltó una carcajada suave, esas que siempre me derriten.

—Dale, trato hecho. Aunque voy a estar pensando toda la noche en eso —dijo, riéndose, mientras me daba un beso en la frente.

Ambos nos reímos, llenos de complicidad y amor. Me encantaba que nos tomáramos estas cosas tan ligeras, pero a la vez llenas de cariño. Estábamos listos para salir.

En el auto, camino a la casa de mis tíos, íbamos escuchando música. Marcos manejaba, y aunque intentaba concentrarse, yo lo veía de reojo, con esa sonrisa que me confirmaba lo feliz que estaba. Mis manos jugaban con el borde de mi vestido, y a cada tanto, nuestras miradas se cruzaban.

—¿Ansiosa? —me preguntó él, mirándome un segundo antes de volver a fijar los ojos en la ruta.

—Un poco —respondí—. No es poca cosa reunir a las dos familias en un solo lugar.

—Va a salir todo bien, vas a ver —me dijo, apretándome la mano—. Además, si hay algún problema, siempre está el Huevo para solucionarlo.

Me reí con ganas. Cada vez que hacía un chiste con su apodo, me daba ternura.

Al llegar, mi tío fue el primero en recibirnos en la puerta, con su típica sonrisa cálida.

—Mirá quién vino —nos dijo abrazándonos uno por uno—. Pasen, pasen, que adentro ya está todo listo.

Entramos y saludamos a todos. Mis padres ya estaban sentados hablando con los de Marcos. En la cocina, mis primas terminaban de preparar la ensalada, y algunos primos chicos corrían de un lado a otro, como era de esperarse.

Nos sentamos todos alrededor de la mesa, que estaba impecablemente decorada. El aroma del asado se colaba desde el patio, llenando toda la casa. Marcos y yo estábamos uno al lado del otro, él con una sonrisa relajada y yo intentando no moverme demasiado. Llevaba un vestido blanco que me había costado elegir, y aunque me encantaba cómo se veía, no podía dejar de pensar en lo fácil que sería ensuciarlo con una gota de chimichurri o cualquier otra cosa.

—Ojalá no me manche —le susurré a Marcos, nerviosa, mientras miraba de reojo las bandejas de ensaladas y papas que ya estaban en la mesa.

Él se inclinó hacia mí, sonriendo con esa calma que siempre tiene.

—No te preocupes, si pasa algo, te doy mi camisa —bromeó, haciéndome reír.

Me relajé un poco. Finalmente, llegaron las bandejas del asado, jugoso y humeante. Mi tío, orgulloso de su trabajo en la parrilla, entró con una gran sonrisa y una bandeja llena de carne.

—¡Acá está el asadito, familia! —dijo, poniendo la bandeja en el centro de la mesa.

Todos aplaudieron, mientras él y los demás empezaban a repartir la carne. Yo miré mi plato, con cuidado, tratando de no hacer ningún movimiento brusco.

Cortitos de la ScalonetaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora