Jacaerys Velaryon muere en la batalla de Gaznate, como estaba previsto en el destino. Las flechas de sus enemigos lo obligan a cerrar sus ojos, sin poder seguir luchando por el reclamo de su madre. Resignado, acepta su muerte, esperando encontrarse...
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Jacaerys Velaryon murió dos veces. En la segunda cerró los ojos definitivamente, pero fue en la primera cuando realmente sintió el verdadero dolor. Ningún maestre sería capaz después de describir su alarido de sufrimiento, no por las flechas, sino cuando Vermax, su dragón, su compañero desde que era un bebé de pecho, desapareció en el mar.
Las flechas fueron un alivio en medio de su suplicio. Acompañaría a Vermax en el más allá, porque un jinete no debería vivir más que su dragón. Su último pensamiento, antes que la flecha en su cuello provocara una severa hemorragia que terminaría por matarlo, fue que su madre consiguiera el trono de los Siete Reinos.
Se encontraría en el más allá con Lucerys y Viserys, sus dos hermanos que no pudo salvar. Tal vez incluso Visenya estaría allí. Esperaba que pasara mucho tiempo antes de ver a su madre, Joffrey y Aegon, y a Daemon, Baela y Rhaena. Había peleado por el reclamo al trono de su madre y lo haría de nuevo, incluso si volvía a significar su muerte. No había nadie más ferozmente leal a ella y rogaba que su muerte no desestabilizara a su madre, sino que la impulsara a tomar lo que le pertenecía, con sangre y fuego.
Pero la muerte no llegó. Jace se sentía flotar en un mar negro, solo rodeado de oscuridad. Todo el dolor físico que había sentido provocado por las flechas desapareció, incluso sus emociones se sentían lejanas, como detrás de un vidrio y sin poder alcanzarlas. Si aquella era la muerte, hubiera preferido no "existir" en el más allá.
—Ao fought nēdenkirī, riñar.
La voz se oía profunda, antigua, poderosa. Penetró en los oídos de Jace como un grito, aunque sintió que no fue más que un susurro. No lograba distinguir si era un hombre o una mujer, una sola persona o muchas. La oscuridad seguía presente y el miedo se sentía como una emoción distante.
—No pudiste ver a tu reina sentada en el trono, pero tendrás la oportunidad de hacerlo con otra reina, una más joven y más sola.
Para alguien que tenía el Alto Valyrio como primera lengua, que la había aprendido antes que la lengua común, incluso ese dialecto se le hizo difícil de entender. Jacaerys sentía que no estaba hablando con pares Targaryen, que habían pasado su idioma de generación en generación. Era algo mucho más antiguo y puro.
—Ziry iksos aōha mōrī chance.
Jacaerys abrió los ojos. El acto de hacerlo significaba una contradicción, porque no se suponía que pudiera abrir los ojos. Estaba muerto. Estaba muerto, ¿verdad? Pero estaba viendo el cielo, sentía la arena en dedos y, cuando levantó la vista, el sol estaba quemando sus ojos, obligándolo a bajar la cabeza. Su mano vacilante llegó hasta su cuello, pero no encontró sangre, solo una herida que parecía cicatrizada.
Jace se puso de pie con dificultad; sus piernas temblaban. No podía ver más que arena, kilómetros de arena, y se preguntó qué tan horrible era la muerte para dejarlo en medio de un desierto. La consternación es tanta que no pudo decir ningún sonido, solo ponerse a caminar sin rumbo fijo. ¿Aparecería Lucerys enterrado en la arena? ¿Viserys correría hacia él desde algún lugar?
