"Las mariposas no son flores que vuelan, son demonios que caen." - Thomas Harris
Elisabeth.
5:30- Rutina matutina.
5:40- Un café americano cargado sin azúcar.
6:00– Taxi del camino al trabajo.
6:30– Su asistente lo esperaba frente al edificio con un nuevo café.
Su asistente: Una mujer bonita, probablemente solo un par de años más joven que él, usa vestidos innecesariamente cortos. Alexander nunca la mira.
Eso solo me tranquiliza a medias.
No fue tan difícil instalar un par de cámaras frente a su edificio y frente a su casa, lo realmente difícil fue instalarlas dentro. Tuve que gastar toda mi mesada en sobornar a su ama de llaves y al conserje para lograrlo.
Había cumplido dieciocho años este mes y todo lo que había perdido de regalo había sido dinero, no necesitaba una fiesta, no necesitaba convivir con mis compañeros de la universidad que solo se acercarían a mí para conseguir algún favor económico de mi padre.
No.
Todo lo que necesitaba era al hombre en mi teléfono.
Tomé el aparato entre mis manos como si fuera el mismo Alexander el que estuviera entre mis manos. Solo tenía que ser paciente, sólo tenía que esperar un poco más.
Solo un poco más.
–¡Elisabeth!
Salté sobre mi asiento cuando la estridente voz de mi profesor me llamó haciendo callar a toda la clase.
–¿Hay algo en tu teléfono que sea más interesante que mi clase?
Estuve tan tentada a decir que si, a asegurarle que la persona en mi teléfono era mucho más interesante que cualquier cosa que pudiera salir de su boca, en cambio compuse la perfecta máscara que mis padres habían inculcado en mí y respondí educadamente.
–Disculpe profesor. Mi madre ha estado enferma estos días y mi padre me mantenía al tanto de su condición– guardé inmediatamente mi teléfono en mi bolsillo– no se repetirá.
Claro que mi madre estaba enferma, enferma de odio por mi.
El profesor pareció satisfecho con mi respuesta porque volvió al pizarrón de nuevo.
Hacía exactamente un mes que Alexander había dejado de vivir con nosotros, durante todo ese tiempo fuí la mujer más miserable. No solo apenas se me permitía intercambiar un par de palabras con él, si no que me había visto obligada a mirar su doloroso desfile de mujeres hermosas con las que salió durante ese tiempo, una mujer diferente cada vez, una más hermosa que la anterior.
Ninguna era yo.
Estaba segura de que él solo me veía como a una niña, pero ahora que ya era mayor de edad las cosas habían cambiado.
O me aseguraría de que así fuera.
5:30 pm– su asistente personal le lleva café a la oficina.
Tiene reuniones desde las 6 pm hasta las 10 pm y no se ha tomado ni un solo momento para descansar adecuadamente.
Nadie se preocupaba por él como yo, ni siquiera él mismo.
12 pm– Finalmente llegaba a su casa, exhausto, agotado en todas las maneras posibles, ni siquiera se quita la ropa, solo se abrió la camisa, tiró sus zapatos que la ama de llaves rápidamente recogió y se dejó caer en algún lugar blando para dormir un par de horas, muchas veces el sillón. Ni siquiera tenía energía para llegar a la cama.
ESTÁS LEYENDO
¿Quién es la presa?
RomanceIsabella: Sabía lo que comía, cuantas horas dormía, que ropa elegía cada día y con cuantas mujeres había estado, pero ninguna era yo. Requirió un plan de muchos años, pero lo había logrado, secuestré a Alexander Sergeev y ahora era mío, mío y de ni...