Una semana antes de la boda de Althea, mi hermana menor alcanzó la mayoría de edad, un hito que mis padres no dejaron pasar inadvertido. En honor a su cumpleaños, nos llevaron a un baile de gran renombre para presentarla a los nobles y permitirle, por primera vez, bailar con un caballero. Es en este punto donde debo confesar una espina que llevo clavada en el corazón: soy dos años mayor que Eloisse, y mis padres nunca me llevaron a un baile para celebrar mi propia mayoría de edad. Cuando en varias ocasiones reclamé a mi madre la razón de tal omisión, sus respuestas siempre eran vagas, casi despectivas: "Estamos muy ocupados", "No te lo tomes personal" o "El mundo no gira alrededor tuyo". Con el tiempo, me cansé de pedir explicaciones que solo alimentaban mi desdén. Nunca me atreví a preguntar a mi padre, un hombre distante, cuya presencia en mi vida era tan escasa que casi lo consideraba un extraño; su trato conmigo era frío, casi inexistente.
En los numerosos bailes a los que asistí, apenas dos duques se dignaron a invitarme a bailar. Sin embargo, tras unos cortos compases de la música, ambos se dirigieron inmediatamente hacia mis dos hermanas mayores. Al principio, estas situaciones me sumían en un mar de lágrimas, ya que la sociedad empezaba a etiquetarme con el temido apodo de "la solterona Briarwood". Por algún motivo insondable, no poseía la belleza radiante de Althea ni la gracia innata de Eliz. Con el tiempo, me vi obligada a aceptar mi situación y encontrar el placer en los bailes en la comida y el vino de alta calidad. Mi entretenimiento consistía en observar las danzas elegantes que se desarrollaban ante mí y en escuchar las críticas mordaces de las pomposas duquesas, cuyos gestos y ademanes me resultaban a menudo cómicos.
Durante ese baile en particular, la puerta principal se abrió de repente, y el silencio cayó sobre la multitud como un manto de niebla. Miré a mi alrededor, tratando de entender el motivo del repentino mutismo, y lo único que encontré fueron rostros sorprendidos y, en algunos casos, asustados. Intrigada, me escabullí entre la gente hasta que pude ver al recién llegado: Gareth Bladeborn, uno de los duques más temidos de todo Erymdon. No solo ostentaba un estatus elevado, sino que también era el jefe de la guardia real, el duque más cercano al rey debido a su inquebrantable lealtad. En el campo de batalla, se le conocía como "La Espada de los Muertos" por sus numerosas victorias, y era famoso por no mostrar ni una pizca de compasión hacia sus enemigos, a quienes atravesaba con su espada en un abrir y cerrar de ojos. Su reputación lo precedía, y era una rara ocasión verlo en eventos sociales, lo que hizo que su presencia esa noche fuera una sorpresa monumental.
Tras unos momentos de asombro, los invitados regresaron lentamente a sus conversaciones, aunque los murmullos persistían en el aire como un eco distante. No queriendo parecer grosera, retomé mi atención a la mesa de banquetes, metí un par de uvas en mi boca y continué disfrutando del exquisito festín. Fue entonces cuando Gareth comenzó a caminar entre la multitud, acercándose a la mesa donde yo estaba. Sentí un nudo en el estómago al verlo tan cerca, pero mantuve la compostura, ofreciendo una señal de saludo respetuosa y discreta, a la cual él respondió con igual propiedad. Aunque el miedo me invadía por dentro al tener a aquel hombre tan temido a escasos metros de mí, me esforcé por mostrar dignidad, comportándome como una noble más.
—¿Me acompaña en esta canción? —extendió su mano delante de mí, su voz grave y autoritaria resonando como un eco en mi mente.
—Claro —respondí, tratando de mantener la calma.
Un escalofrío recorrió mi espalda al tomar su mano, y el nerviosismo comenzó a apoderarse de mí, deseando con todas mis fuerzas no sudar durante el baile. Temía ser torpe, pero los nervios me traicionaban. Al quedarme frente a él, pude ver sus ojos rojos, una marca distintiva del linaje Bladeborn. Se decía que su familia estaba maldita, y que sus ojos eran una manifestación de esa antigua maldición.
La música en vivo comenzó a tocar una balada suave y algo romántica, y nuestro baile se tornó cercano, girando al compás de la melodía. Mantuve mi mirada firme, evitando mirar mis pies para no demostrar mi falta de destreza en la danza. Me dejé guiar por su ritmo, siguiendo delicadamente sus movimientos. Con las vueltas, me resultaba difícil ver a mi familia, pero sentía sus miradas clavadas en mí. Sin embargo, no debía perder la concentración en esos momentos cruciales.
Gareth me sostenía firmemente por la cintura, sin mostrar la más mínima vacilación. Su mano, que se entrelazaba con la mía, nunca se soltó ni resbaló. A pesar de su toque cálido, sus manos eran ásperas y marcadas por cicatrices antiguas, sin duda obtenidas en la crueldad de la guerra. Sin embargo, a pesar de su reputación temible, demostraba ser un duque refinado y elegante. Si no supiera nada sobre él, podría haber creído que pasaba todo su tiempo detrás de un escritorio, y no en el fragor de la batalla.
Cuando la canción terminó, nos detuvimos, e hicimos una reverencia uno frente al otro. Antes de retirarse de la pista, Gareth me tomó de la mano y, con un gesto que contrastaba con su fama de guerrero despiadado, depositó un beso gentil en el dorso de mi mano. Con el corazón aún latiendo con fuerza, regresé a mi lugar habitual junto a la mesa de banquetes y me serví una copa de vino, tratando de calmar la tormenta de emociones que aquel baile había despertado en mí.
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EL PODER Y LA DONCELLA SOLITARIA
FantasíaLyanna Briarwood es la tercer hija de cuatro de la familia. La fortuna de los Briarwood venia de grandes inversiones a minas, conocidos como la familia de las joyas su estatus estaba a la par de los altos nobles, pero su deseo de riqueza no se limit...