CAPITULO 1-LA NOVELA

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—¿Has sacado al perro?

Ya se había acostumbrado a que jungkook no le contestara cuando le decía hola al llegar a casa después de un largo día de trabajo. De hecho, ni recordaba cuándo dejó que la indiferencia lo albergara, ¿cuándo dejó de importarle que su marido no le respondiera? Suponía que, simplemente, pasó una vez, y después sucedió todos los días como un ritual monótono y apático.

jimin llegaba a su casa sobre las cinco y media de la tarde. Era el director en funciones y de marketing de las empresas FISH, una marca muy popular es el grupo de moda y lujo registra actualmente 41.600 millones de dólares en ventas, 1.700 millones en ganancias y 68.000 millones en activos

Heredó el negocio de su padre, un famoso diseñador de moda que un día decidió abandonarlo todo por su sueño, que no era otro que ayudar a que la gente se sintiese un poco mejor. Con los años, park Byung-hun se prejubiló, aunque mucho le costó al buen hombre, porque adoraba su trabajo. Sin embargo, su hijo, que había estudiado marketing y dirección de empresas en la Universidad, estaba ya capacitado para llevar la compañía y por fin delegó sus labores en él. Desde hacía cuatro años, Jimin se hacía cargo del imperio de la moda, a costa de pasar más de ocho horas en las oficinas recibiendo llamadas de empresas y personas reconocidas en los medios de todas partes del mundo.

Y esas mismas horas eran las que le pasaban factura al llegar a casa, en forma de un dolor de pies terrible y una migraña ocular muy molesta. Por eso, la cuarta cosa que hacía cuando llegaba a su hogar además de saludar a su marido, besuquear a su Gran dóberman de dos años llamado «bam» (porque era enorme) y descalzarse los zapatos de tacón, era abrir el armario del botiquín farmacéutico y tomarse un par de ibuprofenos de golpe. Después, se dirigía de nuevo al salón, con bam pisándole los talones y lamiéndole los tobillos, justo como hacía en ese instante.

—bam, por el amor de Dios... No chupes —le espetó mientras tiraba de la pinza que le sujetaba el moño alto y perfecto. Ese era su look laboral favorito desde hacía un tiempo. Moño tenso y pelo recogido. No obstante, en su casa se liberaba y dejaba suelta y libre su melena rubia con reflejos cobrizos, si tenía que cortarme el pelo.

Pero no quería

Jimin fijó sus ojos verdes azulados en jungkook y se masajeó la nuca con los dedos. Tenía los hombros tan cargados que apenas se podía mover.

Jungkook se encontraba donde siempre. En el sofá del salón, vestido con un chándal gris, con los pies embutidos en unos calcetines gruesos y negros, su MacBook Pro sobre las piernas, las gafas de ver de pasta negra resbalándole por la nariz, y sus ojazos de bambie fijos en la pantalla mientras sus dedos no dejaban de teclear, como si hacerlo, detenerse, fuera pecado. Tenía el pelo despeinado, negro como el ala de un cuervo, con las puntas que le señalaban a todas partes, y la barba naciente moteaba su apuesta mandíbula y su barbilla, marcada por un increíble hoyuelo que a Jimin le fascinaba y ni hablar de esa marca que se había hecho cuando era pequeño en la mejilla.

Aún ahora, después de cuatro años de matrimonio, reconocía que su marido seguía siendo un hombre guapo y atractivo.

—Jungkook —le repitió el condescendiente.

—Dime, precioso —contestó ausente, concentrado en su ordenador.

—Hola. ¿Tierra llamando a Jungkook? —repitió con tono sarcástico, meneando la mano delante de su cara.

—Hola, cariño.

Pero lo saludaba sin verlo, enfrascado como estaba en esa novela interminable que se había comido dos años y medio de su vida, casi toda la paciencia de Jimin y parte de su matrimonio.

Habitacion 197-KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora