Elizabeth.
–Sí padre, ya estoy con las chicas, iremos al SPA y luego directo al hotel no te preocupes. Adiós.
Colgué mi celular y finalmente lo apagué.
Nadie me localizaría ahora.
–Señoría, ¿quiere que nos quedemos?
Dustin y Brian eran un par de gemelos que llevaban trabajando para mi familia desde que mi papá los recogió del orfanato, por supuesto no para adoptarlos como mi padre dijo frente a la vieja monja, si no para asegurarse de tener dos fieles trabajadores crecidos y educados a su modo. Diez años después eran tan fuertes y hábiles como mi papá había previsto, pero no eran fieles a él.
Lo eran a mi.
Había requerido algo de tiempo y mucho dinero. Ambos tenían problemas personales, cosas de las que por supuesto no hablaban con mi padre, no fue difícil darles lo que necesitaban a cambio de que me dieran a mi lo que yo necesitaba.
–Estaré bien, él está drogado. Vuelvan por la mañana.
Además tenía dos hombres más adentro listos para recibir una orden mía.
Ellos se sintieron algo inseguros antes de salir finalmente del almacén.
Sabía que mi padre tenía negocios de los que prefería mantenernos ignorantes a mi madre y a mi. Bueno... al menos a mi madre. Este almacén era una prueba de ellos. Las cajas repletas de droga abarcaban desde el piso hasta el techo alto de casi cuatro metros.
El lugar era frío, no contaba con calefacción ni con un espacio adecuado para estar realmente cómodo, tuve que hacer verdaderos esfuerzos por hacer este lugar cómodo y presentable para mi invitado quien ahora estaba inconsciente amarrado en una silla. Había usado sogas envueltas con tela de satín para no lastimar su piel, preparé una cama improvisada y había logrado transportar una estufa funcional y un refrigerador con comida para dos semanas... o más.
Dustin y Brian nos abastecerian de lo que necesitaramos.
Este era nuestro paraíso personal y él era todo mío.
Estaba un poco preocupada por el tiempo que llevaba durmiendo, el sedante no debía durar más que un par de horas, pero el día ya había terminado y él no había hecho ningún gesto de recuperar la memoria.
Dudosa me acerqué a la silla en el centro del almacén.
Dios, era tan guapo que era doloroso. Incluso inconsciente de sí mismo, con la cabeza inclinada hacía abajo en un ángulo incómodo y la ropa sucia y arrugada, era tan hermoso que me enfurecía.
Con mi dedo índice, clavándole solo un poco la uña acrilica azul marino en su barbilla, levanté su rostro. Sus ojos se apretaron y pude notar que poco a poco recuperaba la conciencia.
¡Ya era hora!
–Bienvenido– le susurre.
Él abrió los ojos lentamente, cómo si estuviera convencido de que estaba despertado en su cama y no en mi telaraña.
–¿Qué...
Finalmente me miró y no pude evitar sentir como mi estómago se apretaba con anticipación y miedo. No sabía cuál sería su reacción al verme, pero cuando sus ojos se llenaron de un reconocimiento sincero mi corazón se sintió cálido y alegré.
Él me reconocía.
No pude evitar sonreír como una boba.
–¿Cómo te sientes? – pregunté coquetamente.
–¿Elisabeth? –preguntó y no supe si el tono en su voz era asombro o decepción.
–Me habría ofendido que no me reconocieras– respondí.
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¿Quién es la presa?
RomanceIsabella: Sabía lo que comía, cuantas horas dormía, que ropa elegía cada día y con cuantas mujeres había estado, pero ninguna era yo. Requirió un plan de muchos años, pero lo había logrado, secuestré a Alexander Sergeev y ahora era mío, mío y de ni...