Capítulo 6: La presa

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Elizabeth.

–El señor Sergeev lamentablemente no seguirá viviendo con nosotros– dijo mi padre en la última cena.

La última cena con él.

La última cena en que sus palabras acogedoras y su tierna expresión contrastaron la frialdad de mi padre y la crueldad de mi madre.

Lo miré y después a mi padre. Alexander, sin embargo, no me miró ni una sola vez.

–¿P...por qué? ¿Ocurrió algo malo? – mi boca fue imprudente en ese momento.

Por la expresión en la cara de mi padre y la tensión en Alexander temí que de hecho así fuera.

–¿Por qué tendría que ocurrir algo malo? – dijo mi padre mucho más a la defensiva de lo normal, era mi madre la que usualmente respondía así, pero ahora estaba callada solo sorbiendo su té en completo silencio. – el señor Sergeev solo vino de visita un tiempo, pero ha terminado sus asuntos aquí y ahora se irá. ¿Tienes alguna objeción, Elizabeth?

Entendí la preguntá implícita en sus palabras duras.

–No, padre— respondí bajando la cabeza.

Un golpe fuerte hizo que las tazas sobre la mesa tintineaban. Al levantar la mirada encontré a Alexander que había dejado caer su café con demasiada fuerza sobre la mesa.

–Una disculpa, se me resbaló– se disculpó pero no sonaba en absoluto arrepentido– Gracias por todo, y por recibirme en su casa– dijo él levantándose– prepararé mis maletas y saldré esta misma noche.

–¡Pero es media noche! – de nuevo abrí la boca sin pensar.

Tanto mi madre como mi padre me miraron coléricos y claramente frustrados.

Cerré la boca y volví a bajar la cabeza.

–Pensé que... bueno... que sería peligroso para el señor Sergeev andar en carretera a esta hora

–Elizabeth, ve a tu habitación.

–Pero mamá...

–¡Ahora!

Brinqué sobre mi misma antes de levantarme torpemente y correr a la seguridad de mi cuarto. Tal vez fue mi imaginación pero al pasar al lado de Alexander juré que pude sentir sus dedos rozar los míos apenas un segundo.

La lluvia comenzó a arreciar casi al minuto del anuncio que me rompió en cientos de pedazos. La única luz de mi vida, lo único que me permitía estar viva y querer estarlo me estaba siendo arrebatado de las manos.

No pude evitar que mis ojos se llenaran de lágrimas, no pude evitar llorar. Apreté mi almohada contra mi cara para no hacer ruido.

Rara vez lloraba así, rara vez me permitía ser vulnerable de esta manera.

En medio de mi desesperación tomé otra decisión que en otras condiciones no tomaría. El balcón de mi ventana tenía una salida de incendio. Mis padres nunca pensaron en taparla porque nunca les dí una razón para hacerlo.

Hasta ahora.

Me puse un abrigo negró para lluvia y una gorra de sol que por supuesto no pegaban en nada pero funcionaban para cubrirme lo suficiente para no ser vista.

Salí por mi escalera de incendios, mis padres seguían en el interior de la cocina y Alexander ya no estaba con ellos.

Esta era mi única oportunidad.

La última.

Corrí hasta su habitación y subí por sus propias escaleras de incendios, pero a diferencia de las mías estas solo llegaban a la mitad de su ventana, no lo suficientemente alto para entrar con comodidad.

¿Quién es la presa?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora