"Bienvenida Al Mundo"

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Ellie Noceda nació a las 2:34 am. Luz esperaba que eso no la convirtiera en una persona madrugadora. También era una criatura diminuta, un poco más pequeña que el bebé humano promedio, ya que pesaba seis libras y 40 centímetros.

Y ella estaba convencida de que era lo más perfecto que jamás había tenido el privilegio de contemplar.

                                  (...)

Todo pareció suceder tan rápido después de escuchar ese llanto, ese precioso llanto que marcó la llegada de su bebé al mundo.

Amity se había puesto rígida, los músculos se aflojaron a medida que la presión disminuía lentamente. Se recostó contra la cama, respirando con dificultad pero relajándose hasta convertirse en un jadeo constante. Tenía el rostro enrojecido, las mejillas rojas, la frente y la nariz arrugadas en una concentración extrema. Tenía los ojos llorosos, vidriosos por las lágrimas no derramadas de dolor y agotamiento, y ahora alegría y alivio. El sudor le goteaba por la cara, empapando la parte delantera de su bata de hospital. Estaba cansada y sudorosa, con el cabello revuelto y despeinado.

Luz pensó que nunca se había visto más bella.

Luz percibió el movimiento de las telas y la acción de los curanderos. Los destellos del suelo parpadearon en lo alto, difusos. Los ruidos se desvanecieron en el fondo, como un arroyo burbujeante. Por un momento, todo pareció ir a cámara lenta. Luz no pudo evitar mirar a su esposa con total y absoluto asombro.

Sintió que la mano de Amity le apretaba la suya y ella le devolvió el apretón. Su mano seguía apretada entre las suyas, con las palmas húmedas y sudorosas. Sabía que su propia mano le dolería más tarde por la fuerza con la que Amity la había agarrado. Levantó la otra mano para sujetar la espalda de Amity, sosteniéndola y apoyándola. Frotó con movimientos circulares y reconfortantes, sintiendo la humedad del vestido por el sudor y la suciedad. Esperaba ayudar a aliviar el dolor.

Sus ojos se cruzaron en un breve instante, relampagueando. Los ojos ámbar de ella estaban entrecerrados y exhaustos. Podía ver que las bolsas ya se estaban formando por haber estado despierta toda la noche y haber usado toda su energía para sacar de su interior a otra persona. Pero todavía había una chispa en ellos, una cierta luz. Un fervor que ardía en su interior, de determinación y coraje. Un fervor que era nuevo y que daba paso a un amor nuevo y feroz.

Soltó un último suspiro y recuperó el ritmo—. No volveré a hacer esto—, repitió.

Luz sintió que una risa burbujeaba en su garganta, baja y sin aliento. Apoyó la cabeza en la frente de Amity, sin importarle lo sudorosa que estuviera. Hizo una pausa para tomar aire profundamente y depositar un beso rápido y cariñoso en sus labios—. Te amo—, dijo entre besos, respirando con dificultad—. Tanto.

A ambas, pensó mientras sus pensamientos se dirigían a su hija recién nacida que en ese momento estaba siendo limpiada y revisada por los curanderos.

Amity la miró a través de sus pestañas, de alguna manera logrando verse hermosa como siempre, incluso después de todo. Miró a Luz como si fuera su mundo y una oleada de amor y gratitud se apoderó de Luz. Esta mujer era el amor de su vida, la mejor esposa que podía pedir, la persona que le dio vida a su preciosa hija. Presionando un beso en su mejilla ligeramente húmeda, Luz supo que le daría las estrellas y el cielo si alguna vez se lo pedía.

Su atención se dividió cuando otro grito resonante se derramó en el aire quieto de la habitación del hospital, rompiendo el trance de la tranquila ilusión.

Sintió que el corazón se le paraba y luego se aceleraba cuando vio a Amara sosteniendo un bulto que se retorcía, envuelto al azar en una manta rosa bebé. Amara la sostuvo con suavidad, sonriendo mientras la bebé se agitaba y se retorcía, apartando la manta de encima. Los otros dos curanderos estaban detrás de ella, intercambiando miradas de asombro y curiosidad.

Baby Steps [Lumity]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora