CAPIYULO 4-ROSAS Y MENTIRAS

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Pasaron dos semanas más, y como Jimin ya sabía, Jungkook no había acabado aún su novela.

No le volvió a mencionar ni a preguntar nada más sobre su historia porque no quería volver a recibir la misma y sistemática respuesta de siempre.

Así que se limitó a hacer lo que siempre hacía. Llegar a su casa de su jornada de ocho horas diarias, irse a correr con su perro por el parque cerca de su casa, darse un baño después, relajarse leyendo un libro de los que le encantaban de novela romántica, y a continuación, preparar la cena para todos: para él, para su Gran Dóberman y para su marido invisible.

Jungkook ya no salía de la buhardilla para nada. Pocas veces se lo encontraba ya en el sofá escribiendo. Por lo visto, prefería la intimidad de su oficina basurero a tenerla pululando a su alrededor. Últimamente, Jimin reconocía que ya no era nada paciente. Se atrevía a lanzarle miradas reprobatorias y desafiantes, y a llamarle la atención cuando ponía los pies sobre la mesilla del salón o a cuando dejaba los envoltorios de su comida hipercalórica en todas partes menos en la basura.

Jimin ya no tenía aguante. En cualquier momento iba a explotar.

-Eres como su esclavo -le dijo su amigo Taehyung mientras comían.

Era viernes.

Todos los viernes Jimin se reunía con Tae y con lisa, su mejor amigo y su mejor amiga, en Central City, un microespacio luminoso con varios restaurantes de distintas estéticas en los que predominaban los espacios abiertos y una decoración propia de los años cuarenta, bajo un meticuloso diseño modernista.

Era un espectáculo para los ojos y para el paladar. Un festival culinario todos los días.

Comían en La Wangbijib, como su nombre indicaba, restaurante especializado en carne a la parrilla.

Tae era moreno de pelo corto y peinado de libro; alto, de grandes ojos verdes. Tenía treinta y tres años, una risa contagiosa y un sentido del humor muy alegre. Se había casado con un bombonazo de veinticinco años, siete más joven que él y estaba feliz por ello.

Lisa tenía treinta y cuatro. Era rubia con media melena, y dulce como el melocotón en almíbar. Siempre lucía una sonrisa en la boca y era jovial y extrovertida. Su marido era vinicultor y poseía su propia marca, y aunque no era tan guapo como el de Tae, tenía cara de buena persona, y lo mejor era que lo era. Ella estaba embarazada de cinco meses, aunque no lo llevaba demasiado bien y a jimin le hacían gracia sus cambios de humor.

Sin ellos y sin sus momentos de desahogo, Jimin habría sido un completo desgraciado. Sus terapias eran básicas para recuperar el equilibrio y la salud. Los tres eran acérrimos lectores y cada semana intentaban leerse un libro romántico para comentarlo todos los viernes entre risas, ataques de tos y aspavientos, aunque Jimin ya no estuviera por la labor de reírse de nada.

Se conocieron en la carrera de Marketing y Dirección de Empresas. Ellos accedieron a la Universidad por la prueba de acceso para mayores de veinticinco. Y allí, en las clases, hizo dos buenos amigos que se llevaría siempre con él. De hecho, ambos fueron su "damo" y su dama de honor en su boda.

-En serio, Jimin. Llevas demasiado tiempo con esto -le recriminó Tae apunto de degustar un pedazo de filete muy jugoso.

-Yo todavía no me puedo creer que Jungkook se esté comportando así -lisa negaba con la cabeza y apoyaba las manos en su abultada barriga-. Con lo bueno y lo atento que parecía

-lo lamentó.

-Fíate de los buenos -murmuró Tae-. Son los peores. Te embelesan, se meten en tus bragas, te cazan y después... A ver cómo te los sacas de encima. Jungkook es un gandul.

Habitacion 197-KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora