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"Tened cuidado con la tristeza, es un vicio" — G. Flaubert.


La primera vez que Toni vio a su padre, tenía cinco años de edad. El cuerpo de su madre yacía inerte en la camilla del hospital donde murió por una sobredosis de pastillas para dormir; aún tibia. Ella no comprendía qué ocurría, no conocía del mundo más que las historias fantásticas que su madre le contaba por las noches. En su pequeña inocencia, el héroe rescataba a la princesa, el malvado siempre era vencido y al final de cada cuento había un "vivieron felices para siempre". El mundo tenía colores, pero cuando murió su madre, estos les fueron arrebatados de la noche a la mañana. Leonardo Topaz el hombre que la engendró, fue el cuatrero que lo hizo.

"Desde hoy eres una Topaz y deberás actuar como tal, Antoinette."

Oh pequeña inocente, no comprendió el peso de aquellas palabras hasta que fue demasiado tarde. Hasta que un día miró su reflejo en el espejo y se dio cuenta que frente a ella no había una ser humana, sino un monstruo.

Justo como su padre esperaba.

¿Lo peor?

No se sentía mal por serlo.

Fue forjada en acero, moldeada a voluntad del hombre más desalmado que pudiese haber. La primera vez que Toni tuvo que defender su vida, solo tenía doce años de edad. Confinada en un internado para hijas de militares; en una prisión con buenas camas y profesores aficionados a abusar de sus alumnas. Su cuerpo avistaba composiciones brutales de golpes y sus labios no pronunciaban más de unas cuantas palabras sin que comenzara a tartamudear. Era una víctima, el eslabón débil de la cadena y seguramente habría seguido así de no ser por su padre. Jamás olvidaría el día que Leonardo Topaz la visitó, luego de años sin tener alguna noticia de ella. Imponente y con su porte recto, despojado de cualquier emoción humana. Se mofó de ella, de su pobre y lastimera condición; fue repudiada.

"¿Así que tu profesor te golpea, Antoinette?"

Toni no pudo responder.

Simplemente bajó la cabeza, sin saber que debería estar sintiendo en ese momento. Tan perdida y desorientada... Como un barco sin su brújula. ¿Por qué no había alguien que le dijera que era lo que debía sentir? Todo hubiera sido más simple. Y lo que nunca había ocurrido, llegó a ella en ese momento. Su padre acarició su pequeña cabellera, sonriendo como Toni quería pensar, lo haría un padre a su hija. No fue así, lo comprendió cuando la puerta de la habitación donde estaban se abrió y entró por el umbral de esta, su profesor.

"Al parecer tenemos un problema aquí." — El coronel se colocó al lado de Toni, con su mano sobre el escuálido hombro de la menor. — "Antoinette me ha informado que ejerces violencia en ella."

"Debe fortalecer su carácter."

Toni quiso llorar. Ya podía sentir los golpes que llegarían cuando su padre se fuera; estigmas punzantes en su lechosa piel que tardarían semanas en sanar.

"Y estoy completamente de acuerdo — respondió su padre." — Así que haremos esto...

Leonardo Topaz miró a uno de sus oficiales y este le entregó su arma. Toni dejó de respirar, al igual que su profesor cuando Leonardo colocó el revólver frente a Toni.

"¿Qué demonios está haciendo?"

"Fortaleciendo el carácter de mi hija, justo como usted aconsejó." — Toni cerró los ojos, contando en su cabeza. Rogando porque eso no fuera más que una pesadilla. — "Tómala, Antoinette."

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