Capítulo cuarenta y nueve.

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Chiara Harrison.

Cuando Morgan me pidió que fuera su novia formalmente, era consciente de todo lo que tenía que afrontar en el después; como las miradas de todas las chicas en el instituto con las que el ligaba por placer, nuestras familias, y por supuesto, Georgia, quien aún seguía llenándolo de mensajes. Pero no me importaba, era capaz de soportarlo siempre que él me brindara el respeto que merecía y que correspondía. 

Después de cenar en el The Duchess, un restaurante elegante y clásico, donde por primera vez degusté la comida Italiana, decidimos caminar tomados de la mano hasta el museo de la misma calle, donde pudimos conocer un poco más a fondo la historia de Amsterdam. Era un lugar tranquilo y lleno de turistas. Thomas nunca dejó de observarme y decirme que me veía hermosa. Me besaba la mano y me tomaba fotos cuando me distraía mirando algunas cosas que llamaban mi atención del museo. Más tarde caminamos a pasos de tortuga hablando sobre nuestras vidas, hasta el canal de Prinsengracht, nos detuvimos en un banco que estaba cerca para observar a las personas divertirse en los barcos. Me quedé allí y mi novio salió a buscar más postre. 

Y como siempre, me sumergí en mi mente, solía hacerlo siempre que me quedaba sola en algún lugar que me generara paz. Era lindo, y creo que es algo que la mayoría de las personas deberían hacer de vez en cuando; darse un momento para disfrutar de la soledad, ¿por qué le tienen miedo a eso?, ¿será que le temen a sus propios pensamientos? Es como terapia gratis, poder replantearse si estamos haciendo bien las cosas en nuestras vidas, sin ser juzgados por alguien. 

—Jamás te dejaría ser espectadora. — Escuché la voz de Morgan y me volteé. 

Abrí mis ojos sorprendida ante el gesto. Había ido en busca de helado artesanal y para sanar mi corazón, un ramo de rosas rojas. Era un sueño que apenas había estado comenzando a vivir. 

— ¿Cómo es que se te ocurrió? —pregunté con una sonrisa difícil de ocultar. — ¿Acaso estoy soñando? 

Él comenzó a reír e incluso así me daba ternura verlo, solo quería tomarlo y besarlo hasta dormirme. 

—Conmigo, estas cosas jamás te faltarán. —dijo besándome la frente.

Volví a mirarlo con los ojos acuosos, es que estar experimentando eso con mi amor de toda la vida, era algo que me generaba sensaciones nuevas y bastantes curiosas. Tenía el autoestima tan bajo aún que me costaba creer que él estaba haciendo todas esas cosas por mi, y porque me quería. ¿Por qué yo? Quería hacerle tantas preguntas pero todavía no era el momento, no en nuestra primera cita. 

—Sabía que te quería, pero no tenía ni idea de que se sentiría así tenerte tan cerca y solo para mi. — Agarré sus mejillas y me acerqué para plantarle un beso. 

—Besas muy bien, ¿ya te lo habían dicho? — Me miró presumido. 

—Sí. — Bromeé. 

—Chistosa. —dijo poniéndose serio. — ¿Escuché bien? —preguntó y yo asentí. —Ahora sufrirás las consecuencias. 

Me paralicé mirándolo fijamente porque me resultaba extraño, hasta que pegó un grito y se lanzó hacía mi haciéndome cosquillas. La panza y el estómago me dolían de tanto reír. Morgan recordaba que desde niña odiaba las cosquillas, porque me resultaban mortales, y tenía tanto pánico antes que llegaba a pensar que me moriría así, después de haber visto un documental de como torturaban hasta la  muerte con las cosquillas a las personas en épocas pasadas. 

— ¡Basta! — Exclamé casi sin aire. — ¡Voy a morirme! — Seguía bromeando. 

A Thomas le resultó tan gracioso que se echó una carcajada fuerte. Cuando nos dimos cuenta las personas que pasaban por allí nos observaban detenidamente y algunas reían con nosotros, en especial las mayores, que mantenían una mirada dulce y melancólica. Tal vez recordaban sus años de juventud.  

Obviamente no todo era color de rosa. Esa misma noche mi padre tomaría el vuelo hacía Washington. El día anterior, después de todo el proceso que nos llevó la demanda, organizó una cena para que conociéramos a Alison, su novia. Después de haberlo procesado durante toda la semana acepté, ya era momento de abrir mi mente y quizás era uno de los pasos que debía dar para dejar de temerle a lo desconocido. Era una mujer de su edad, que jamás se había comprometido hasta la llegada de mi padre, ¡y sorpresa! tampoco tenía hijos, pero quería. Hablamos como personas civilizadas y mi hermano me sonreía cada vez que lo miraba. Estaba contento por mi cambio de actitud. Pero es que si mi padre me apoyo en todo momento, ¿por qué no iba a hacerlo yo? 

—Mi padre se irá en un rato, ¿vendrás conmigo? — Le pregunté mirando la hora. 

—Claro. ¿Crees que se preguntará que hacemos juntos? 

—Tal vez, no lo sé. Tan extraño no es, de adolescentes siempre estábamos juntos. 

—Cierto. ¿Pero y el ramo? 

Sentí como mi cara se calentaba de lo rojiza que me ponía pensar en eso. Lo ignoré y pensaba en responder lo primero que se me viniera a la mente, y si eso significaba decir la verdad, lo haría, aun que apenas teníamos horas de tener la etiqueta de novios. 

Volvimos a ponernos en marcha y tomamos un taxi hasta el Aeropuerto, que de hecho, era uno de los más grandes de Europa. Estábamos algo agotados de tanto caminar así que no nos dolió tener que gastar en uno, además, si íbamos a pie no hubiésemos llegado nunca. 

Nos bajamos en cuanto vimos a Liam en el cordón parado hablando por llamada. Se lo veía sonriente, y los ojos le brillaban. Tuve una corazonada, y estaba pensando en llenarlo de preguntas apenas tocáramos el piso del departamento. ¿Una chica? Conocía a la perfección esa mirada, esa sonrisa, ese suspiro. 

— ¿Qué haces? —pregunté y escuché que se despedía. — ¿Quién era? 

—Que curiosa eres. —dijo guardando su celular. —Papá y Alison fueron por unos chocolates para llevar, en unos minutos vuelven. 

—Desde que Susan le dio ese chocolate no ha dejado de comerlo. —dije sorprendida. 

Y no me había percatado, pero Morgan y yo seguíamos tomados de la mano, y el sostenía el ramo que me había regalado. Pensaba en la reacción de mi padre si me viera así, porque conocía a mi novio desde que era un bebé en pañales, y también lo vio crecer, pensaba que sería incómodo el momento, pero resultó todo lo contrario. Cuando quise soltarme de él ya era tarde. 

—Que sorpresa. — Me volteé al escuchar a mi padre. — ¿Estaban en una cita? —preguntó mirando con atención las rosas. 

Thomas reía con nerviosismo esperando a que yo respondiera, me correspondía a mi. 

—Si, tuvimos una cita. —Respondí tensa.

— ¡Ya era hora! —Exclamó. — ¿Cuánto tiempo más iban a esperar? 

Morgan y yo nos miramos sorprendidos y el aire se relajo para mi suerte. Alison nos abrazó a ambos felicitándonos por el reciente noviazgo, y solo pudimos agradecer. Entonces caímos en que los únicos que nunca se habían dado cuenta de que se gustaban, éramos nosotros mismos. 

Cuando dejamos de sentir miedo. (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora