XI.-EL PRÍNCIPE CANALLA II

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Observó el campo de batalla, que se alzaba ante ellos, lleno de incertidumbre y peligro. Aemond, con su armadura típica Targeryan y su espada afilada, estaba a punto de pelear su primera batalla, pero en su mente, el verdadero conflicto parecía estar en su ingenio y en la lección que debía aprender sobre ser un verdadero caballero. La sangre del dragón corría como fuego en sus venas, era como si hubiera nacido para ello, pero también, al ver a todos los hombres que peleaban por su casa, sintió la necesidad de pensar todo dos veces.

Daemon, consciente del peso de la responsabilidad que llenaba la mente de su sobrino, se acercó a Aemond y lo miró con una mezcla de orgullo y preocupación. Aemond asintió con determinación, sus ojos reflejando el fuego que bullía en él. Sabía que el camino de esta primera batalla por delante estaría lleno de desafíos, pero también de oportunidades para probarse a sí mismo y a los demás. Mientras se dirigían hacia el campo de batalla, sentía el peso de las expectativas sobre sus hombros, pero también la promesa de forjar su propio destino en el campo de la pelea, comenzar a hacerse respetar.

Durante el viaje hacia las Tierras de los Ríos, Daemon dedicó tiempo a instruir a Aemond sobre estrategias de guerra, tácticas de caballería y cómo liderar hombres en el campo de batalla, no le pidió que lo aprendiera y lo anotara, como eran las clases en la fortaleza, más bien, le pidió que escuchara y reflexionara las decisiones que se estaban tomando. Aemond absorbía cada palabra con entusiasmo, ávido de aprender todo lo que su tío tenía para enseñarle. Muchos creían que Daemon era un príncipe impertinente en la guerra. Pero el tiempo lo había curtido muy bien. Tampoco le ayudaba ser un Omega, aun siendo un Targaryen, muchos dudaban de seguirlo, cuando nunca habían estado en el campo de batalla junto a él.

Cuando finalmente, llegaron al lugar del conflicto. Las tropas rebeldes se habían atrincherado en una colina fortificada, y la situación era muy tensa. Daemon, con su experiencia, planificó un asalto meticuloso mientras Aemond seguía al pie de la letra las instrucciones de su tío. Las primeras batallas fueron intensas y caóticas, con sus días bajos y altos, el príncipe menor miraba a su tío muy seguro de lo que planeaba, pero Daemon le explico que meramente era un papel que tenía que tomar, pues había momentos que ni él mismo podía controlar ¿Cómo se vería si el líder de las tropas se viera dudando y con miedo? Hubo un momento que le preguntó a su tío porque no utilizaban los dragones, para eso los habían llevado, ¿no?

Daemon lo llevó a su camarote donde se presentaba un mapa ampliado de la tierra de los ríos, los peones acomodados de forma estratégica, cambiaban cada que una reunión de los batallones se reunían con su tío. Este sirvió una copa de vino mientras el silencio reinaba en el lugar.

—Los actos, Aemond, siempre vienen con consecuencias. Podría venir con Caraxes y quemar a los rebeldes, comerlos uno por uno, ¿Pero qué pasaría después?

Aemond miro el mapa con atención, si un solo dragón se encargaba de los rebeldes...

—Los vasallos restantes no confiarían en nosotros. 

—Exactamente —dijo Daemon, dando un sorbo a su copa de vino. —Los dragones son poderosos, sí, pero su uso indiscriminado puede hacer más daño del que queremos. No estamos en la época de Aegon el conquistador; no estamos conquistando, estamos demostrando que estas tierras ya nos pertenecen, solo tenemos que recordarles. Destruir las fortificaciones enemigas puede ser efectivo, pero también podría arrasar con aldeas cercanas, poner en peligro a civiles inocentes y, lo peor de todo, consolidar la animosidad contra nosotros. Eso sería un problema, para tu padre, el rey, para tu hermana, la futura reina... Nosotros estamos aquí como representantes, si algo sale mal, será culpa de ellos, no de nosotros.

Aemond estudió el mapa con una expresión pensativa. Las líneas y marcas en el papel representaban mucho más que simples estrategias; eran el tejido de la política y la diplomacia que sostenía todo el reino. Recordó brevemente la historia que le contó su padre sobre la corona del rey de los Peldaños de Piedra y el Mar Angosto, como Daemon se la había entregado a su padre, a su familia. Viserys siempre terminaba con un "Todos en la corte dudaban de mi hermano, yo no...", claro, Aemond ignoraba lo que pasó después, lo que le pidió Daemon, y su posterior exilio. Pero el punto en esa historia, era ser fiel siempre a la sangre.

LA FAMILIA DEL DRAGÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora