𝟎𝟖.

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LA MODERACIÓN Y EL RECATO QUE FORMABA PARTE DE SU EDUCACIÓN MURIÓ EN SUS BOCAS. Jacaerys apenas le permitía respirar sin gruñirle cada vez que tomaba aire desesperadamente; las callosas palmas aferradas a sus caderas la mantenían firme contra la puerta, frotando círculos descarados con las yemas alrededor de sus muslos, un roce cálido y tosco sobre la delicada tela de su vestido. Podía sentirlo a través de la ropa, rígido de pelvis a pelvis, restregándose como si la cercanía no fuera remotamente suficiente para saciar el dolor nacido bajo el vientre, calambres descuidados que los hacían suspirar.

Una de sus manos la sujetó por el cuello hasta la nuca, apretando el pulgar contra su labio inferior, separándose el uno del otro, unidos por un débil hilo de saliva roto.

—Si entro contigo ahora... —él calló pero fue claro como el cristal. Su profunda mirada carecía de todo tipo de malicia, sin trucos ni engaños, su voz era plana como un pergamino y firme como una advertencia.

Y sus consecuencias, abrumadoras.

Visenya tembló frágil en el pecho de Jace, inhalando el deseo directo de su aliento cosquilleándole en los pómulos como el vapor de una ducha caliente, abrasivo y asfixiante, adhiriéndose a sus poros. Aquellos oscuros pozos de alma brillaron con hambre, relamiéndose las comisuras y aliviando la ausencia que parecía reflejar en él. Se inclinó a besarla pero antes de fundir sus bocas de nuevo, el príncipe se desvió por su mejilla, alcanzando el borde definido de su mentón, depositando en él un beso húmedo y torpe, delineándole la quijada con la punta de la nariz y aspirando hondo de su aroma natural.

Lo estrujó por los hombros y cerró fuerte los párpados, conteniendo el aire en sus pulmones. Ella giró el rostro por inercia, otorgándole un acceso mudo.

Jace no hizo por abstenerse un solo segundo, sus labios sedosos trazaron un camino corto, un beso paciente detrás de otro, convirtiéndose en marcas húmedas sobre la piel sensible, bajando por su denso pulso. Poco a poco comenzaron a ser más profusos, más pesados y más tensos, el filo de sus dientes acarició su garganta.

No pudo evitar estremecerse y ahogar un gemido cuando su lengua ardió, restregándola y succionando debajo de su lóbulo, lanzando un ronco sonido de satisfacción.

Pídeme que entre contigo, Visenya —enfatizó. No tuvo que decir por favor, era una súplica desde su entonación hasta la forma en que sus ojos brillaron al encontrarse una vez más.

Otra sacudida entorpeció su respiración, jadeando y no vaciló.

Ronroneó tan rápido que se habría apenado de ser oída por alguien más— Entra conmigo, Jace.

El joven heredero la besó con tanto fervor que pudo haberle arrancado un par de gemidos en el camino, opacando el sonido entrecortado de sus propios jadeos. Jacaerys abrió la puerta de sus aposentos, arrastrándola dentro antes de hundir los dedos entre los mechones ondulados de su cabello, asegurándose de que ella no pudiera interrumpir la valiosa fuente de placer y calor. Cerró a sus espaldas, arrinconándola de vuelta en el umbral y deslizando sus labios cada vez más lejos de su boca. El sendero de besos partió desde sus comisuras, descendiendo por su barbilla, luego su cuello, subiendo y volviendo a bajar hasta presionar la boca entre sus pechos, justo en el escote.

𝐒𝐀𝐍𝐆𝐑𝐄 𝐘 𝐃𝐑𝐀𝐆𝐎𝐍𝐄𝐒 +21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora