6 meses antes.
Elizabeth
–Estoy ebria pero no lo suficiente– dije abriendo la puerta del auto en movimiento.
–¿Estas loca? Vas a matarte.
Lo miré y sonreí.
–Lo estoy– respondí– estoy loca.
Mi sonrisa debe haber sido lo suficientemente escalofriante como para hacer que detuviera el auto de golpe. En medio de la lluvia en carretera las llantas chirriaron ruidosamente.
–¿Crees que te invité todo eso solo para que me digas que te lleve a tu casa?
Me reí.
–Si lo que querías era sexo a cambio de dinero pudiste haber contratado una prostituta.
Levantó el brazo para golpearme pero ni siquiera me alejé, estaba tan acostumbrada a los golpes de mi madre, que una simple cachetada no me perturbaba.
–¡Bajate de mi puto auto!
Sin perturbarme por él tomé mi bolso del asiento trasero y me bajé. La lluvia me cubrió al instante. Él cerró la puerta y aceleró dejándome en medio de la carretera.
Suspiré.
Bien, no podía llamar a mi conductor porque mis padres no tenían idea de que había salido y mucho menos a dónde. Si mi madre se diera cuenta que había hecho y consumido mucho más que solo alcohol me cortaría los dedos.
Supuse que era un buen día para caminar.
En algún momento dejé de sentir el cuerpo y el entumecimiento hizo todo más fácil, los golpes de la lluvia fina ya no eran dolorosos y el frío me distraía de la sensación de humillación.
La carretera era mucho más larga y escalofriante cuando la recorrías a pie.
En algún punto entre el árbol número uno y el número cien un auto se detuvo a mi lado.
–¿Te perdiste muñeca? – me preguntó una voz que sonaba tan alcoholizada como la mía.
–Piérdete– le dije al sujeto en el auto.
–¡Uh, es de mal carácter! – gritó otra voz masculina en el interior. No tardé en darme cuenta que eran más de dos.
Genial, jodidamente genial.
–¡Vamos muñeca, súbete! ¡La lluvia está haciendo que ese vestido se te vea TAN tentador!
Respiré y soplé lentamente para mantener la calma, no porque estuviera asustada si no porque estaba furiosa, no con ellos, conmigo por haberme permitido salir en una cita con un hombre tan pátetico como para abandonarme en la carretera por no querer tener sexo con él.
Y todo por...
Por otro idiota que no dejaba de traer mujeres diferentes a la casa cada vez, un desfile de piernas largas y cabellos que apestaban a keratina barata.
Alexander no tenía un gran gusto en mujeres. Parecía simplemente tomar a la primera mujer semi atractiva que encontrara para botarla al día siguiente.
Nunca pensé que vivir con él fuera a ser tan doloroso.
Cada nueva mujer que él escabullía a su habitación era una nueva astilla en mis entrañas.
Sentí que tiraban de mi brazo y al girarme vi al patético hombre del auto que ahora se había bajado sin importarle la lluvia y parecía listo para arrastrarme al interior de su auto.
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¿Quién es la presa?
RomanceIsabella: Sabía lo que comía, cuantas horas dormía, que ropa elegía cada día y con cuantas mujeres había estado, pero ninguna era yo. Requirió un plan de muchos años, pero lo había logrado, secuestré a Alexander Sergeev y ahora era mío, mío y de ni...