Los días previos a la boda, mi madre, la Duquesa de Briarwood, recibía en nuestro señorial salón a damas de la alta nobleza para compartir el ritual del té. Estos encuentros no eran meras formalidades; eran actos ceremoniales donde los lazos de la sociedad se entretejían como delicados hilos de oro. Como era costumbre, mis hermanas y yo estábamos obligadas a asistir, vestidas con nuestras mejores galas, los rostros serenos y las sonrisas comedidas. Al principio, me invadía una tenue esperanza de que las hijas de estas damas nos acompañaran, para poder forjar amistades entre quienes serían nuestras iguales. Sin embargo, todas aquellas mujeres eran de edad avanzada, con hijas ya casadas, ocupadas en sus propios dominios. Trataba de hallar la luz entre las sombras, encontrando entretenimiento en sus conversaciones, siempre que no girasen en torno a joyas o riquezas, temas que encontraba vacíos y repetitivos. En ocasiones, las palabras se volvían interesantes, cargadas de secretos y revelaciones veladas.
Una tarde en particular, el aire parecía estar cargado de un misterio nuevo. Mi madre había recibido a una princesa, una dama de sangre real, y a su hija, acompañadas por esposas de los altos mandos del reino vecino. La atmósfera estaba impregnada de un aura de grandeza y anticipación.
—Conocí a su hija en un baile en Eldorya, una visión de belleza y refinamiento —comentó la princesa con voz suave y modulada, como una melodía etérea.
—Desde que era una niña, le inculqué que los buenos modales son la joya más preciada que una dama puede portar —respondió mi madre con orgullo, refiriéndose a mi hermana Althea.
—Y vuestras hijas no son menos encantadoras, mi señora Duquesa —agregó una de las damas, la Señora Goldleaf, con una sonrisa cortés.
—Os lo agradezco profundamente, mi señora —respondió mi madre con una inclinación de cabeza.
Yo permanecía en silencio, mi lugar predilecto en estas reuniones, observando y escuchando con atención. Disfrutaba de ser una testigo muda, inmersa en los relatos y las sutilezas del lenguaje.
—Señorita Briarwood —una voz suave y melodiosa rompió mi ensimismamiento. Era la hija de la princesa quien me llamaba, su tono delicado como el murmullo de un arroyo en primavera.
—Por favor, llámame Lyanna —respondí, sorprendida y encantada por su atención.
—Lyanna, un placer conocerte. Mi nombre es Evadne.
—Qué hermoso nombre llevas, Evadne.
—Gracias, es el nombre de mi abuela paterna. ¿Te gustan las flores? —preguntó, sus ojos dirigiéndose al vasto jardín que se extendía como un tapiz verde ante nosotros.
—Las amo profundamente. Dedico tiempo a cuidar del jardín, especialmente de los rosales, son mis favoritos.
—Tienes un don, no es fácil lograr que florezcan así, tan radiantes y llenos de vida.
—Te lo agradezco de corazón.
—¿Conoces la historia de la Rosa Eterna? —susurró Evadne, sus palabras cargadas de un aura mística.
—No, ¿es realmente posible?
—Lo es. Es una rosa mágica, oculta en lo más profundo de las Montañas Sombrías, protegida por bestias ancestrales. Su origen se remonta a más de un siglo atrás, en una noche de tormenta, cuando un rayo enviado por los dioses cayó sobre un rosal en esas montañas. De allí nació la Rosa Eterna, una flor única en su especie. Las bestias la encontraron primero y la guardaron celosamente. Se dice que su poder les ha permitido sobrevivir a innumerables intentos de exterminio. La leyenda cuenta que quien logre arrancarla obtendrá un don divino o verá cumplido su deseo más profundo.
—Es fascinante. No puedo evitar imaginar cómo se verá.
—En mi hogar hay un libro antiguo que habla de la Rosa Eterna. Muchas expediciones se han lanzado para poseerla, pero nadie ha logrado vencer a las bestias que la protegen. De hecho, en ese libro hay un solo dibujo de la rosa: es de un rojo profundo, y sus pétalos están surcados por grietas doradas, como cicatrices del rayo que le dio vida. Cuando la vi, no pude evitar desear poseerla.
Cuando la reunión llegó a su fin, la joven Evadne se acercó nuevamente a mí. Sus ojos brillaban con la luz del misterio.
—Disfruté mucho nuestra charla, Lyanna.
—Yo también. La historia que me contaste fue maravillosa.
—¿Te gustaría que nos escribamos con regularidad?
—Sería un honor y un placer —respondí, una sonrisa amplia iluminando mi rostro.
—Perfecto. Pronto recibirás una carta mía, para que sepas dónde puedes enviarme la tuya.
—Lo espero con ansias.
Ambas hicimos una reverencia ligera, una despedida cargada de promesas de nuevas aventuras.
—Hasta pronto, Lyanna.
—Hasta pronto, Evadne.
ESTÁS LEYENDO
EL PODER Y LA DONCELLA SOLITARIA
FantasíaLyanna Briarwood es la tercer hija de cuatro de la familia. La fortuna de los Briarwood venia de grandes inversiones a minas, conocidos como la familia de las joyas su estatus estaba a la par de los altos nobles, pero su deseo de riqueza no se limit...