Capítulo 4

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A VECES PIENSO QUE MI VIDA es una constante demostración de que lo que me pasa a mí, no le pasa a nadie.

Tengo diecisiete años de pruebas a mis espaldas para demostrarlo.

Por ejemplo, salía del baño del dojo, cuando inevitablemente escuché algo.

— Quería disculparme. No estuvo bien llevarle la contraria.

Provenía del dojo trasero. Al instante reconocí que era Miguel. Esa voz tan irritante no podía ser de otra persona.

— Honras al sensei Lawrence con tu lealtad.

Me quedé alucinada cuando escuché a Kreese, a decir verdad. ¿Por qué tenía que haberlo oído yo? ¿No podía haber sido cualquier otra persona?

Encima que fui ayer con toda mi buena voluntad de felicitar a Miguel porque lo enfrentó, ahora va el idiota y se disculpa.

Definitivamente, estaba sola ante el lavado de cerebro que ese anciano les estaba haciendo a mis compañeros.

Antes, aunque fuera Miguel aparte de mí, quien no compartía las ideas de Kreese, me reconfortaba saber que no era la única que pensaba diferente.

Pero tampoco debería sorprenderme. A ver, tratándose de Miguel Díaz no se puede esperar nada bueno.

En fin. Decidí irme. No quería seguir escuchando.

Cuando volví al dojo principal, observé a todos mis compañeros. Cada uno reía y charlaba en su grupo de amigos.

Que lástima me daban...

Hasta Tory.

No eran conscientes del grado de peligro que Kreese traía consigo.

(...)

Una vez Kreese nos llamó, nos colocamos en nuestros sitios habituales.

— Atención, alumnos, hoy vamos a dar una clase un poco diferente. — nos contó agarrando el cuello de su Gi. — Imaginad que en un combate os lesionáis los brazos, los hombros, las manos, etc. ¿Qué hacéis?

— Usar las piernas — contestó un niño rubio con gafas.

Kreese sonrió de lado. Dios, como odiaba esa sonrisa.

— Muy bien, Bert. Por eso, la clase de hoy trata sobre eso. Nada de manos, hoy solo pelearéis con las piernas.

(...)

Kreese nos había ordenado atarnos las manos detrás de la espalda unos a otros para no poder obedecer el impulso de usar las manos en el combate.

En estos momentos veíamos cómo se llevaba a cabo el enfrentamiento entre Miguel y Tory.

Iban dos a dos. Él lanzaba patadas y ella las esquivaba. Hasta que, de repente, Díaz atrapó las piernas de la chica y los hizo caer a ambos, para, acto seguido, arrastrarse hasta lograr apoyar la barbilla en el abdomen de la chica, después sonreírle por un momento y levantarse ágilmente sin apartar la mirada de ella, ni borrar el gesto de sus labios.

Que diferente se veía cuando sonreía...

Ella, a pesar de haber perdido el combate, le correspondió la sonrisa.

Que patéticos.

Después, Kreese ayudó a Díaz a desatarse las manos para que este agarrara a Tory por la cintura, la levantara con facilidad y así poderle desatar las manos.

No dejaban de mirarse como si el otro fuera la última Coca-Cola del desierto. Y la verdad es que aquello me estaba provocando náuseas.

Que cursiladas, por favor.

I'M THE BEST || miguel diaz. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora