Prólogo

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Dicen que las verdades duelen, pero las mentiras lo hacen el doble al ser descubiertas. ¿Nunca lo has pensado, que quizás simplemente no existe la sinceridad?

Las ventanas y vidrieras azules cristalinas siempre vomitaban luz a esas horas del día, era algo a lo que él se había terminado acostumbrando, casi parecía intervención divina en aquella antigua pero frecuentemente aglomerada iglesia de un pueblo perdido en la maleza y la oscuridad de la noche pero alzado como la última esperanza de una humanidad perdida.

Los bancos rústicos y algo dañados por el tiempo estaban colocados en una simetría perfecta a ambos lados del gran pasillo que llevaba directamente al altar donde se encontraba una enorme estatua de un crucifijo que imponía respeto a todo el lugar, y que al menos en esos momentos se sentía como si cobrara vida propia pues la luz del cristal de detrás evocaba una enorme sensación de misticismo.

Frente al altar había un chico, no demasiado joven pero tampoco demasiado viejo, arrodillado y con los ojos cerrados mientras juntaba sus manos en forma de rezo. A su lado se encontraba un pequeño cuaderno rojo y una cruz colocada justo sobre él, cruz que también presentaba en forma de collar alrededor de su cuello. Su pelo era moreno, corto, despeinado, realmente parecía bastante descuidado en cuanto a su aspecto a simple vista; sus labios eran carnosos, su nariz puntiaguda y bajo la cruz de su cuello presentaba lo que parecía ser una especie de tatuaje extraño, dos líneas negras paralelas pequeñas que se confundían fácilmente con una mancha.

Llevaba puesto el mismo traje que siempre usaba para recibir a los creyentes, le daba igual que esta fuera una ocasión especial, ya se había acostumbrado a él y no le resultaba incómodo moverse con eso puesto. Constaba de una sotana casi completamente negra llena de botones grises, típica de los clérigos, con un alzacuellos blanco que le daba un toque algo más moderno, para otras personas se les hacía molesto ese tipo de trajes pero él estaba bastante contento con su trabajo. De pronto escuchó un portazo a sus espaldas y sus ojos, los cuales rebosaban de un azul brillante casi cegador, se abrieron de par en par. No por miedo, o quizás sí, pero era más hacia defraudar al señor que hacia su enemigo propio.

- ¿Has venido a confesarte? - Preguntó sin levantar la voz ronca o su mirada, y en su lugar su cabeza seguía siendo dirigida al crucifijo.

- ¿Confesarme? - Preguntó una voz femenina a sus espaldas, suave y tenebrosa al mismo tiempo, con un aire juguetón y burlón. - Qué tierno, ¿creíste que estaba enamorada de ti?

- Creí ciegamente que incluso alguien como tú, Malum, podría exhibirse de sus pecados y redimirse - Musitó casi como si estuviera siguiendo un guion y luego estiró las rodillas para levantarse, no se atrevió a coger el cuaderno rojo o la cruz del suelo y decidió dejarlos ahí, mientras se giraba para ver con sus propios ojos al monstruo que el odio había creado. - Él tiene una solución para todo y para todos, sé que en el fondo incluso alguien como tú es capaz de abrir su corazón.

Dos alas negras captaron la visión del cura, enormes, imponentes y preciosas pero a las que le seguía un aura roja que determinaba peligro. Sus plumas eran tan largas como la de los cuervos, la punta de las alas se alejaban bastante del cuerpo que las poseía y que tenían lo que a primera vista parecían largas ramas de madera completamente oscura que envolvían por completo el manto negro saliendo desde su espalda y llegando hasta el final de ellas. El cura tragó saliva antes de que la mujer deslizara uno de sus afilados dedos por su propio labio rojo cual fuego y respondiera.

- Creer que la maldad pura puede redimirse, sin duda la idiotez humana alcanza límites extraordinarios - Su pelo moreno y largo sin recoger parecía mezclarse con el color de sus alas, desde la zona superior de su cabeza tenía dos protuberancias en forma de cuernos no demasiado grandes pero sí lo suficiente. Por su pálida piel se proyectaba una especie de líquido negro que crecía poco a poco desde los hombros hasta llegar a las manos, las cuales estaban completamente inundadas en este, y llevaba puesto un vestido rojo carmesí que le cubría hasta la parte superior de la espalda. - Y aun así, tú eres la última esperanza de la humanidad, Poeta.

- Ni se te ocurra llamarme así - Todas las alarmas se activaron de golpe dentro del chico al escuchar esas palabras y mirar directamente a los ojos sin vida de la mujer. - No pienso caer en tus trucos baratos, yo soy mucho más que eso. Mi amor por Dios es tan grande como tu odio por los humanos, soy la reencarnación de su alma y Él se encarga de guiar mi camino en...

De repente y tan rápido como un cuchillo atravesando la densidad de la niebla, la mujer voló hasta el altar dejando un aura negra tras de sí y posó una mano sobre su pecho, agarrándole con fuerza hasta el punto de casi quitarle por completo la respiración. Sus labios rojizos se curvaron en una tétrica sonrisa, y mientras él intentaba respirar y se retorcía en sus manos, ella los acercó a su oído y simplemente susurró:

- Tu Dios acabó con mi hija antes de que naciera porque creía que era demasiado peligrosa para vivir. Me quitó lo único que me importaba por capricho, ¿y soy yo la que debe ser perdonada? - Con un simple movimiento y una fuerza extrema, el chico salió volando por los aires contra el crucifijo e incluso llegó a agrietar este del golpe. Trató de levantarse, sacar la daga que había preparado para la ocasión de su bolsillo, todo esto mientras tomaba el aire que le había faltado minutos atrás, pero por alguna razón había algo en su mente que no le dejaba hacerlo. - Esa pequeña era mi mundo, y quien tú admiras me la arrebató de la manos. No hago esto por venganza, quiero recuperar lo que es mío, y si se me quita mi mundo, tomaré el que Él ha creado y lo transformaré a mi imagen y semejanza. Crearé mi propio mundo si es necesario.

La mujer se acercó lentamente, riéndose en un susurro, casi como si se estuviera burlando del chico, él no era capaz de pronunciar ni una sola palabra y no porque no quisiera sino porque sus cuerdas vocales no se lo permitían. Alcanzó a agarrar la daga, pero antes de siquiera intentar clavársela a quien le amenazaba, decidió continuar con la conversación. ¿Que por qué? El motivo es simple, y es que temía estar dándose cuenta de una horrible verdad.

- Todo el poder que tienes... - Alcanzó a decir en un murmullo, con la voz rota y sangrando por la boca debido al fuerte golpe que había recibido. - Podrías ayudar a tanta gente... ¿Por qué usarlo para el mal?

- ¿No es obvio? Él me convirtió en el mal, y el único poder que alguna vez he tenido en contra de tu Dios es aquel al que la vida teme y a la muerte le pertenece - Su sonrisa se extendió todavía más al darse cuenta de que el cura estaba comenzando a comprenderlo todo, por mucho que se negara, su fe no podría durar mucho más. - Veo cómo se desvanece el brillo en tus ojos, Poeta, pero no te preocupes, porque seré yo quien te lo devuelva...

El chico la miró por unos segundos sin saber muy bien cómo responder, luego cerró los ojos y suspiró, sabiendo que no tenía más opciones posibles.

- ¿Entonces me traerás la salvación?

𝕷𝖆 𝖘𝖊𝖈𝖙𝖆 𝖊𝖌𝖔í𝖘𝖙𝖆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora