Versículo tercero

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El sonido ensordecedor de una alarma comenzó a contagiarse por todo el convento acompañado de rápidos flashazos de luz roja encendiéndose y apagándose que coloreaban el blanco de las paredes y daba luz en la oscuridad, pero también alertaba a otras Monjas e incluso Cautivas de que algo estaba ocurriendo, pero por supuesto estas estaban obligadas a permanecer en sus habitaciones mientras ocurrían emergencias a no ser que se les dijera lo contrario. Pero Claire, agarrando la mano de Paula y esta intentando seguir el ritmo de su amiga a pesar de acabar de despertarse, no iba a quedarse de brazos cruzados esperando a que otro de esos monstruos acabara con ella y posiblemente también con su amiga.

- ¿¡Cómo se supone que han activado la alarma!? - Pregunta Paula entre gritos, pues los pitidos son demasiado fuertes, y sin dejar de mover las piernas al ritmo que marca la otra chica. - ¡Se supone que nadie nos ha visto atacar a ese monstruo! ¿¡Crees que se habrá despertado ya!?

- ¡Pues supongo que sí, no creo yo que vayan por bluetooth! ¡No le des muchas vueltas y sigue corriendo! - Ambas giraron una esquina justo en ese momento, una parte de Claire temía encontrarse con otra Monja o con la Monja Madre en cualquier momento pero por suerte ninguna de esas situaciones estaban ocurriendo. Aunque también le daba miedo no estar encontrándose con nadie, porque eso podía significar que la estaban esperando.

Para llegar a la salida de la forma más rápida posible debían pasar por medio del comedor y luego girar en algunos pasillos hasta llegar al patio trasero, aunque el exterior de dicho patio solo lo habían visto las monjas y es que solo existía para que estas tuvieran un modo de entrar y salir del convento más fácilmente. Toda esa información la retenía únicamente la cabeza de Claire, Paula era tan distraída que poco le importaba la situación y cada ciertos pasos cerraba los ojos y lanzaba un largo bostezo.

Dieron un portazo para entrar en el comedor, y lo que vieron esa precisamente lo que Claire temía. O más o menos, porque sinceramente, no era algo que tuviera demasiado sentido, incluso Paula tuvo que frotarse los ojos para mirar dos veces y entender que no estaba soñando.

Dos filas completas llenas de Monjas que iban desde la puerta por la que habían entrado hasta por la que tenían que salir, estas ni siquiera las miraban y se limitaban a hacer aquel pasillo todas juntando las manos como si estuvieran rezando o mejor dicho haciendo una especie de ritual satánico. Y no por nada, sino porque en cuanto entraron todos los sonidos de alarma se apagaron y las pocas luces que iluminaban la sala eran velas encendidas colocadas estratégicamente encima de algunas de las mesas e incluso de la barra de la cocina.

- Sí, definitivamente sigo durmiendo - Alcanzó a decir Paula con la boca semiabierta, Claire por su parte tragó saliva y comenzó a caminar por el pasillo que habían formado, tan determinada que casi no parecía importarle saber lo que había debajo de aquellos velos. - ¡Eh, espera, qué haces! - Rechistó por lo bajo, pero al final corrió detrás de ella y ambas avanzaron lentamente, más que nada para no quedarse atrás.

- Las dos sabemos que no podemos luchar con tantas, si ni siquiera podemos luchar con una - Murmuró Claire, que medía cada uno de sus pasos con exactitud y no le devolvía la mirada a ninguna de las Monjas. - Puestas a tener que huir, acerquémonos a la salida todo lo que podamos.

Paula no se separaba de la espalda de Claire, no era capaz ni de pensar en tener que soltarle la mano y quedarse mínimamente atrás mientras caminaban por el pasillo que por lo menos doscientas o trecientas Monjas habían formado para ellas. El ambiente había pasado en menos de un instante de ser frenético y agobiante a tenso y espeluznante tan pronto el ruido de la alarma fue sustituida por el silencio y algunos murmullos que parecían salir de debajo de los velos.

Ellas permanecían inmóviles, contra todo pronóstico no les habían atacado hasta que llegaron a la otra puerta. Ambas se miraron extrañadas, y luego Claire acercó la mano a la puerta y giró el pomo para abrirla, palpando cada segundo de tensión en la atmósfera opresiva. Su amiga vigilaba que no se abalanzaran sobre ellas mientras abría la puerta, pero fue un simple parpadeo lo que de repente hizo que las perdiera de vista a todas, sobresaltándose al esperar algún tipo de susto o ataque pero nada llegaba. Cuando la otra se giró de golpe para ver qué pasaba, asustada por el grito de su amigo, también pudo notar la repentina ausencia de las Monjas, como si se hubieran esfumado de un momento a otro.

𝕷𝖆 𝖘𝖊𝖈𝖙𝖆 𝖊𝖌𝖔í𝖘𝖙𝖆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora