Capítulo Sesenta y Tres.

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Thomas Morgan.

Habían palabras que estaba cuidando demasiado en no decir, porque tenía miedo. Las inseguridades que existían en mi cabeza desde que comenzaron a suceder las cosas que mi estúpida ex novia había planeado con Georgia me tenía descolocado. Además porque ese tema quedó inconcluso después de que Mía se exaltara al haberla descubierto y se negó completamente. El señor Walker le creyó, lo entendí porque era consciente de que era su hija, haría lo que fuese para defenderla. Estaba bien, pero no tanto, por eso es que Mía siempre hacía lo que le daba la gana, porque siempre había una figura paternal que la salvaba de todas sus mierdas. No tenía límites. 

Mientras tanto, Chiara y yo caminamos por las calles de Prinsengracht, y paramos en el Café de Prins, a ella le gustaba el lugar. No nos quedamos, solo pedimos café doble para ambos y tostadas con queso y jamón cocido para llevar. Al final habíamos decidido que desayunaríamos en mi departamento y que dormiríamos un rato hasta que recibiera noticias sobre como le había ido a Alexander en sus primeras consultas con los profesionales de la salud mental. 

Ambos dejábamos que el silencio se apodere de la situación, y lo preferíamos así, al menos en lo que llegábamos a las cuatro paredes. Chiara me recibió de la mejor manera posible, porque lo intentó, pero yo sabía que existía un problema entre los dos que debíamos solucionar cuanto antes. 

Volvimos a ponernos de pie y a caminar por varios minutos más cuando nos habían entregado nuestro pedido. Agradecí que fuese rápido porque el bullicio habitual de la cafetería parecía haberse desvanecido, y el silencio entre nosotros se volvía cada vez más palpable, casi tangible. La última vez que nos habíamos sumergido en un tenso momento, ya tenía años de haber sucedido. Fue cuando por primera vez debimos quedarnos solos en su casa porque sus padres me pidieron que la cuidara en lo que llevaban a Liam al hospital, que se había quebrado un brazo cuando se cayó de la cama usándola como trampolín. n

Al llegar a mi departamento la invité a pasar primero y ella me sonrió con algo de pánico reflejado en sus ojos. Quizás estábamos pensando lo mismo. 

Soné mi garganta e inspiré hondo tratando de relajarme. Chiara se veía tensa mientras acomodaba la mesa con las cosas que habíamos comprado. Escuchaba su respiración fuerte y sus movimientos torpes e inconscientes. Me acerqué por detrás y la abracé despacio, dejando que se relajara conmigo en aquel pequeño instante que queríamos que fuese eterno. 

—Tranquila, no quiero que te pongas así. —dije pegando mis labios en sus mejillas.

—Creo que ambos sabemos que algo pasa. —dijo despegándose de mi. 

Se volteo y se sentó invitándome a acompañarla. Acepté aún con los nervios en la punta de mi pelo, y con el miedo alterando mis órganos. Estaba enterado de absolutamente todo, gracias a Liam, pero escucharlo venir de ella era distinto, además, tenía terror de que tomara alguna decisión apresurada, porque conocía lo impulsiva que era su persona, y aun que a veces me encantaba ese lado suyo, en un momento como ese era el mismo infierno sabiendo que podría decir cualquier cosa sin medir sus palabras o poner en duda sus pensamientos. 

—Lo se todo. — Espeté. 

Ella hizo una mueca de asombro y de disgusto porque estaba seguro de que sabría fácilmente como es que estaba al tanto de las cosas. 

— ¿Por qué Liam tuvo que meterse en eso?, ¿Qué más te contó? —preguntaba ansiosa. 

Fruncí el ceño y levanté una sola ceja. Estaba comenzando a confundirme. 

— ¿Qué más me contó?, ¿Hay algo que no me haya ocultado? 

Chiara me observó delatándose con la mirada. Negó con su cabeza y se le escapó una risa pícara. Se puso seria nuevamente y miraba para todos lados tratando de encontrar la manera de hablar. 

Cuando dejamos de sentir miedo. (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora