Capítulo Sesenta y Dos.

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Chiara Harrison.

Después de una larga y dura noche, en la mañana apenas levanté me dieron la noticia de que mi mejor amigo ya estaba despierto desde la primer hora de la mañana. Había estado sedado durante muchísimas horas, pero le resulto bien para poder descansar lo que no podía desde hacía semanas.

—Buenos días... —dije pasando a su habitación. — ¿Cómo te sientes?

En realidad, no sabía que preguntar, me lo había planteado desde que me había enterado de lo que sucedió. No quería decir o hacer algo que no debía o que fuese incorrecto o poco sensato de mi parte. Pero por algo tenía que empezar.

Alexander estaba sentado en la camilla, con una bandeja del desayuno que las enfermeras le llevaron; un poco de té y tostadas. Él se veía desganado revolviendo la cuchara en la infusión, y al verme su rostro se torno diferente. Sus ojitos brillaban de lo cristalizados que estaban y me resulto bastante tierno, parecía un niño con el corazón roto. Me acerqué casi corriendo hacía él y lo rodee con mis brazos logrando que rompiera en un llanto realmente triste y desconsolado. Mi corazón empatizó con él y me sentí tan triste que no pude evitar soltar mis lágrimas también. Nuestros cuerpos temblaban en una mezcla de alivio y desesperación. El pulso de ambos se sentía fuerte, era una confirmación de vida en medio de la maldita incertidumbre.

Le susurré palabras torpes en un intento de consuelo. Era un momento único de profunda conexión entre mi mejor amigo y yo. ¿En que momento había comenzado a quererlo tanto? El dolor se aliviaba un poco con la cercanía, porque aquel abrazo era mucho más que solo un gesto de apoyo, si no también una promesa silenciosa de que me quedaría junto a él pese a todo.

—Lo siento mucho Chiara. —dijo en palabras ahogadas.

— ¿Desde cuándo lo tenías planeado?, ¿por qué?

—Porque siento que este dolor será eterno, por eso, y me asusta pensar en que realmente podría pasar así. No quiero vivir toda una vida con miedos y dolor en el corazón.

Le sonreí y sequé sus lágrimas con mis manos.

—El dolor te atormentará hasta donde tú lo permitas, porque nada es para siempre. No voy a mentirte, en el futuro, incluso cuando hayas sanado, habrán heridas que volverán a doler de vez en cuando. Pero no debes de tenerle miedo. Será normal porque eres humano, y será la mayor prueba que tendrás de que estás vivo.

El silencio se hizo presente entre ambos en aquellas cuatro paredes de la habitación del hospital, y solo lo interrumpía el suave pitido de las máquinas de monitoreo. Alexander con la mirada fija en el suelo, asimilaba cada palabra del consejo que le había brindado. Parecía sentir un renovado sentido de esperanza.

—Gracias, de verdad. — Murmuró.

Las gotas de la lluvia comenzaba a azotar la ventana de vidrio. La abrí un poco para que él pudiese sentir el viento helado que llegaba a la perfección para ventilar un poco la habitación. Alexander disfrutaba del momento cerrando sus ojos sintiéndolo. Respiró hondo, vi como poco a poco su rostro se tornaba en calma, aun que le costaba. Le apreté la mano con firmeza, sin decir nada. A veces las palabras no eran necesarias. La presencia de todos y el apoyo que le estábamos dando, le daban fuerzas para ponerse de pie. Sabía que no estaba solo, y que pase lo que pase, tendría gente a su lado para recordarle que el dolor también era parte de vivir.

El suave murmullo de la enfermera que estaba a cargo de observar a Alexander, nos recordó que la vida allá afuera seguía en su curso, incluso en aquel lugar lleno de sufrimiento y a la vez de sanación. Nos venía a dar el aviso de que la Doctora Jean, quien era la nueva psicóloga de mi amigo, estaba caminando por los pasillos y que entraría enseguida.

Cuando dejamos de sentir miedo. (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora