𝗦𝘂𝗲𝗻̃𝗼𝘀 𝘆 𝗔𝗰𝗲𝗻𝘁𝗼𝘀 (𝗚𝗮𝗿𝗻𝗮𝗰𝗵𝗼)

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Todo comenzó hace algunos años, cuando conocí a la familia de Alejandro, o Ale, como le digo yo, en una reunión familiar en Buenos Aires. Los Garnacho habían venido a pasar unas vacaciones en Argentina, y ahí estaba él, un adolescente con el que apenas crucé un par de palabras. Nunca imaginé que ese encuentro sería el inicio de algo tan lindo.

Los años pasaron, y mantuve contacto con su tía, una mujer encantadora con la que siempre me llevé bien. Cada tanto, me contaba cómo iba la vida en España, cómo estaba creciendo Alejandro, y cómo el fútbol era todo para él. Me hacía gracia cómo, a pesar de haber vivido toda su vida en Madrid, tenía un amor enorme por Argentina, un país que solo conocía por historias y fotos.

Un verano, cuando yo tenía dieciocho, al igual que él, Ale vino de nuevo a Buenos Aires. Esta vez, no era un adolescente más; había crecido y, para mi sorpresa, se había convertido en un joven con una mirada decidida y una sonrisa que no podía olvidar. Nos encontramos en la casa de su tía, como la primera vez, pero esta vez fue diferente. Pasamos toda la noche hablando, compartiendo anécdotas y riéndonos de lo difícil que le resultaba entender algunas de nuestras expresiones argentinas. A partir de ese día, comenzamos a hablarnos más seguido, hasta que, sin darnos cuenta, estábamos esperando ansiosos el momento de vernos nuevamente.

Durante su estadía ese verano, nos veíamos casi todos los días. A veces, simplemente paseábamos por las calles de Buenos Aires, disfrutando del bullicio de la ciudad y de esas tardes soleadas que parecían no tener fin. Otras veces, nos sentábamos en un café y hablábamos por horas. Me gustaba observar cómo Ale, a pesar de haber nacido en Madrid, se adaptaba a nuestras costumbres, a nuestras comidas, y hasta intentaba entender nuestra forma de ser, a veces tan diferente a la española.

La despedida fue difícil, mucho más de lo que habíamos anticipado. El día antes de que Ale volviera a Madrid, fuimos a caminar por la Costanera, uno de mis lugares favoritos de la ciudad. El aire fresco del río nos envolvía mientras caminábamos en silencio, disfrutando de la compañía del otro. Sabíamos que al día siguiente él estaría en un avión de vuelta a su vida en España, y aunque no lo dijimos en voz alta, ambos temíamos que esa despedida podría ser el final de algo que apenas había comenzado. Pero no lo fue.

Al día siguiente, Ale me envió un mensaje desde el aeropuerto. Me decía que no quería que esto terminara, que aunque estuviéramos lejos, podíamos seguir hablando, seguir conociéndonos. Yo, que también sentía lo mismo, acepté sin dudarlo. Y así, comenzó nuestra historia a larga distancia.

Pasaron unos años más, y nuestras charlas, que al principio eran esporádicas, se volvieron diarias. La distancia entre Buenos Aires y Madrid parecía no importar, porque siempre encontrábamos un momento para nosotros. Nos enviábamos fotos de nuestro día a día, de las pequeñas cosas que nos hacían sonreír. Yo le mandaba fotos de la ciudad, de los lugares que visitábamos juntos, y él me enviaba fotos de sus entrenamientos, de sus partidos. Era lindo ver cómo, aunque estuviéramos lejos, nuestras vidas se entrelazaban en esos pequeños detalles.

Fue en uno de sus viajes a Argentina cuando finalmente nos hicimos novios. Ale se quedó un par de meses, y en ese tiempo, descubrimos cuánto nos queríamos. Era lindo verlo esforzarse por hablar como nosotros, aunque sus "vos" y "che" sonaran graciosos en su acento español. Yo lo corregía, pero en el fondo me encantaba que lo intentara; lo hacía aún más especial.

Nuestros días juntos eran simples, pero llenos de amor. Nos levantábamos temprano para aprovechar cada momento. Ale solía despertarme con un beso en la frente, y yo, medio dormida, le sonreía antes de que él se levantara a preparar el desayuno. Le encantaba cocinar, y aunque a veces los ingredientes no eran los mismos que en España, siempre encontraba la forma de hacer algo delicioso. Nos sentábamos a la mesa, charlábamos de cualquier cosa mientras comíamos, y luego planeábamos nuestro día. A veces íbamos a recorrer la ciudad, visitando lugares que Ale no conocía, y otras veces simplemente nos quedábamos en casa, disfrutando de la compañía del otro.

Cortitos de la ScalonetaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora