Cuando la fiesta concluyó abruptamente, el regreso a casa se sumió en un silencio pesado. Elisse, con el rostro empapado en lágrimas, sollozaba en un rincón del carruaje, abatida por la calamidad que había interrumpido su tan esperado debut. Mi madre, con un aire de protectora desolada, abrazaba a Althea y a Eliz, envolviéndolas en un manto de consuelo mientras sus ojos permanecían velados por la preocupación. Yo, relegada a una esquina del carruaje, observaba el paisaje nocturno a través de la ventana, sin poder encontrar consuelo en nada. Había intentado abrazar a Elisse en un intento de ofrecerle alivio, pero su rechazo fue tan palpable que desistí, resignándome a mi soledad interior.
Mi padre, usualmente reservado, parecía aún más distante, su rostro marcado por una seriedad inusitada. Ninguno de nosotros se atrevió a acercarse al saco con las joyas, temiendo que su recuperación solo sirviera para revivir el amargo recuerdo de la velada. En el fondo, albergaba la esperanza de que este desastre pudiera llevar a mi familia a reconsiderar el verdadero valor de las riquezas y la importancia de nuestra unidad familiar.
Mi mente intentaba escapar de los recuerdos aterradores del ataque, pero mis ojos volvían una y otra vez a la imagen de mi vestido, manchado con la sangre de un villano desalmado. Tal vez era esa misma mancha la que había llevado a Elisse a rechazar mi abrazo, tal vez una sombra de mi propio miedo había dejado una huella en ella. Mi atención se centró en el pañuelo rojo que aún aferraba con fuerza, como si fuera un talismán que pudiera ofrecerme protección en esta noche sombría.
Al llegar a casa, corrí hacia mi habitación con una urgencia frenética. Me despojé del vestido, despojándome simbólicamente del peso de la noche. En el baño, me sumergí en una tarea frenética de limpieza, restregando el jabón en mi rostro, cuello y brazos con un fervor casi desesperado. Mi impulso era borrar la evidencia de lo sucedido, erradicar cada vestigio de la brutalidad que había manchado mi vestido. El pañuelo rojo también fue sometido a mi meticulosa limpieza, y aunque la razón lógica dictaba que debía desecharlo, mi corazón se aferraba a él con la intención de devolverlo al duque sin una sola mancha. Lágrimas comenzaron a mezclarse con el agua enjabonada, y mi cuerpo se derrumbó lentamente, sucumbiendo a la pesadez del miedo y el frío. Mis piernas flaquearon, y me desplomé en el suelo, mientras el llanto fluía sin control. El día que había comenzado con la promesa de un evento único para mí se transformó en una experiencia amarga y desgarradora. En mi soledad, anhelaba el consuelo maternal, ese abrazo cálido que podría asegurarme que todo estaba bien ahora, que estaría protegida de aquí en adelante. Mi familia, tan presente y al mismo tiempo tan ausente, no podía ofrecerme el consuelo que tanto necesitaba.
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Desde aquella noche aciaga, mi padre impuso un silencio absoluto sobre los eventos, ordenando que jamás se mencionara lo ocurrido para mantener la aparente paz en nuestro hogar. Nadie se tomó la molestia de preguntarme cómo me encontraba, si había dormido bien en los días siguientes, o si las pesadillas habían dejado cicatrices en mi mente. Ni siquiera mis propias hermanas se dignaron a ofrecerme palabras de consuelo. Elisse, en particular, estaba furiosa, y a escondidas expresaba su frustración, lamentando que su gran noche de presentación se hubiera visto arruinada por los ladrones. Lo que debía haber sido una noche memorable y llena de gloria se convirtió en un amargo fracaso. Yo, por mi parte, me abstuve de hablar; no quería desviar la conversación hacia mí, temiendo que se me acusara de intentar captar la atención. No era momento de relatar cómo un siniestro bandido casi me secuestra, ni de describir cómo el valiente duque Gareth me había salvado. Nadie mencionó nada más allá del día perdido para Elisse, y me pareció más sensato dejarlo así, sumida en el silencio que ahora reinaba en nuestra casa.
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EL PODER Y LA DONCELLA SOLITARIA
FantasíaLyanna Briarwood es la tercer hija de cuatro de la familia. La fortuna de los Briarwood venia de grandes inversiones a minas, conocidos como la familia de las joyas su estatus estaba a la par de los altos nobles, pero su deseo de riqueza no se limit...