CAPITULO 9-HABITACION 197

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Aquella noche lloró como un niño a el que se le rompían los sueños.

Derramó una lágrima por cada recuerdo hermoso con Jungkook, y muchas más por los que no crearon en aquellos últimos tres años, desde que él empezó a escribir. Se reprobó por no haberse dado cuenta de que su marido tenía un secreto llamado Eunwoo.

Era un hombre.

¿Cómo no advirtió que la falta de interés de Jungkook se debía a eso, a que encontraba esas atenciones y desahogos en otro cuerpo que no era el de él?

Él mintió primero. Él lo dejó ir primero. Él lo abandonó primero.

Y aunque eso no lo consolaba y no la hacía sentir mejor, la venganza sí lo envalentonaba. Le había tomado el pelo de manera descarada.

Tuvo remordimientos por la familia de Jungkook, porque lo querían muchísimo, aunque apenas lo veían. Pero con el tiempo ellos lo comprenderían. O puede que no, porque los padres son de los hijos y al revés, y tal vez no les sentara demasiado bien que su nuero pidiera el divorcio a su hijo perfecto.

Por primera vez, miraría al destino de cara, solo, y asumiría las consecuencias de sus actos. Estaba dispuesto. No se perdería la oportunidad de desaprovechar la ocasión que le brindaba Kai. Aquella era su propia novela de amor pecaminosa.

Tenía que vivirla, se arrepintiera después o no.

La semilla de la curiosidad germinaba con fuerza en su interior, y sus brotes se arraigaban en el centro de su vientre y también en su cabeza.

Ya no había vuelta atrás.

Jungkook sería agua pasada.

Kai, en un corto lapso de tiempo, sería su presente.

Un presente efímero, por cierto. Y luego se iría. Ni Jimin ni él tendrían que dar explicaciones.

Después de todo, Jimin ya no debía nada a nadie.

Al día siguiente, cuando Jimin se plantó frente a la puerta 197 del hotel, a las siete y media, su fatiga no había disminuido, pero sí estaba más seguro de lo que hacía.

Jimin vestía como el director que era. Conjunto chaqueta y pantalón de color negro, zapatos de Prada y una blusa blanca y elegante. Su melena rubia lucía suelta y libre, como el parcialmente se sentía.

Pero la libertad también acarreaba una ligera culpa, sobre todo cuando se estaba tan supeditado a las reglas y a las normas, y cuando uno todavía creía que las promesas en una iglesia jamás debían romperse. Ya no importaba quién había roto primero su palabra. No servían de nada ni los lamentos ni los reproches.

Por eso, tembloroso como un cervatillo, intentó impregnarse de un valor que sentía a medias, levantó su pequeña barbilla y alzó el puño para golpear la puerta que escondía deseos y anhelos inconfesables, aunque el precio a pagar por ello fuese demasiado caro.

Toc toc.

Dos veces, esa era su contraseña. Dos golpes secos y decididos, a un muro que debía derribar para encontrarse a sí mismo. Pasó sus dedos y su manicura por los largos mechones cobrizos de su pelo y los bandeó a un lado. Cuando le entraban los nervios tocaba su melena con exceso.

Escuchó los educados pasos de do hyun dirigirse hacia la puerta como si anduviera en cámara lenta, como si ese momento en su vida se ralentizara. Decían que había gente que cuando estaba a punto de morir, veía su vida pasar en fotogramas.

Habitacion 197-KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora