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Kiler Killer.

Empecé a bajar las escaleras de la nueva casa, rumbo al sótano. El sótano era lo más oculto de una casa, y a pesar de eso, a mí me parecía más hermoso que los dormitorios.

—¿Miles? —susurré.

—Acércate —me pidió, así que lo hice, esbozando una sonrisa.

Tenía una voz muy gruesa y áspera, demasiado masculina para su edad.

—Te traje jugo y comida. Éstos los preparó mamá Carzy.

Por fin lo veo… —pensé.

Él no dijo nada cuando me acerqué hasta donde estaba y me arrodillé en el piso, estirándole el vaso de goma con jugo y el plato de plástico con los tres panecillos.

—Buen provecho.

—Gracias por tráemelos —le pegó el mordisco al primero, y después de tragar me preguntó—: ¿Cómo has estado?

—Bien.

Me quedé mirándole los ojos a duras penas, porque su cabello estaba ocultándolos un poco. Eran azules, demasiado claros. Y también hermosos.

Miles era mi favorito entre mis hermanos, pero era un secreto.

—¿Cuánto tiempo llevas sin verme, pequeña?

—Eh… —empecé a memorizar, calculándolo.

Estuve pensativa un par de segundos.

—Setecientos cuarenta y cuatro días —respondí.

—Entonces… ¿Es diez de marzo?

—Así es —asentí, después cambié el tema—. ¿No sabes? La casa es grandísima.

—Lo sé, siempre han tenido buenos gustos. ¿Qué tal la pasó Susan en su cumpleaños?

—Muy bien, estaba muy feliz porque ya tiene diecisiete, pero ella… no quiso verte.

—Es normal.

—Necesitas un corte —sugerí.

Levanté mi mano, lentamente y ansiosa. Llevaba muchísimo tiempo sin tocar a Miles, más de dos años. Ahora deseaba eso más que nada.

Me sentía algo extraña por él, porque apenas podía llegar lejos. Habían dos cadenas enterradas a la pared, pero eran un tanto largas, una estaba atada a su muñeca izquierda y la otra a su tobillo izquierdo.

Nunca te atrevas a tocar a Miles, Kiler, es una regla.

Recordé las palabras de mamá Agnes cuando estuve a nada de tocar a Miles, pero las ignoré inconscientemente y terminé por tocarle la mejilla con mi dedo índice. La piel se me erizó completamente y me estremecí, porque estaba helado.

Le acaricié la mejilla cuidadosamente y le sonreí, mientras que él solo observaba mis movimientos.

Realmente era bonito.

—¿Podrías cortármelo de nuevo, Kiler? —inquirió.

Yo asentí, todavía sonriéndole.

Podía hacerlo cuando mis padres lo durmieran; es lo que siempre decían. No sabía por qué tenía que estar dormido, nunca veía su reacción al tocarlo o verse desde lejos en el espejo.

—¿Puedo? —pregunté, para tocar mejor su cabello.

—Sí.

Aparté lentamente su cabello color cobre de sus ojos. Era posible que Miles te hipnotizara con su belleza, mirar sus ojos era como mirar las nubes, idénticos a la nieve que Susan me llevaba a mi dormitorio y que después se hacía agua.

Misterios Familiares©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora