𝟏𝟑.

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LAS LECCIONES DEL MAESTRE GERARDYS CON FRECUENCIA TENDÍAN A SER EXTENSAS Y LETÁRGICAS. Visenya agradecía a su madre por haberle dado hermanos con quienes compartir la miseria cotidiana del aprendizaje, al menos de ese modo simpatizaban con la misma tortura y no se atenía a soportarlo por sí misma. Aun si no se le exigía seguir al pie de la letra cada actividad del día.

No se le pedía ser diestra en combate, aunque desde luego se había criado entre varones y como mínimo se había formado para corresponder sus indelicadezas. Tampoco sufría el peso de las expectativas sobre los hombros, una tarea que definía el sentido del deber que recaía encima del heredero de su madre; Jacaerys. Debido a la ausencia parcial de Daemon en la isla, tampoco estaba particularmente ansiosa por dar todo de sí a la hora de instruirse en imponer su voluntad a un dragón que ella no tenía.

Todavía tenía que rendir apropiadamente en sus clases de alto valyrio y, con Baela de vuelta en Marcaderiva bajo la tutela de su abuela la princesa Rhaenys, por desgracia había caído de nueva cuenta en una rutina de mediocridad.

Joffrey no estaba obligado a tomar las mismas lecciones avanzadas que sus hermanos mayores pero eso no evitó que se presentara cual distractor ambulante, interrumpiendo al maestre cuando una palabra en particular despertaba su curiosidad o le pedía a alguno de sus hermanos algo de atención.

Visenya ya lo había alzado en brazos dos veces, luego se ponía difícil, lanzaba patadas y tenía que volver a colocarlo en el suelo. Jace ya lo había regañado una vez, amenazándolo con contarle a su madre el mal comportamiento con el que estaba avergonzando a toda su familia–más tarde lo sobornó, prometiendo que lo llevaría a volar si se portaba como un príncipe decente–. Por otro lado, Lucerys había perfeccionado el conveniente arte de la evasión con los años y simplemente fingía que la existencia de Joff en la sala no era más que la sombra de un alma hambrienta en busca de débiles.

—Vermithor ya está listo. —Escuchó murmurar a su hermano mayor justo a su derecha. Su voz fue mucho menos simpática que en la mañana durante el desayuno, cuando conversaba con Rhaena sobre el increíble clima con el que habían amanecido en Rocadragón.

Se tomó su tiempo para reaccionar. En su lugar, respondió a las preguntas del maestre Gerardys, aceptando las observaciones moderadas que este último le hacía para solucionar su terrible pronunciación.

En cuanto el hombre se dio la vuelta, Visenya respondió— Daemon está fuera hasta mañana —le recordó a Jacaerys.

Incluso si su madre estaba entusiasmada por el asunto del reclamo, nadie en la mesa familiar se atrevería a insinuar que la ceremonia debía hacerse sin la presencia de su padrastro. Daemon Targaryen imponía todo tipo de sentimientos, entre ellos, la lealtad que inhalaba y la imponencia que exhalaba de regreso.

La propia Visenya se sentía demasiado insegura para hacerlo sin Daemon en casa. No podía admitirlo ni en la privacidad de sus más vergonzosos pensamientos pero se trataba de una realidad dura a la que comenzaría a acostumbrarse dentro de un par de años más. Rhaenyra era su madre y, un día, cuando los Dioses decidieran que la vida del rey se había prolongado por el tiempo suficiente, sería su reina. Su voluntad sería la que guiaría a su casa por otras décadas de prosperidad, era ella cuya presencia pesaba más que la de cualquier otro.

𝐒𝐀𝐍𝐆𝐑𝐄 𝐘 𝐃𝐑𝐀𝐆𝐎𝐍𝐄𝐒 +21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora